Siempre me ha parecido extraña la sensación general que me dejan los aeropuertos. Pues por un lado son puertos, es decir puertas, a través de las que se pasa de un lugar a otro, acaso de nuestro continente a otro lejano, pero también son en sí mismos una conjunción de tiempos y espacios singulares.
Así, al ser puertas, son motivo de expectativas, y no sólo respecto de los destinos a los que se va con la ilusión- nunca mejor dicho- de lo novedoso o de lo novedoso en lo repetitivo; o de los destinos de los que se viene ya con una nostalgia leve; pero además son motivo de expectativa como tales, ya que , en el tráfago de gente en el que nos movemos, una mirada , un escorzo, una voz pueden llegar a constituirse en la ocasión perdida para siempre.
Y, por otro lado, es el tiempo aeroportuario una duración ambivalente y , a veces, contradictoria pues oscila entre la espera desesperada y el descanso merecido aunque sea en un asiento incómodo.Y el espacio…¡ que no se podría decir del espacio! Desde el cubículo casi troglodita de un pequeño aeropuerto perdido que invita a no moverse hasta esas grandes avenidas de los macro-aeropuertos, pobladas de todo tipo de reclamos para comer,beber y comprar, que impulsan a caminar hasta que duelan los pies.
El antroprólogo francés Marc Augé clasificó en 1993 a los aeropuertos, junto con los supermercados o a las habitaciones de hotel como no-lugares, ya que , desde su punto de vista analítico, eran espacios de transitoriedad circunstancial que no tenían suficiente importancia para ser considerados como «lugares». Pero en este mundo en el que nos está tocando vivir en el que todo se presenta transitorio y circunstancial , balizado lo fisico por lo virtual, yo no lo tengo tan claro…