La experiencia de lo cotidiano queda eludida cuando no abducida y despreciada frente al éxtasis de lo extraordinario ,como si lo bello ya solo se pudiera contemplar en cuanto que plataforma de lo sublime perdiendo como tal cualquier atractivo.
Hay en nuestros días una tendencia a las experiencias extremas. Así , por un lado,se hace, por ejemplo, reivindicación de los viajes a lugares exóticos y hasta hace poco inalcanzables, despreciando los antiguos y tópicos paraísos, y, por otro, se reclama el acceso a situaciones personales insólitas – deportivas, eróticas…-gracias a prótesis o a sustancias que activan o desactivan a voluntad a quien las utiliza.
Y si bien en ambos casos el acceso a una de estas derivas está muy vinculado a la disponibilidad de una renta obtenida por el trabajo evidente o por el robo disimulado, no deja de ser curiosa esta reclamación global que parece requerir la experiencia de cualquier forma de lo sublime.
Pues lo sublime es aquello que, según Kant, gusta porque sobrecoge y hasta atemoriza, y sobrecogimiento permanente parece ser que es lo que ahora se necesita en esta era narcisista e individualista tan potenciada por los recursos electrónicos que horizontalizan aparentemente los deseos.
Paralelamente a todo esto las mentadas experiencias se evidencian como oportunidades siempre únicas,siendo el sentido de lo único un a modo del viejo kairós de los griegos, solo que no logrado por la atención sino programado, por lo general, por las oportunas multinacionales.
Con todo ello la experiencia de lo cotidiano queda eludida cuando no abducida y despreciada frente al éxtasis de lo extraordinario ,como si lo bello ya solo se pudiera contemplar en cuanto que plataforma de lo sublime perdiendo como tal cualquier atractivo.
Y así ,esta bella y reposada puesta de sol solo parece tener sentido como peldaño y contraste hacia la sobrecogedora aurora boreal que nos ofrece la publicidad…
(c) by Vicente Huici Urmeneta