
Son muchas las voces que están dando cuenta de la proliferación de informaciones no contrastadas o incluso contradictorias que llegan fundamentalmente a través de las redes sociales en competencia con los medios escritos y audiovisuales convencionales.
Se trata sin duda de un fenómeno concomitante a la expansión del mundo electrónico en nuestra vida cotidiana que , además, favorece la percepción de una cierta horizontalidad informativa.
El problema, se comenta, reside en la incapacidad para evaluar con claridad y distinción la información que así se recibe , pues, además, en función de su interpretación, pueden derivarse actitudes y conductas muy diferentes.
Y si lo anterior ya es problemático en general, lo es, lo está siendo mucho más, en el contexto pandémico que estamos atravesando.
La solución a este problema , a corto, medio y largo plazo, no es otra que el espíritu crítico, y esta capacidad – «competencia» que le llaman ahora- siempre se ha desarrollado bajo la guía del trabajo del pensamiento sobre las representaciones del mundo y sobre sí mismo.
Y para ello es necesaria una buena formación de base filosófica y retórica que debería comenzar en la escuela si se quisiera favorecer la aparición de una ciudadanía crítica.
Filosofía, sí, esa materia cada vez más arrinconada en los planes de estudio, para tener una perspectiva de los problemas del conocimiento y de su lógica.
Y Retórica, no como la ya supuestamente inexistente glosa del lenguaje – en este sentido no hay nada más retórico que el realismo – sino como despliegue de la «sensibilidad formal» en palabras de Paul Valery, ante los dimes y diretes habituales.
Pero aun así, quizás habría que preguntarse si quienes se quejan de esta polución informativa, sin proponer ni dilucidar nada, no forman parte del mismo sistema y de los mismos procesos que denuncian , contribuyendo al parloteo global…








