Happy Halloween

Suelo recibir, semanalmente y por vía electrónica,  el Time-Out en su versión de Chicago, la ciudad norteamericana que mejor conozco y con la que mantengo un cierto vínculo profesional como «regular member» de la Society for Social Neuroscience.Como era de esperar, la información relativa a este week-end está polarizada en torno  a la celebración de Halloween.

Todo esto se lo estoy comentando a Laura que está de morros porque su hija pequeña quiere reunirse con unas amigas y sumarse disfrazadas a la fiesta de la calabaza agujereada y a mí  no me parece  mal. «La verdad , no entiendo como te puede parecer bien esa americanada…Ya nos tienen colonizados con esas despedidas de soltero tan horteras…Y ahora esto»

«Bueno,  muchos piensan que está celebración es originariamente norteamericana , pero, como casi todo en USA, es fruto de la emigración originaria. En este caso fueron los irlandeses quienes  la llevaron a mitad del siglo XIX haciendo una amalgama entre su  catolicismo  irredento y la fiesta celta del fin del verano…Y así  lo  indica la etimología: Halloween, o sea, «All Hallows’ Eve», o sea «Víspera de Todos los Santos».

«Ya», continua Laura, «pero no lo veo, no lo veo. Además tu siempre has sido tan antiamericano…». «Me confundes con Mikel, aunque , sí , es cierto que entre nuestra generación todo lo yankee era muy chungo porque se vinculaba a Vietnam o, luego a Irak…Pero allí, como aquí , y no hay más que recordar al  trío de las Azores, repantingados y echandose unos puros, hay y ha habido de todo. No nos podemos olvidar de un pensador tan fino como Radolph Waldo Emerson, o de Henry David Thoreau, defensor de la desobediencia civil,  o de aquel gran sociólogo que fue Thorstein Veblen…o no sé, de John Dos Passos…todos estos también eran norteamericanos»

Laura me mira con ojitos contritos. Hace una mueca que no sé muy bien qué quiere decir. «Por lo menos esta fiesta tiene algo de alegre en su horror programado y nos aparta de esas celebraciones adustas y tristísimas de nuestros cementerios» le digo yo para rematar la faena…

Bilbao revisited: Poza 42

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Estoy en Poza 42, esperando a Patxi. Entré en este bar  por primera vez un sábado del otoño de 1972, al poco de cumplir diecisiete años.

Acababa de llegar de Pamplona y todo era nuevo para mi. La ciudad me resultó cerrada sobre sí misma,  gris y obscura .  El smog lo rodeaba todo, las fachadas de las casas estaban ennegrecidas y en cualquier esquina se podía pisar un charco  seco de carbonilla. Pero Bilbao era  una ciudad grande y aquello me resultó apasionante.

Por eso lo primero que hice, tras dejar mi equipaje en el Colegio Mayor Deusto , fue comenzar a caminar hasta que la ciudad se me escurrió de las manos ( supongo ahora que por el barrio de  Recalde. Aquel paseo inaugural fue el comienzo de muchas iniciaciones. Me enamoré de verdad por primera vez – se llamaba Marta-, asistí a la primera manifestación  ( un «salto» frente al Corte Inglés),  estudié por primera vez algo que llamaban «euskera batua»
,vi uno de los primeros amaneceres sin dormir ( con una  larga visita al Whisky Viejo), un jesuita me habló por primera vez del marxismo y comencé a leer con fervor a Ferdinand de Saussure. Y un día de partido me llevaron a la calle Poza –Pozas para los colegas- , justamente a este bar, y me enseñaron que el  Athletic , como el Barça , era algo más que un club.

Todavía vivíamos en el hervor del tardo-franquismo y pensábamos que «el mundo iba a cambiar de base». Un amigo  me pasó un libro de Walt Whitman  , en fotocopias porque estaba prohibido por la censura. Era «Hojas de hierba», y me deslumbró. Pero estoy seguro de que entonces no comprendí, no pude comprender, estos versos de los que sin embargo me acuerdo como si los estuviera releyendo ahora mismo:

«Veo hacia atrás los días en los que sudaba en la niebla

con lingüistas y polemistas,

no me burlo ni discuto…Observo y espero»

Esta historia, lo sé,  no es nada diferente a la de muchos y muchas de mi generación y sin embargo es original porque habla de los orígenes de muchas cosas que luego resultaron ser muy importantes. ¿ Y la tuya, querido lector, querida lectora?¿Cuál es la tuya? ¿Tuviste también una ciudad nueva? ¿Tuviste un Poza 42?

