Mientras unos entregaban las armas, a otro le llegaban unas nuevas. Me explico: el mismo día 8 de los corrientes en que ETA entregaba su arsenal (y se disparaban las interpretaciones acerca de su trascendencia) , Patxi recogía con su desgana habitual un correo certificado en el que un notario aragonés le comunicaba que, muertos parientes varios, quedaba como titular del Baronazgo de Ligüezal en el orden XVI.
Ni idea tenía Patxi- de apellido compuesto y sonoro por otro lado- acerca de esta parentela y hasta esta mañana- en la que me lo está contando todo- ha estado indagando acerca de su nuevo título y lo que suponía. Y no suponía mucho, pues, por lo visto, es un baronazgo huero que tan sólo tiene en propiedad una casa en ruinas en los confines de la muga aragonesa con Navarra. Como el título, además, no aporta capital alguno, la restauración hipotética de la matricial debía correr de su cuenta al par del papeleo de aceptación de la baronía, que no es moco de pavo.
Así que, según me ha comentado al final de nuestro paseo por Abandoibarra, bajo las torres refulgentes del Guggenheim, tras rápida y concisa consulta con su hermana polivalente ( que opera como madre e hija a la vez de tal), ha decidido declinar el ennoblecimiento y que el Baronazgo pase a otro pariente, comprendiendo, de paso, que los anteriores habían hecho otro tanto.
Y a mí, no sé porqué – ¿será este el motivo de la moraleja?- me ha sentado mal no acabar de tener un amigo ennoblecido, supongo que porque en mi torpe imaginario siempre he soñado con ser un pequeño noble del siglo XVIII, con una renta básica – que se diría ahora- , ilustrado al modo de los Caballeritos de Azkoitia y dedicado…a la traducción al euskera de las Odas de Horacio…por ejemplo.