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Lo tiene todo para tratarse del número agraciado con el Gordo de Navidad o cuando menos con el sueldo soñado por cualquier mileurista que aspire a catorce pagas con finiquito y vacaciones, doradas condiciones del proletariado anterior. Pero va a ser que no. La cifra corresponde a la cantidad de familias que fueron desahuciadas judicialmente – que no justamente – durante el pasado primer trimestre por no haber podido hacer frente a la hipoteca o el alquiler de su vivienda, dato ofrecido sin rubor alguno, por el mismo Consejo General del Poder Judicial, resultado que triplica con creces los desahucios habidos en el mismo periodo del 2008 cuando todavía hablábamos de desaceleración de la décima potencia económica mundial. Y no quisiera transmitir mi más profunda indignación sobre este particular con el Gobierno, el Parlamento, los Tribunales, los Partidos políticos, la Policía y demás entidades sociales, por consentir la subversión del Estado civilizado dando preferencia al derecho sobre la Propiedad por encima del derecho a la Vivienda, sin antes condenar la violencia de los GRAPO, que tanto daño han causado a la clase trabajadora, porque estoy plenamente convencido, de que este problema no se soluciona eliminando a los banqueros y sus familias como si fueran cucarachas, sino con mucho diálogo pacífico y democrático encaminado a promulgar la Pena de Muerte Constitucional para delitos económicos como llevo exigiendo desde hace años, que es lo que necesitan ahora esos padres que se ven de patitas en la calle con sus hijos pequeños durmiendo bajo los puentes de la M-30 madrileña o en improvisados campamentos a las afueras de las grandes urbes y lo que están reclamando desesperadamente los ancianos que tras una vida de penurias, trabajo y sacrificio se ven arrojados al arroyo en medio del Estado del Bienestar.
No obstante, no me resisto recomendarles “La estrategia del caracol” excelente película colombiana de 1993 dirigida por Sergio Cabrera, donde se aborda metafóricamente el fenómeno del acoso inmobiliario, en el que yo enmarco cuanto está sucediendo en nuestros días con la excusa de la ficticia crisis, presentando personajes de distintas clases sociales e ideologías que se enfrentan al problema desde muy diversas perspectivas a situaciones fácilmente extrapolables a nuestra coyuntura socio-política, prestando especial atención al muy aleccionador final de la trama, que no desvelo por respeto a la propiedad intelectual. La obra maestra galardonada en infinidad de Festivales Internacionales como el de Berlín, se inspiró inicialmente en una noticia aparecida en un diario local sobre un curioso desahucio en el que la lentitud de la justicia colombiana fue tal, que para cuando se dispuso el desalojo, el inmueble hacía tiempo que había desaparecido.
El argumento, narrado en el denominado Realismo Mágico latinoamericano, permite que las mentes ágiles y despiertas puedan tomar buena nota para conducirse activamente en los casos concretos que les corresponda, gira en torno a unos inquilinos que se resisten a ser desalojados de un edificio en el que ha puesto sus ojos la especulación. Mientras unos vecinos ganan tiempo legal por medio de toda suerte de argucias y triquiñuelas que siempre existen en el Código Legal, el resto implicados en las labores de Resistencia, armados de paciencia e inteligencia, desmontan literalmente todo el inmueble trasladándolo a escondidas a otro lugar; De ahí el título de la tragicomedia. Pero el final…¡Ay! ¡Que final! se quedará grabado en sus retinas.
Pues bien, creo que la ciudadanía ha de pensarse la posibilidad de un final parecido para todos y cada uno de los grandes Palacios que albergan nuestras traidoras Instituciones, al objeto de frenar en seco su descarada trashumancia camaleónica, del Parlamento a las Juntas de Accionistas, obligando a la Casta Parasitaria, a quedarse a ras de calle, en contacto directo con la indignación ciudadana, recuperando para la auténtica Democracia la soberanía sobre los asuntos vitales que nos afectan y no como sucede ahora, que la misma caracolea entre el BBVA y el Banco de Santander. Pero como digo con ¡Paz y Amor!

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