 

Efectivamente…Soy un antiguo…En ocasiones…¡Leo libros en papel!

 

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Aprovechando la calma de  esta mañana otoñal, estoy revisando papeles viejos, de esos que se me acumulan en carpetas un tanto polvorientas. Laura me  dice que soy un antiguo porque podría tener  casi todo en archivos electrónicos  bien ordenados y que los podría llevar de aquí para allá en uno de esos pinganillos de colores o  incluso «subirlos a la nube» ( esto ya tiene para mí connotaciones de ciencia-ficción).

Por otro lado, mi señora esposa me ha prevenido en varias ocasiones  contra mi tendencia acumulativa y casi me ha prohibido hacerme con más libros y papeles viejos pues piensa que estamos cerca del cataclismo doméstico. A lo mejor tengo que pensar en hacerme con un sótano al modo de Castilla del Pino o con un ático reforzado pseudo-parisino, o simplemente convencer a mi suegro  para que me deje una de esas lonjas que , por ahora, tiene  desocupadas.

Y, como efectivamente soy un antiguo,  y , aunque lo he intentado, » no-me-hallo cabe-mi» ( que diría Heidegger) leyendo un  e-book ,  mi único  consuelo es encontrar de vez en cuando alguna cita  en un papel amarillento que  de pronto revive  en mí «mi antigua-antiguedad-en-cuanto-que -tal» ( que también diría Heidegger)  , aunque bueno, tampoco es tan antigua.

La de hoy ha sido esta, y está copiada de un artículo de Jordi Soler de hace unos años: “La vida lenta. Hacer largas caminatas mientras se ensaya esa arqueología interior, conversar sin prisa y de manera arborescente, contar historias alrededor del fuego, observar con mucha atención, durante mucho tiempo, como se mueve la hoja de un árbol, o de qué forma pasa el viento sobre la hierba, porque ahí está la verdadera información, la verdadera noticia que es el misterio del mundo.”

Pues eso ( que diría Paco Umbral cuando no podía hablar de sus libros)

Si no sales en la tele no existes ( o cómo evité que Agustín García Calvo fuera noticia)

 

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Hace ya algunos años, cuando no existía –  aunque parezca mentira –  Internet ni el correo electrónico, solía encargarme de organizar cursos para postgraduados. En una ocasión invité  a uno de ellos al profesor, poeta y dramaturgo Agustín García Calvo.

Agustín, por entonces de patillas bien pobladas y siempre foulard en ristre, acudió acompañado de su inseparable Isabel Escudero, que continuaba siguiendo las intervenciones del «maestro » con mucha devoción.

García Calvo era por entonces muy conocido y reconocido y lo era hasta tal punto que un equipo de una televisión de cuyo nombre no me quiero acordar y que apareció de pronto sin avisar, pretendió detener la conferencia del «maestro» para hacerle una entrevista, dejando claro que luego le permitirían continuar sin mayores problemas. Por supuesto me negué en redondo pues tuve muy claro que el acto era más importante que la crónica del acto – algo ante lo que los susodichos periodistas mostraron sus caras de sorpresa y asombro. Y, por supuesto, no le comenté nada a mi invitado, pues les habría corrido a golpes de foulard haciendo de ello uno de los particulares happenings a los que, por otro lado,  estaba tan acostumbrado.

Con el tiempo, y dedicado a otros avatares, me había olvidado de esta anécdota. Sin embargo hoy ,ya envuelto en la red de redes y amparado por la nube, he vuelto a recordarla, pues con ocasión de otro acto público, he recibido la encomienda de grabar digitalmente todas las intervenciones para luego ofrecérselas a un periódico de cuyo nombre tampoco me quiero acordar ( ¡ Jope,cómo ando de memoria!) adjuntado una «síntesis». Todo ello, por supuesto, si deseaba que el acto tuviera impacto en los medios.

Por lo visto, y descontada la vagancia del colega de turno, en este mundo de comunicaciones sincrónicas, además de organizar actos hay que fabricar simultáneamente sus crónicas y servirlas en bandeja para el corta-pega oportuno.Así que parece que hemos pasado de la sorpresiva contundencia de la irrupción de la crónica del acto en el acto a la delicada turgencia de la elusión del acto sin la auto-crónica del acto.

