Decía Blaise Pascal que «toda la desdicha de los hombres se debe a una sola cosa, la de no saber permanecer en reposo en una habitación».
Puede ser, pero lo cierto es que en el puré cultural que ha alimentado Occidente y sus colonias, la figura del éxodo judío, la de un pueblo en perpetuo camino hacia no se sabe donde, ha podido más que la imagen del ágora griega, la de una ciudanía reunida tranquilamente para hablar de sus cosas.
Y si el confinamiento ha detenido la movilidad física de cuajo- que no la electrónica- la desescalada, en un movimiento pendular, la ha acelerado y , a pesar de las limitaciones, muchos y muchas han viajado a los pueblos vaciados o semivaciados ante la imposibilidad de arribar a territorios exóticos. Y otros tantos y tantas se han dejado llevar compulsivamente a mover el cuerpo o a hacerlo moverse con diversas prótesis , con el resultado de lesiones varias en tobillos, rodillas y caderas, escasamente preparados para tanto trabajo,según comentan algunos traumatólogos,
Indudablemente esta movilidad física lo ha sido también social, pues somos seres sociales, a no ser que nos creamos dioses o vivamos como bestias- como bien apuntó Aristóteles- pero la incontenible movilidad ha dado ocasión a que el virus del COVID-19 escale con mayor velocidad por las vías y puentes que le hemos facilitado.
Así que ahora se nos pide prudencia como se le enseña al burro la zanahoria para que vaya por el buen camino, pero se nos avisa del palo por si nos desacarriamos.
Probablemente si en el puré arriba mencionado hubiera habido más ágora y menos éxodo, más ciudadanía y menos pueblo, más movilidad mental y menos física, lo tendríamos más fácil.
Y sin que fuera necesario coincidir con Pascal, habríamos descubierto hace tiempo que hay otros mundos pero que están en este, y no necesariamente en Vietnam, ni haciendo barranquismo, ni en una playa del Caribe…sino en la habitación en la que nos encontramos …o en la de al lado.