Publico hoy este delicado y sugerente relato de Juana María Castro, participante del Taller Literario que llevo animando desde hace unos años.
EL TENDEDERO
Un comentario radiofónico fue suficiente para que una luz de realidad cotidiana me hiciera reflexionar sobre lo poco que atendemos u observamos lo que nos rodea, trivialidades que ni siquiera percibimos por la velocidad en la que transcurren nuestras vidas. Esto sucede con los tendederos que suelen encontrarse en los patios interiores de las comunidades de vecinos.
Dicho sea de paso, nunca he prestado mucha atención a lo que cuelgan los demás en sus tendederos. Quizá porque lo hago deprisa, para terminar cuanto antes, porque no me parece una actividad muy enriquecedora ni trascendental, más bien lo considero una mera obligación de intendencia. Jamás hubiera creído toda la información que se puede obtener sobre las personas que conviven con nosotros en la comunidad, pero lo que escuché en ese programa hizo que abriera la ventana de mi cocina y mirara para ver, para encontrar vidas ajenas colgando en alambres, sujetadas por pinzas en la seguridad de que no se irán volando lejos. Vidas infantiles y adultas, en algunos casos mezcladas, como flores textiles coloreando los frontales de las ventanas. En unas casas había vidas en evolución, distintas generaciones compartiendo emociones y experiencias. En otras solo vi ropa de adultos, personas solitarias por elección o solas por imposición vital.
Detuve la observación en unas lentas manos huesudas y arrugadas. Trataban de colgar un vestido bien estirado. Poner las pinzas suponía una hazaña épica para mi vecina. En su tendedero, con el viento bamboleando la solitaria prenda, pude ver su melancolía. Ella, la mujer que hacía diez años llenaba sus alambres con vidas diversas, ahora tiende su soledad. Sus dos hijas se independizaron, se fueron a vivir lejos. Su marido murió cuando paseaban por un parque de la localidad, de repente. Lo peor llega por la noche, cuando la llave de su nostalgia cierra la puerta dejándole con el doloroso silencio del recuerdo y el miedo a morir en soledad. Todo me lo contó ella dos días después, cuando coincidimos en el rellano y, por fin, charlamos. Vivimos aislados en comunidad, indiferentes a nuestro alrededor, en el anonimato del educado saludo diario.
(c) Juana María Castro
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