
Decía Antonio Gramsci que los grandes cambios históricos vienen precedidos de una larga y profunda transformación ideológica,propiciada por aquellas fuerzas políticas que representan los intereses económicos implicados.
Y más allá de la ortodoxia marxista que se supone a este planteamiento, lo novedoso, y por tanto lo heterodoxo, fue y es la llamada de atención hacia las condiciones ideológicas que preceden a los cambios políticos.
Y más acá del horizonte político que ya se evidencia en la hasta ahora potencia dominante, del que el asalto al Capitolio de 2021 fue un sangrante episodio y una gran metáfora plástica que hasta se intentó replicar en Brasil en 2023, lo que ahora se ha abierto es precisamente una guerra ideológica en la que las primeras batallas están siendo ganadas por la difusión de ideas matrices de claro contenido antidemocrático.
Y la primera y más importante de ellas es precisamente la denuncia de los sistemas democráticos tanto de dimensión estatal como internacional, argumentando la manipulación que se hace de ellos y su consecuente inoperancia, lo cual lleva de nuevo a proponer caudillajes autoritarios de índole carismática, tal como los caracterizó Max Weber.
Lo terrible y hasta cierto punto irresponsable es que estas críticas a los sistemas democráticos sean asumidas por corrientes de opinión supuestamente progresistas y alternativas, hasta el punto de que se mezclan y confunden con las del conservadurismo más rancio y extremo.
Y acaso esta confluencia no es sino una muestra de la inconsciencia de la existencia de esta guerra ideológica en la que los extremos se tocan sin posibilidad de matices, siendo quizás el matiz , como decía Roland Barthes, el rasgo más democrático porque justamente prescribe el debate y los posibles acuerdos, y el más odiado por quienes defienden drásticas y rápidas soluciones autoritarias.
Además, e independientemente de su éxito, la guerra ideológica es el último recurso ante el avance perfectamente planificado de los principios iliberales y autoritarios, como en otra coyuntura histórica lo fue de la democracia liberal frente al comunismo soviético tal y como fue analizado por Frances Stonor Saunders en La CIA y la guerra fría cultural…
(c) by Vicente Huici Urmeneta
Es triste pero el dato es cierto. Una parte de la democracia es teatro. Otra cosa es pensar qué hacer con eso?.
Los tecno-oligarcas quieren matar la democracia, nosotros queremos arreglarla y mejorarla.
Mejorarla, sí.Gracias por el comentario.
Habría mucho que hablar sobre eso del «matiz», huici. Pero, por otro lado, renunciar a los sistemas democráticos liberales aunque sean burgueses no creo que sea de recibo. En eso coincido con la cita de Gramci en una columna anterior, porque ese programa liberal es el programa mínimo de cualquier alternativa progresista
Así me parece, Sarrasketa. Pues la alternativa que se va perfilando nos remite a los fascismos de los años treinta del siglo pasado. Gracias, como siempre, por el seguimiento y el comentario.
Al argumento de la inferioridad moral de los oprimidos opuso Max Weber la «abyecta» o indigna costumbre en este mundo de querer utilizar la moral para tener razón ( En La política como vocación )