Estoy sentado cómodamente junto a una de las ventanillas del avión que me lleva a Paris y el vuelo nocturno transcurre tranquilamente.Intento leer Últimas tardes con Teresa, de Juan Marsé, pero me amodorro y siento que cabeceo hasta adormecerme. Me despierto de pronto entre gritos y sirenas, el avión estalla y me veo caer al espacio todavía amarrado a mi asiento .Sin embargo aterrizo suavemente en una butaca de un gran salón de cine, donde se está proyectando el final de «La soledad del corredor de fondo», de Tony Richarson.
Este es el sueño que he tenido esta noche, y enseguida me he dado cuenta de que aquel viejo salón no era otro que el Salón Loyola del colegio jesuita de San Ignacio de Pamplona y que estaba asistiendo a una sesión del Cine Club LUX que tantas excelentes películas nos permitió ver desde los sesenta hasta finales de los setenta de la mano del padre Ciriano. Allí, en efecto, y entre los dieciocho y los veintitantos pude ver ciclos enteros sobre el expresionismo alemán y ruso, sobre la nouvelle vague, sobre John Huston o Alfred Hitchcock, por poner algunos ejemplos. El padre Ciriano era un apasionado de John Ford y por él hubiéramos visto «La taberna del irlandés» una y otra vez hasta el fin de los tiempos ( sus tiempos eran por cierto los de aquel otro jesuita evolucionista y posibilista que se llamaba Teilhard de Chardin). En una ocasión, incluso, se atrevió a confiarme la presentación y tertulia – parte importantísima en cualquier cine-club- de «Encadenados» de Hitchcock (otro de su ídolos), con Cary Grant e Ingrid Bergman y recuerdo que, abrumado – yo tenía dieciocho años-, a juicio de su sonrisa no supere mal la prueba.
He conocido luego otros cine-clubs. En Madrid, el del colegio Mayor Chaminade, en Bilbao,el cine-club FAS, del que fui asiduo durante mucho tiempo.Pero siempre le estaré agradecido a aquel jesuita nervioso, un tanto tartaja- ¡era tanto lo que quería decir!- y sutil,que, en medio del sórdido ambiente de una negra provincia que se reclamaba foral y española, me encaminó hacia este arte con el que todavía disfruto tanto,