– ¿He de deducir, monseñor, de aquestas sus veraniegas crónicas , que no ha disfrutado de nuestra Isla?
– Para nada, mi fiel Ataúlfo, pues han sido escritas mayormente con homeopática finalidad, para combatir con la sonrisa la severidad de la canícula .
– ¿ Ha habido entonces memorables sucedidos que deban ser historiados, acaso por vuestra pluma?
– Sin duda , y de ellos he hecho dictado para mi escribano, a fuer de los dibujillos que ha pergeñado mi pintor de cámara, que uno, sin ser un Herr Goethe, no deja de ser vizcaíno aforado.
– ¿Y cuáles de ellos rememoraría, monseñor, para nuestra audiencia y en lugar primero?
– Sin duda alguna y en lugar primero, nuestra excursión a la preciosa Sierra de la Tramuntana y la visita correspondiente al Santuario de Lluc; otro sí la contemplación serenísima y al alba de las aguas de la bahía de Alcúdia; o la vista última del Cabo Formentor ,finisterrae de literarios recuerdos.
– Pero mentáis , monseñor, paisajes más no paisanajes que diría vuestro maestro Pla. ¿Acaso no los ha habido en aqueste vuestro periplo?
– Haberlos, los ha habido, pero he querido reservarme para citar a María, aquella doncella de Artá ,antigua cazadora de marrones cabras, que a más de darnos dulce y amigable conversación , nos descubrió ese blanc de blancs intitulado Macià Batle del que tan buena cuenta hemos dado en las alforjas y que ha renovado mi creencia en el «Sapias, Vina Liques» del romano Horacio.
– Veo pues que volvéis a vuestros norteños predios con el ánimo renovado…
– Así es ,mi querido Ataúlfo, y ya de tan bien soleados que ansiamos los verdes prados y el fresco viento del noroeste.
– ¿Volveréis, pues, a la Isla?
– «Volveré» , como dijo aquel Pretendiente, más sin pretensión alguna, y me llevo el recuerdo de la blanca caliza, el mar azul y la amazona María.
Este texto es de los que más me han gustado.
Enhorabuena y gracias.
Gracias a ti por el seguimiento. Este texto es un a modo de coda final, quizá necesaria por la severidad irónica de la serie.