Hace ya veinticuatro años que murió Iosu Expósito, el guitarra y cantante de Eskorbuto, uno de los máximos exponentes del punk vasco. Estoy paseando con Marta, una de sus seguidoras, por Santurtzi, recordando aquellos años ochenta en los que , en plena reconversión industrial, se clamaba en los conciertos «Mucha policía, poca diversión».
Iosu murió de SIDA, tras un largo viaje con la heroína. Fue, en este sentido, causa y efecto, pues mientras denunciaba a gritos los engaños a que nos mantenía sometidos la sociedad post-industrial, él mismo estaba sucumbiendo ante sus embates.
Marta, que ahora es profesora de filosofía en un instituto, comenta que desde la caverna de Platón, sabemos que nos engañan y que nos engañamos, pero que ese es el precio de nuestra supervivencia como individuos. Y que de esto ya dieron cumplida cuenta Freud o Durkheim en forma de neurosis colectiva o hecho coercitivo. Liberarnos de lo social es destruirnos, por mucho que se pueda hacer de ello una apología de heroicidad o de militancia artística… que es lo que terminó por hacer Iosu.
Pues eso que llamamos el Sistema tiene formas muy poco sutiles de eliminar cuerpos, y con ello cerebros, demasiado altivos y presuntuosos. A lo mejor habría que volver a leer a Marcuse y retormar aquello de la «desublimación represiva» que aparentando formar parte de la liberación no es sino otra ocasión para el encadenamiento y, si fuera, necesario, la destrucción.
«Pero, si no hubiera sido así» -continúa Marta- «¿ cómo podríamos haber tenido héroes en pleno siglo XX?