
Y si suele ser verdad que quien tuvo retuvo, lo que en Cerrar los ojos se retiene es una insoportable pesadez del ser, fruto de una melancolía muy destilada.
Mi anterior escriturilla trataba de El sol del futuro de Nanni Moretti, pero no me había dado cuenta de que también hablaba del cine del futuro.Me he percatado de ello al ver Cerrar los ojos, de Víctor Erice que, por comparación, no deja de ser una obra del cine del pasado.
Este film del cineasta de Karrantza está siendo muy elogiado por la crítica. Así Elsa Fernández-Santos indica que se trata de «un canto al cine como identidad y memoria». Pero también ha desatado juicios tan respetuosos como negativos: «Inmune a esta poética de Víctor Erice, no sé qué es peor si la indiferencia o el encabronamiento» ( Carlos Boyero) y otro sí algunos muy comprensivos, como el de Juan Zapater.
En lo que sí coincide la mayoría de los comentarios es en su condición de película testamentaria al suponerla un colofón de su anterior obra cinematográfica, representada por verdaderos buques- insignia de la Historia del cine español, como El espíritu de la colmena(1973), El sur (1983) o, en otro registro, El sol del membrillo (1992)
Y si suele ser verdad que quien tuvo retuvo, lo que en Cerrar los ojos se retiene es una insoportable pesadez del ser, manifiestamente formalizada en casi tres largas horas de un ritmo lento, diálogos densos en parte fútiles, fundidos en negro y otros recursos recurrentes de una melancolía muy destilada.
Obra final, casi ya arqueológica que diría el personaje que interpreta Mario Pardo, puede que no le haga un gran favor a Erice, pues a fuer de ser «una nueva obra maestra» ( Manu Yañez), no cumple con aquel principio que enunció Baltasar Gracián en su Oráculo manual y arte de prudencia: «No aguardar a ser sol que se pone. Máxima es de cuerdos dejar las cosas antes que los dejen».
(c) by Vicente Huici Urmeneta








