EpC: Dónde tomar buen café

Supongo que aquí pondrán el café como a mi me gusta, que es como debe ser: en tacita blanca, con poca leche, sin crema, sin más espuma de la necesaria, caliente pero no hirviendo, sin caramelitos junto a la cucharilla...

Mis papilas no aprecian lo que mis pupilas: ni los tomates saben al tono rojo por el que pago a precio de oro su kilo, ni el café demuestra en el paladar lo que luce en la clásica taza blanca estilo costumbrista de la típica estampa galdosiana, de la que -es todo un aviso- tampoco se desprende aroma alguno que despierte en mi, como lo hiciera la magdalena de Proust, entrañables recuerdos de infancia junto a mi abuela esperando a que la cafetera italiana filtrara toda su sustancia, pues aunque no me permitieran tomar ni un sorbo de aquel negruzco mejunje, su embriagadora fragancia permitía disfrutar su intenso sabor sin necesidad de probarlo.
Este asunto es más misterioso que la desaparición de los huevos blancos de los supermercados, pues creo no ser el único en darme cuenta que el olor a café ha desaparecido por entero de nuestros bares, restaurantes y hasta de las cafeterías, tanto, cuanto el insomnio que provocaba cuando era de calidad. ¿ Qué está sucediendo? Tengo la impresión de que nos escamotean el buen café para mantenernos dóciles y sumisos, que por algo lo prohibieron clérigos islámicos y Gobernantes cristianos, al comprobar como el populacho se envalentonaba tras ingerir unas pocas dosis, pues a diferencia del alcohol y el tabaco, éste no solo no perturbaba los sentidos y las capacidades mentales, que por lo visto, las agudizaba excitándolas todavía más, asunto que no interesaba antes, ni ahora, menos con la que está cayendo.
El buen café se ha de tomar solo, la leche lo único que hace es estropearlo; claro que si el café es de mala calidad, cuanta más leche se le eche, menos se notara. A caso sea por eso que, pese a toda lógica comercial, últimamente los cortados podrían pasar por auténticos cafés con leche pequeños…El asunto se complica cuando, en nuestra sociedad capitalista donde todos buscamos el máximo beneficio al menor coste propio y mayor mal ajeno, la leche que se añade, sea de peor calidad que aquella del café que se desea disfrazar con su presencia. Así empezó hace dos décadas la moda de añadirle crema a la mala leche, que se sirve al mal café, para darle más cuerpo, dicen los entendidos, y algo de razón llevan, porque si ustedes supieran cómo se confecciona la cremita…igual la vomitarían ahorita mismo. Para entendernos: la crema que le echan a mala leche, siendo esta una especie de mortaja del difunto café, vendría a ser el maquillaje de un cadáver pasadito de días.
Gracias a mi condición de Magoo, fui muy afortunado en darme cuenta inmediatamente de este proceso desde comienzos de la década de los noventa. Hacía tiempo que venia detectando cómo el café, tanto dentro como fuera de casa, perdía paulatinamente tanto sabor como aroma, sin pasarme inadvertida la curiosa coincidencia de que las casas comerciales comenzaron a anunciar productos con “Denominación de Origen”, más caros que los que hasta aquel entonces adquiríamos. No obstante, una cosa era tener la mosca sobre la nariz, y otra muy distinta la certeza de que algo raro estaba sucediendo; mientras la maldad no estaba muy extendida, necesité ponerme padecer del estómago varias veces hasta que relacioné aquellos vómitos repentinos con la “Conspiración del café”, descubrimiento que hice tras darle un primer trago a un café con leche en el bar que había al lado de mi casa; con la confianza da ser cliente fijo, me atreví a comentarle a Víctor, el dueño, que el café estaba malo, cuando en otros lados o lo dejaba, o me lo tomaba por haberlo ya pagado; el buen hombre me retiró la taza y de inmediato me sirvió otro, no sin antes, hacer curiosas maniobras propias de un alquimista que jamás antes le observé; tras probar con precaución este segunda pócima, me debió ver la cara, entonces el hombre tuvo los reflejos de relacionar en su defensa que había empezado a usar crema de leche, porque las mismas señoras que le pedían leche desnatada, ahora querían la cremita…Así descubrí el origen de mi malestar general repentino, y empecé a investigar el asunto.
En estas dos décadas, las cosas han ido de mal en peor; hoy podemos ver como al café se le echa de todo, menos café: leche condensada, nata, cacao, vainilla…lo peor, es que a la gente le encanta la tontería, y a este paso, no me extrañaría nada que me pongan sin previo aviso mayonesa. Si ustedes como yo, desean tomar buen café, pero no tienen la suerte de poder ver con la lengua y el olfato como es mi caso, entonces empiecen a fijarse en lo que les comento: si el café es de baja calidad, los cortados los ponen como cafés con leche pequeños; si además la leche es de dudosa consistencia, le suelen añadir crema; si además la crema es mala, ahí aparecen las chocolatinas junto a la cucharilla y la taza, como el aspecto visual del brebaje ya empieza a delatar los flojos ingredientes, un truco muy común es presentar cualquier opción como un capuchino, para que al cliente le sea imposible divisar el sospechoso color de la impostura; y ni les cuento que se están llevando a la boca, si en lugar de un bombón, le ponen un caramelito de café.

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