Y es que los tiempos avanzan que es …una barbaridad ( dicho sea en todos los sentidos que se quiera)

El vaquero de Marlboro

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Patxi es un fumador social de mínimo común denominador. O sea que fuma siempre de gorra y, por lo tanto, cuando queda con alguien.Como yo ya no fumo, conmigo lo tiene claro, y de vez en cuando aprovecha para comprar un paquete echándome la culpa.

Estamos en la terraza del 12 de Ajuriaguerra, tomando uno de sus excelentes cafés, y acaba de volver  con una cajetilla en la que sobresale una enorme foto de un cuello taladrado a causa de un cáncer de laringe.Mientras se echa el primer pitillo, no puedo evitar que mi mirada se vaya una y otra vez hacia la foto.

«Ya, ya sé que es terrible. Pero lo que no entiendo es porqué no ponen una pegatina de un hígado fosilizado  en las botellas de vino o la de unos cuantos  tipos en silla de ruedas junto a los precios de los automóviles»

Lejos de mí hacer apología alguna del tabaco que, según vamos sabiendo, mata de verdad y en algunos casos dolorosamente. Pero es cierto que la  contrapublicidad gore que lo acompaña no deja de tener un punto de arbitrariedad y tanto más cuanto que  , desde los años cincuenta  y a través del cine, se constituyó en  un símbolo del glamour cuando no de la libertad – no hay más que recordar  al vaquero de Marlboro.

El siempre agudo Robert Louis Stevenson escribió en su momento que no comprendía cómo había gente que pensaba que fumar era algo malo o que aceptaba sin más la prohibición de pasear en domingo que estuvo vigente en Escocia durante una temporada. Desde luego, la comparación hoy nos resulta incomprensible en términos lógicos, pero también empíricos dado que  el último día de la semana se ha convertido en ocasión  para correr  con pinganillo en marathones diurnos y nocturnos, bicicletear por doquier  desde el alba hasta el ocaso y colonizar sin tregua montes cercanos.

Patxi ha apagado el cigarrillo y está a punto, como siempre, de retorcer la cajetilla con los diecinueve pitillos que aún quedan dentro en un acto retrosalvífico y culposo.

«Anda trae» le digo » que te la guardo para mañana».Y Patxi obedece con mirada de cordero degollado. Y es que la amistad está por encima de todo. Incluso del vaquero de Marlboro ( que, por cierto, murió de cancer de pulmón)

Fotografiando el Flysch de Armintza

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Estamos sentados en la terraza del Kaia de Armintza, uno de los lugares que más me gustan de la costa vizcaína. Un cálido sol de otoño nos acompaña mientras disfrutamos de unos excelentes pimientos rellenos de bacalao y damos pequeños sorbos a nuestras copas de txakolí.

Hemos venido hasta aquí porque Maite quería sacar una serie de fotos del flysch negro que  se alza en torno a esta ensenada y que es uno de los más curiosos del Cantábrico. Ahora estamos repasando las fotos  una a una – ventajas de las cámaras digitales- mientras recordamos nuestro sobrecogimiento al pie de esas moles retorcidas y bellísimas, formadas y deformadas a lo largo de miles de años.

Ante paisajes como  este es fácil que el pensamiento, que lo cifra   todo, se precipite en el tiempo abstracto y nos haga sentir la intrascendencia  cronomérica de nuestras vidas  ( de «seres de un día »  que decían los clásicos griegos ) en comparación con la edad casi eterna  de la vida mineral. Y que las piedras no puedan llegar a pensar no es en este caso ningún consuelo porque en su propia inconsciencia está su salvación y en nuestra conciencia de todo ello nuestra  posible angustia cósmica.

Por eso, y para conjurar tanta impotencia,  llevo siempre conmigo ,en un  bolsillo escondido de mi cartera, un papelito con estos  versos de Matsúo Bashoo:

¡Qué admirable

el que  no piensa “la vida es efímera”

cuando ve un relámpago!

Pues eso. Mientras tanto continuaremos seleccionando fotos y más fotos…Y Maite continuará aprendiendo. No le van a faltar buenos maestros ( y maestras…of course!)

Basque Fast Food (BFF)

 

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La hija de mi amiga Laura acaba de cumplir trece años y, según me cuenta la madre , había pensado hacer una cena con  tíos y primos . Se le ha ocurrido llamar a un restaurante recomendado y en , efecto, le daban una mesa para las nueve y media siempre que «se desalojara a las once», según le ha repetido hasta tres veces  la camarera que le estaba tomando nota. A Laura, que es  una vasca severa. no le ha gustado nada la insistencia y ha soltado: «Pero , bueno, ¿Es que nos van a invitar a cenar , o qué?» y ha colgado.

