Estaba el otro día en una cafetería de Barcelona, cuando entre el tumulto a mis espaldas, una tertulia de jubilados subidita de tono llamó poderosamente mi atención. ¡No era para menos! Lo que se discutía en la mesa contigua era si, los miembros de la GAES merecían o no, una buena paliza. Al principio, entre la música, la televisión, la gente que gritaba más que hablaba, la lectura del periódico y que por educación no deseaba escuchar conversaciones ajenas, como que no me enteré demasiado de que iba la cosa, salvo por algunas ráfagas que llegaban entrecortadas “ …pues yo, me negaría a darles un céntimo más a esos canallas (…) es un auténtico robo (…) actúan impunemente, siempre metiendo miedo con sus abogados (…) a esos hay que darles butifarra (…) y al Don Ramón de los cujons, me gustaría pillarle por la Rambla…” La verdad es que me tenían intrigado; Cada vez leía menos las noticias y escuchaba más aquel debate del que todavía no lograba atar todos los cabos: Primero, ¿ Qué les habían hecho los miembros de la GAES para tenerles tan enfadados? Cierto que conozco a una amiga que ha sufrido varias operaciones en el oído, y que está algo cabreada con los elevados precios de los audífonos, pero no pasa de ahí, claro que ella es de aquí y estos otros, catalanes y como se dice, la pela es la pela; segundo, si sabían en concreto quién les estaba haciendo la vida imposible, un tal Don Ramón, a qué venia tomarla con todos los miembros de la GAES cuya plantilla seguramente está integrada por personal altamente cualificado que desarrolla una excelente labor social; y tercero, si esa gente que discutía en voz alta era sorda…cómo es que mantenían en aquellas inaudibles condiciones, a su edad, una conversación tan larga y bien traída, sin decirse unos a otros ¿qué has dicho? ¡Perdona! ¡No te he oído!… Elucubraciones como estas rondaban mi cabeza buscando coherencia a cuanto se venia comentando, cuando en esto, acercose el que parecía dueño del local e intervino efusivamente para retarles con que les invitaba de por vida a los cafés si tenían los arrestos suficientes como para esperar a uno de esos indeseables y darle de bastonazos allí mismo en su establecimiento la próxima vez que viniera. Oído esto, decidí salir de mi anonimato para indagar sobre el particular que reunía todos los ingredientes para escribir un artículo como el presente. Tras disculparme por escuchar su conversación, les conminé a que me pusieran al tanto. Así, me informaron atropelladamente de infinidad de abusos y tropelías de la GAES, pero sin llegar a explicármelo del todo bien, de modo que les interrumpí para abordar la cuestión de forma ordenada. Pues bien, fue decirles solo que, en mi opinión, la mayoría de las personas a las que desearían darles una paliza, son gente honrada, muy profesional que no hacen otra cosa que velar por nuestro bienestar, que casi me linchan allí mismo. Menos mal que, en medio de la algarabía montada, alguien se cagó en el Canon Digital, otro maldijo al “Rey del pollo frito” y más de uno profirió de todo contra los derechos de autor dando vítores al top manta. Entonces, hice frente a aquella tromba de acosadores que se me echaban encima coléricos, enojados y muy pero que muy excitados levantándome de la silla donde me tenían acorralado y les exclamé ¡ Que no son la GAES que son la SGAE! La matización, pareció cogerles por sorpresa, porque de súbito enmudecieron. Se dejaron caer sobre los asientos, y cuando parecía que todo había acabado, alguien entre los presentes acertó a preguntar Pero entonces…¿Sigue en pie lo de darles una paliza? Como comprenderán, no me atreví a contrariarles por segunda vez.