La administración del Príncipe de la Paz Obama, junto a su fiel perrito faldero británico, ha ejecutado un alarde de adivinación al anunciar al Mundo entero que, algo, hecho por alguien, en algún lugar, en algún momento, va a suceder. Ni el peor de los horóscopos que figuran junto a los ocho errores, se hubiera atrevido a pronunciar augurio tan vago. Pero si quienes dan tan impreciso aviso, son las Agencias de Inteligencia de las mayores potencias…entonces todo cambia. ¡Alerta Mundial! ¿Pero qué utilidad preventiva puede tener una advertencia como la emitida?
La respuesta, quizá la hallemos en la mejor obra de interpretación histórica de la segunda mitad del Siglo XX escrita por la genio Naomi Klein “La doctrina del Shock” dónde se explica cómo manipulan a las masas a través del miedo colectivo los distintos gobiernos de turno. Pero como quiera que nuestro sabio hardware esté equipado para influir decisivamente en nuestro programado software, ocurre que las distintas sustancias químicas segregadas por nuestro cerebro en el transcurso de las situaciones que provocan miedo, temor, pánico, pavor o terror, hacen que éste, llegue a acostumbrarse a ellas, de mantenerse la alrma durante un lapso de tiempo demasiado prolongado, permitiéndole reestablecer su capacidad de reacción ante los estímulos sin verse apenas afectado por las indicaciones de riesgo continuas, acaeciendo como les ocurre a las personas que tienen saturado alguno de sus sentidos o a quien toma cualquier droga, una especie de inflación sensorial que obliga a aumentar las dosis, en este caso de desasosiego y preocupación, para que puedan ser percibidas en su intensidad anterior.
Por otra parte, el psiquiatra Rojas Marcos en su “Nuestra incierta vida normal” apunta al curioso fenómeno psicológico que parece contradecir la ley física de a mayor superficie le corresponde menor presión, que cuando se trata de emociones como las señaladas, la psique sobrelleva mejor el peligro racional que el irracional, arbitrario o azaroso, por lo que está más preparada para afrontar riesgos concretos que aquellos cuya incertidumbre resulta impredecible y ante la que no cabe otra solución que resignarse, que a su vez es un último recurso para enfrentarse al peligro antes de entrar en coma que es la última escapatoria que le queda para evitar en vida el dolor, la angustia y el sufrimiento.
De todo ello se colige que hemos arribado al punto crítico en el que ya no parece bastar el continuo bombardeo mediático con accidentes de tráfico, catástrofes en lugares exóticos o asesinatos en las grandes ciudades; Tampoco debe ser suficiente amedrentar a la gente durante sus comidas con las vacas locas, la gripe aviar, la gripe porcina; Supongo que el Cambio Climático hace tiempo que no asusta a nadie y que el fantasma de Al Qaeda únicamente actúa cuando se le necesita; Ya no digamos dónde ha quedado el miedo a una guerra nuclear, aunque de cuando en cuando, se le pasea a Irán y a Corea del Norte para hacer las delicias emocionales de ancianos Hippies y quienes crecieron escuchando a los Beatles o viendo películas de espías. En consecuencia, no les queda otra que echar mano de anuncios genéricos de uso universal que incidan en cada mente aprovechando sus particulares temores, sin necesidad de dar mayores explicaciones.
Merece la pena entonces, previamente a inducir el coma social al que parecemos abocados, traer a colación, las oportunas primeras palabras con las que el 22 de Octubre de 1978, el Papa Juan Pablo II inauguró su Pontificado desde la Plaza de San Pedro ¡No tengáis miedo! aunque parezcan haber cosechado el efecto contrario al deseado, como cuando desde esos mismos púlpitos que desean atenazar nuestro instinto de supervivencia, se nos hacen reiterados llamamientos a la calma, como a los niños que tras asustárseles con ogros, hombres del saco y el Coco, se les deja a oscuras en su cuarto con un besito de buenas noches.