Como andaba despistado, me he ofrecido a ayudarle: «Cuando aparezca su número en la pantalla debe acudir a la ventanilla que le indiquen».
«Más vale que hay gente como usted, que mis hijos ya ni me llaman. Eso sí, se van a quedar sin heredar porque acabo de vender el piso y me voy a casar con una amiga de Tarragona. Ya me he casado tres veces y esta será la cuarta… Y a mi hija, con la que sí me habló, le parece muy bien que me vuelva a casar. Y ya no es por el sexo, no, es por la compañía. Porque a mi lo del sexo siempre se me ha dado bien y nunca he tenido que ir a las Cortes, usted ya me entiende. Pero lo de vivir solo es muy duro a los ochenta y cinco años.He trabajado desde crío , primero en el caserío , luego en la fábrica. Y todavía me siento fuerte…Pero todo se lo debo al morokil que tomo cada mañana. Compro la harina de maíz a las aldeanas de la Ribera y la mezclo muy bien con azúcar y leche en la batidora…»
«Mire, ya ha salido su número…»