Como he comentado en varias ocasiones, en este país  somos de  entendederas lentas y nos cuesta mucho darnos cuenta de  las cosas. Así , tardamos veinticinco años en percatarnos de que era mejor quedarnos con el mineral de hierro y transformarlo en  unos Altos Hornos ad hoc, en vez de venderselo a carretadas a los ingleses; y otros tantos en  atisbar que , justamente,  el modelo anterior se iba a pique ( ya nos habían avisado desde  Les Forges de L´Adour  de Baiona) metiéndonos en el lío gordísimo de la reconversión industrial de los ochenta.

Ahora parece  que bajo  el  gigantesco paraguas de titanio del Guggenheim, se va difundiendo el modelo del asalto al turista y, de paso, al indígena, un modelo ya muy bien ensayado en el sur de la península. El nuevo modelo se apunta al  fast food de variante vasca, con barras interminables de pinchos pseudo-donostiarras – que los visitantes  suelan llamar «tapas» confundiendose …¡de país!- que proporcionan lo que antes se llamaban «pingües ganancias» gracias a la  hiperexplotación del espacio  tabernero y a la hipoexplotación de mesas, sillas, mantelería y cubertería. Además , el modelo aparece legitimado intelectualmente  por una  teorización  histórico-gastronómica( He de citar aquí por lo bajini al Basque Culinary Center, que Mikel detesta en fondo y forma.

Pero, en fin, si los mensajes que recibimos son:  ¡ A las once , a la calle! ¡Si quiere  más tiempo váyase a un gastrobar!¡Estamos aquí para ganar dinero!;  ¿Cuánto tiempo necesitaremos para darnos cuenta del error de presentar un negocio de ocio como un simple negocio?   ¿Otros treinta años?

De Venecia a Bilbao pasando por Barcelona

 

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Vuelvo en  un vuelo nocturno tras una breve visita   a Venecia, en cuya Università Ca´Foscari he hablado, como casi siempre, sobre la literatura autobiográfica. Tampoco por allí se acaban de creer que lo que hay detrás de todo lo que se tilda de memorias, diarios y dietarios es tanta ficción como en una novela…Pero enfín, no hay peor ciego que el que no quiere ver. Y yo venga citar a Philippe Lejeune y a Paul J. Eakin…

Por lo demás , Venecia estaba petada. Marco  ( mi anfitrión) me ha comentado que el Ayuntamiento está estudiando seriamente la prohibición de acceso  a los grandes cruceros, pues ,  más allá de que la ciudad no da para tanto gentío,  esas inmensas moles rompen cualquier perpectiva  horizontal en una ciudad cuya mayor atractivo es justamente todo lo horizontal. No les vendría mal  a algunos munícipes de acá evaluar lo que se gana y lo que se pierde cuando una ciudad  entra en estos «circuitos» , aunque  ya sabemos que  en estos lares  comprender ciertas cosas  cuesta muchos años ( nuestra burguesía ha sido siempre un poco de la cuenta de la vieja). En cualquier caso, y a pesar de todo, no había problemas para encontrar  un baño donde aliviarse, algo que reivindicaba  el alcalde Azkuna para  los turistas que  visitan Bilbao en fin de semana.

Venecia fue tiempo atrás una curiosidad no siempre reseñable.  Montaigne apenas le hizo caso. A Goethe le interesaron más otros lugares.  Lord Byron recordaba fundamentalmente sus  baños en las aguas de los canales. Browning  se quejaba de que …¡ no le cabían  los paraguas entre las calles! Por Ruskin  ya casi no habría palacios ni iglesias pues siempre se mostró recalcitrante a las reformas monumentales.Y, en fin,  Paul Morand ya avisó de que una Venecia con  tren y carreteras de acceso acabaría devorándose a sí misma.

Pero , qué más da. Luego ya tendremos tiempo para lamentarnos    de haber sido postmodernos sin pasar por la modernidad ( No hay más que ver como se quitan y se ponen los tranvías con una alegría inusitada…. y con un gasto astronómico)

» Señor, tiene que recoger su mesita y enderezar el asiento. Estamos a punto de llegar a Barcelona » me dice una azafata altísima en la que no había reparado. Miro el reloj. On time. Escala rápida y a desayunar en casa.

