Irati , el film dirigido por Paul Urkijo y estrenado hace apenas un mes, ha alcanzado los 120.000 espectadores en tres semanas, convirtiéndose en la película rodada en euskera más taquillera de la historia.
Todavía no he tenido la oportunidad de verla, pero un buen amigo me ha enviado su particular crónica que reproduzco a continuación ,siendo muy consciente de que sus apreciaciones pueden dar lugar a la polémica que, como siempre, será bien recibida.
IRATI – Izena duena bada
Entré sin mayores referencias a ver la película inspirada en la novela gráfica El Ciclo de Irati, que ahora me apetece leer. La película utiliza como excusa la época histórica de la batalla de Roncesvalles, con la pelea por el poder de los señores de Navarra frente al avance de los musulmanes, para plantear la verdadera lucha subterránea entre la religión pagana y los monoteísmos venidos de Oriente, ya sea el Cristianismo o el Islam.
Dos cosmovisiones enfrentadas a través de la religión: una en la que el ser humano se ve como un elemento más de la naturaleza, que es quien finalmente decide, provee o dispone, y crea respuestas a lo desconocido a través de rituales y ofrendas para Ella, y otra en la que el mismo ser humano se da cuenta del poder de la religión para la manipulación de los pueblos, creando a Dios a imagen y semejanza del hombre, y por tanto colocando a éste en la posición de Dios dominador de la naturaleza, que debe estar a su servicio. En la primera, Mari como diosa, en las segundas, la figura de hombres como Jesucristo o Mahoma.
Los campos de batalla son dos: por un lado, la memoria, el diálogo entre Mari e Irati, la lamia, donde reconocen que en la medida que desaparezcan del recuerdo desaparecerán. Una reflexión pertinente para el contexto actual, donde la existencia de aparatos tecnológicos tan poderosos y disponibles sustituye nuestra propia memoria, con lo que estamos perdiendo sin saber nuestra historia. Quizás cuando nos están robando la memoria nos roban la voluntad, ya que no somos capaces de recordar qué queremos hacer en esta vida.
Y como vehículo de dicha memoria, la palabra como refugio de la existencia. “Izena duena bada”, todo cuanto tiene nombre existe. Es la palabra uno de los terrenos en disputa en la actualidad, con el ecologismo y sobre todo el feminismo creando nuevos conceptos que reflejen la existencia de las discriminaciones (micromachismo, heteropatriarcado,…), ya que cuando no teníamos esas palabras no éramos conscientes de ello, sentíamos algo, pero no sabíamos ponerle nombre. El diccionario oficial y la RAE, al ser tan restrictivos y lentos en la incorporación de las nuevas palabras, no son sino una institución, un poder que trata de retrasar, evitar, invisibilizar nuevas realidades. Y en el terreno individual, debemos ser también conscientes de que si reducimos nuestro vocabulario, reducimos nuestro mundo. Querer escribir con menos letras, menos palabras, más rápido… está estrechando nuestras paredes, nos creemos más libres cuando quizás estemos cada vez más encerrados.
En esta batalla, Mari ha ido perdiendo durante todos estos siglos, más de un milenio ya, pero nunca se dará por vencida, mientras la recordemos, la llamemos. Nos encontramos en un tiempo de encrucijada, donde los modelos actuales de sociedad occidental y de religión están encontrando los límites de la propia naturaleza, abusando demasiado de Ella. Entramos en una época de transición, probablemente el final de los imperialismos de todo tipo (por decrecimiento de la energía disponible), y como parte fundamental de la construcción de nuevos valores sociales deberá formarse probablemente una nueva religión, unas nuevas normas morales que permitan la convivencia. Quizás sea bueno mirar atrás, a las enseñanzas ancestrales, que al final no son sino la concentración de la sabiduría de todas las pasadas generaciones, escondida en los personajes e historias de Mari, las lamias o los galtzagorris. Rescatar lo bueno del pasado es imprescindible para poder construir mejores futuros.
Como toda transición, implicará pérdidas (“Odola, odol truk”, sangre a cambio de sangre). La humanidad no ha sido (creo) nunca capaz de transicionar de un sistema social a otro sin violencia, sin derramamiento de sangre. Uno de los éxitos de la Ilustración ha sido la capacidad de incorporar mayores niveles de educación al porcentaje de población más elevado de la historia. Ojalá sea su último servicio, de fin de época, el reconocimiento racional de que debemos volver a un sistema donde la humanidad sea un elemento más en armonía con la naturaleza, un simple animal mamífero que respeta los ciclos de la vida. Y que sea capaz de convencernos para que ese camino lo realicemos sin violencia, atendiendo a las necesidades de todas las personas, vengan de donde vengan y sean como sean.
Por último, se podrá achacar a la cinta que tiene muchos o igual demasiados momentos inverosímiles. Pero a medida que pasaba el tiempo de la película, y más cuando ésta acaba, te queda el sabor de las historias bien contadas, ésa es una de las capacidades que nos diferencia como especie de un modo único. Quizás sea tiempo de soñar más, y renovarnos en una tierra que a veces se jacta demasiado de ser ‘de ingenieros y realismo’. Rememorar más, buscar las palabras que existían en otros tiempos y que hemos dejado de utilizar nos servirá para volver a conectar con la naturaleza a la que pertenecemos, y que no poseemos.
J.A.