Según resulta evidente, habitualmente firmo estas croniquillas ( y otras escrituras serias) como Vicente Huici, aunque la mayor parte del personal me llama coloquialmente Peli o El Peli debido a que fui pelirrojo en una anterior reencarnación.
Sin embargo, yo, en realidad, debería haberme llamado Ataúlfo Viscarret. Me explico. Mis familias originarias – los Huici y los Urmeneta- no se han movido políticamente sino en el estrecho cauce que se abre entre el carlismo y el nacionalismo vasco. Mi abuelo Vicente guardaba su boina roja y su mauser en un armario perdido del cuarto de la plancha de su casa de la Rochapea. Y mi abuelo Ataúlfo formó parte del primer núcleo navarro del PNV junto con los Cunchillos,los Irujo o los Aranzádi. El vínculo más claro entre ambos mundos era la religión- católica por supuesto- de obligado cumplimiento en el abuelo carlista y vivamente vivida en el caso del nacionalista ( en su casa del Paseo de Valencia de Pamplona, se rezaba el ángelus, y, al parecer, también el rosario. De hecho, la leyenda familiar cuenta que el abuelo Ataúlfo se salvó de la quema del 36, gracias, entre otras cosas, a que su amigo y dirigente carlista Ignacio Baleztena dió fe de que coincidían todas las mañanas en la primera misa que se celebraba en la parroquia de San Nicolás.
El otro vínculo que unía a ambas facciones era su vasquismo.Un vasquismo todavía difuso, enredado en temas folcklóricos o raciales (como el predominio del RH-) ,en el que el euskera no tenía todavía mucha importancia. Mis dos abuelos lo hablaban- el Huici más bien lo chapurreaba- pero cuando yo decidí aprenderlo por mi cuenta, hice dos descubrimientos: que la única que me animó a seguir estudiando aquella «lengua de pueblo» fue mi abuela Agapita Viscarret (de la parte Huici) y que el abuelo Ataúlfo ( de la parte Urmeneta) lo había hecho ya anteriormente con ahinco según unos cuadernos suyos que descubrí y que , además, estuvo publicando durante la etapa republicana y con el seudónimo de «Latz», algunas columnas en el periódico La Voz de Navarra.
Ciertamente, yo no heredé el vínculo político, pues mi contacto con el mundo clandestino nacionalista antifranquista fue a partir de la eclosión de ETA VI ( sector pro-maoísta) y luego la mirada se me fue hacia Pertur y hacia su proyecto político, todo demasiado salpicado de socialismo;como fue también salpicado el carlismo que quiso reagruparse criminalmente en Montejurra en 1976: mi madre volvió a casa al poco de aquellos sucesos con la frase en la boca que le había soltado una Baleztena: «Ya sabes, Camino,los carlistas, somos de comulgar y matar».
Pero, pasados los años y las transiciones políticas y personales, recuerdo con mucho cariño a mi abuelo Ataúlfo (Urmeneta) y a mi abuela (Agapita) Viscarret que me animaron a seguir con lo único de todo aquello que me ha quedado, el euskera. Y , por todo ello, yo debería haberme llamado Ataúlfo Viscarret…que , además, me suena muy bien.