(Grazie mille Marco e Sofia. Fino al prossimo appuntamento)

 

 

 

 

Sportify

 

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Estoy sudando la gota gorda y mientras doy vueltas al banquillo, intento que mi corazón se avenga a las palpitaciones adecuadas, a esa regla de 220 menos la edad y tal.

Todo ha sido una liada de Koldo.Hoy se había quedado  sin pareja  de frontenis y no me he podido resistir a sus súplicas jeremíacas.¡ Y yo que no jugaba a esto desde que las raquetas eran de madera y se rompían en astillas!

Por otro lado, caso extraño , este de Koldo, pues hasta ahora no se le conocían otras actividades deportivas  que el levantamiento de vidrio y la elaboración minuciosa ( con pluma Montblanc) de recetas de antidepresivos y ansiolíticos. Pero, de pronto , le ha dado por el partido semanal y no perdona ni un miércoles.

«Total, no sé para que nos castigamos tanto» -digo entre sofocos- » si según proclama el gerontólogo Aubrey de Grey, por mucho que nos esforcemos en la dieta y el ejercicio, tan sólo conseguiremos prolongar nuestra existencia terrenal un par de años…A no ser que vayamos sustituyendo  los órganos por otros artificiales y aceptemos cosas como los transgénicos y la carne de laboratorio…»

¡»Ah , mon ami!»-  responde raudo Koldo-  «¿ Y qué sería entonces de la culpa? ¿ Ese sentimiento que nos hace  tan sociales de tan arrepentidos, y que, por cierto, me da de comer ?» «¿La culpa ?»Pues entonces me hago oriental». «Tu verás, con eso sólo conseguirás transferirla de reencarnación en reencarnación….»

Me he quedado sin argumentos que , para mi, es peor que quedarse sin fuerzas. Así que hoy, para cenar, huevos con txistorra. A ver si así conjuro la culpa de este partido extenuante…

Arrebato (sin Iván Zulueta)

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Mi misteriosa y anónima lectora nietzscheana – la llamaré desde ahora «La-que-no-tiene-nombre»- me  ha enviado un email con unas reflexiones sobre la última columna- la de las lentejas quemadas, para entendernos.

Me dice la colega que lo que en esa columna cuento no es sino la manifestación manifiesta de mi » incapacidad para distinguir entre tiempo y duración según  la famosa clasificación de Henri Bergson» -parece que a La-que-no-tiene-nombre tampoco le duelen las citas.

Así, según ella, llevado a la saturación mental por mi empeño en finalizar el dichoso artículo sobre las TIC y la enseñanza un domingo por la mañana ( ¡A quién se le ocurre!), habría  cumplimentado una fase ascética ( algo así como una dura ascensión al Monte Carmelo carmelita) que rompiendo con el tiempo (cronométrico) me  habría arrebatado a una fase mística en la que imperaría la duración, dando rienda suelta a un espasmo visonario  en el que habría circulado de Horacio a Peter Handke pasando por Goethe, subsumiéndome en indicaciones morales universales y trascendentes sobre la educación de nuestros lebreles…Hasta que el olor a lentejas quemadas me habría devuelto contundentemente al tiempo  .

Buena, magnífica , la síntesis de La-que-no-tiene-nombre. Pues es cierto que siempre he tenido un problemilla con eso de las oscilaciones entre la duración y el tiempo. Pues el tiempo no deja de ser algo social y cuantitativo y la duración tiene un punto cualitativo y subjetivo. Aunque haylos también quienes  afirman que podemos compartir duraciones , entre otros el mismo Handke que de ello nos habla en su largo Poema a la duración,o más analíticamente, en las duraciones colectivas de las que disertaba un tal Maurice Halbwachs.

Y otro sí algunos colegas y  algunas colegas que con sus escritos, con sus fotografías o con sus cuadros , con sus  esculturas ,  o simplemente con su conversación  y con su presencia, o , incluso, con sus ausencias, nos arrancan de este tiempo en el que sabemos que vamos a morir y nos colocan en esa otra modalidad temporal en la que somos eternos, aunque la eternidad dure unos segundos, unos minutos o unas horas.

Gracias, pues, corresponsal anónima. Gracias a La-que-no-tiene-nombre. (¿Te manifestarás algún día, querida, sease cual ectoplasma?)