Craso error civil

Marco Licinio Craso, fue un acaudalado aristócrata romano dotado de gran habilidad política – fue el artífice del denominado Primer Triunvirato junto a su protegido Julio Cesar y Pompeyo – y aún probada pericia militar – aplastó la revuelta de Espartaco- quien sin embargo, tomó la imprudente decisión de combatir a los Partos para obtener igual gloria y reconocimiento de la que ya gozaban sus otros dos socios, labrándose con ello su propia ruina y sumiendo a la República en una Guerra Civil entre Cesar y Pompeyo, al desaparecer el equilibrio de poder por él mismo ideado. Pero curiosamente, el hecho que mejor ilumina su figura, no tiene nada que ver con sus éxitos o fracasos cosechados en la arena política o en los campos de batalla, sino con un dato extraído de lo que los expertos denominan intrahistoria.
En el 70 A.C., un gigantesco incendio casi destruye Roma. Un diligente Craso, conmovido por el horror de los ciudadanos, decidió crear el primer servicio de bomberos del que tenemos noticia, integrado por sus esclavos. Tan noble iniciativa, pronto se vio truncada por su afán de lucro. Su servicio de bomberos, del que había fundadas sospechas también era brigada pirómana, se regía por un curioso protocolo: en cuanto los vigías que tenía apostados en los tejados más altos de la ciudad le avisaban de un conato de incendio, acudía con su brigada a las inmediaciones del lugar, pero no se ponía sin más a sofocar el fuego; Antes discutía con el dueño el precio del servicio para desesperación del infeliz que se veía en la tesitura de endeudarse con Craso o ver como su hogar era pasto de las llamas. El precio, subía con su indecisión y según el fuego aumentaba los estragos, no era infrecuente que al final de las negociaciones, los desdichados propietarios acabasen vendiendo sus títulos de propiedad al propio Craso que los adquiría a modo de favor, por mucho menos de su valor.
Esto sólo fue el comienzo. Animado por el éxito, pronto se convirtió en el primer promotor inmobiliario de la ciudad especulando con los terrenos como nunca antes se había visto;
Para evitarse complicaciones con los tribunales o ser acusado por sus enemigos políticos, que no eran pocos, se rodeó de un ejército de intermediarios ambiciosos que hacían las veces de testaferros, por medio de los cuales negociaba y extorsionaba a los propietarios legales de cualquier finca en la que se hubiera fijado o sirviese a sus más taimados fines.
De este modo, multiplicó su inmensa fortuna que no vaciló emplearla en comprar voluntades por medio del préstamo y la usura a familias influyentes con problemas económicos: hacer favores a terceros, adquirir cargos públicos o impulsar carreras político-militares como la de un joven Julio Cesar, sin ir más lejos. Su dinero personal le posibilitó pertrechar a legiones enteras cuando el poder de Roma se vio amenazado por la revuelta de Espartaco. Tal era su poder.
Si Craso se hubiera detenido aquí, seguramente hubiera pasado a la historia como un gran hombre de negocios y excelente banquero. Pero su desmedida ambición le llevó a declarar la guerra a los Partos sin haber necesidad, contra los que dirigió siete Legiones a las que condujo a una humillante derrota en la que además de su propio hijo, perdieron la vida más de 20.000 hombre y otros 10.000 fueron hechos prisioneros. Ofuscado por el estrepitoso fracaso y abatido por la pérdida de su hijo, accedió acudir al campamento de los Partos para mantener conversaciones de paz. Allí fue apresado y obligado a beber una copa de oro fundido como castigó por el daño gratuito inflingido por su avaricia.
El comportamiento de Craso, lamentablemente nos es muy familiar a quienes estamos al tanto de cómo actúan los bancos y los banqueros. Sin embargo, ya no contamos entre nosotros con actores tan decididos e ingeniosos como Jasón de Tralles, citado por Plutarco, quien sosteniendo en su mano la cabeza de Creso entonó los versos de Eurípides “Traigo desde el monte un tallo recién cortado” lo que ciertamente supone todo un craso error por nuestra parte.

2 comentarios en «Craso error civil»

  1. Hay un pequeño error al final: se trata, evidentemente, de la Cabeza de Craso y no de Creso. Pero resulta que si hubo un rey Creso, rey de Lidia. Parece ser que fue en este reino donde por primera vez se inició la acuñación de monedas. En su tiempo el rey Creso fue considerado el hombre más rico del mundo. No me extraña el error al pensar en riquezas, bancos y banqueros.

  2. Pido disculpas a los lectores por este error involuntario del texto. En todo momento tengo muy clara la diferencia entre Creso y Craso, pero resulta que me hallo releyendo la Historia de Heródoto y acabdo de pasar el capítulo correspondiente a Creso, por lo que se me ha debido colar un lapsus linguae. Te agradezco la observación y la dejo sin corregir para que se entiendan los menajes.

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