Harrypotteando la cultura

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La heptalogía de la británica J.K. Rowling cuyo personaje principal Harry Potter es un joven aprendiz de mago por el que las tiernas generaciones sienten una admiración desmedida, no ha tardado en dar sus frutos más allá del maravilloso mundo de la imaginación. Aparte de traducirse en pingües beneficios para las industrias del cine y editorial, las cuales, con la escusa de extender la lectura entre los más pequeños -como si faltasen referentes clásicos de mejor hechura y Disney no hubiera enredado lo suficiente en el sector- han llevado sin escrúpulos a la literatura infantil y juvenil, las técnicas de marketing propias de cualquier otro producto de consumo: mucha novedad, mucha publicidad y mucho contenido vacuo, su inocente lectura ha conseguido introducir en las desprotegidas mentes de los niños, vetustas ideas paganas, que en su momento, mostraron su ineficacia cuando sobrevino un cambio de paradigma en la percepción espiritual de la conciencia que las dejó obsoletas, quedando como motivo residual para inspiración de poetas que proyectaban sobre su evanescencia un Beatus Ille añorado desde la expulsión del Paraíso, toda vez sus padres han descuidado su educación religiosa, aturdidos igualmente por la lectura perniciosa del “Código Da Vinci” de Dan Brown, y cuya consecuencia lógica ha sido que, en la esfera anglosajona, el folklore que hasta ahora representaba las noches de Haloween o las pintorescas procesiones al monumento megalítico de Stonehenge, haya cristalizado, de estas resultas, legalmente en una religión, que como tal, merece todo mi respeto, pero que como digo, en su día dejó de merecerlo para sus propios seguidores, salvo en las leyendas artúricas, donde Merlín respecto al Rey hacía las veces de un Panoramix que permite a un anciano Asterix convertirse en Superman, moderna encarnación del héroe salvador, azote de villanos, paladín de princesitas.
La gente es muy libre de creer en lo que quiera. Pero lo queramos o no, en asuntos de Fe hay también que prestar atención a cómo esta evoluciona en consonancia con la Conciencia: desde no inmutarse por la infeliz ancestral pura inmanencia, hasta el desgraciado desasosiego postmoderno provocado por una incierta transcendencia, desde el más bruto Panteísmo, hasta el estilizado Monoteísmo, desde adorar a la madre Naturaleza, hasta rendir culto a la deslumbrante ciencia; Todo para llegar al Ateísmo practico militante magistralmente retratado en “El espejismo de Dios” del también británico R. Dawkins, heredero a su pesar de una concienzuda e implacable Teología occidental. Porque sí todo es relativo, entendiendo lo relativo no por “estar en relación”, sino como mal sinónimo “de dar igual” o “ser lo mismo”, corremos el riesgo de ver proliferar en breve, asociaciones protectoras de dragones, Oenegés reclamando los derechos históricos de los Gnomos y quien sabe si enseñando a los escolares a escribir con runas en clase de lengua, a interpretar la cávala en hora de matemáticas, a practicar la alquimia en clase de naturales o a hablar las lenguas élficas de Tolkien.

Es posible que tal y como están las cosas, los haya que en todo ello, no aprecien cierto retroceso de la humanidad o incluso que lo tengan por bueno, y sean muchos quienes aún sospechándolo, no les parezca preocupante la actual marcha de los acontecimientos, por juzgarlo del todo inocuo ante el imparable Happy End que nos aguarda en el despliegue histórico del Absoluto Hegeliano en el que creen firmemente al extremo de no ser conscientes de su Fe. Pero, no sería la primera vez, que una entera sociedad se colapsa, como enseña el mito platónico de la Atlántida o más recientemente la obra del antropólogo J. Diamond donde analiza los conocidos casos históricos de la cultura Micénica o Maya, pues, aunque hoy todavía nos parezca difícil entenderlo por vivir en la cresta de la ola Ilustrada, hay periodos en los que se desaprende u olvida lo adquirido colectivamente, como sucediera con la lectura jeroglífica egipcia o con la arquitectura tras la caída del imperio Romano. A veces sucede por factores climáticos como una pronunciada sequía, otras por continuas guerras, en ocasiones por una mala previsión de los gobernantes…Mas, no pocas veces, todo ello no hubiera sido suficiente para ponerle punto final trágico a su existencia, si sus integrantes hubieran practicado las virtudes individuales y colectivas celebradas en su tiempo, entre las cuales, que duda cabe, hoy en día habríamos de contar el pensamiento crítico, el método científico, el escepticismo, la inquietud por el saber y desterrar para siempre la superchería, los dogmas y la irracionalidad.

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