Ya pueden decir lo que quieran las tradiciones judeocristianas o sus herederas hegelianomarxistas sobre el signo positivo del final de los tiempos o de la historia en el que prevalecerá el Bien sobre el Mal, que de momento, lo único de lo que tenemos constancia es de lo contrario; sirva de prueba que pese a reconocerles como los malos malísimos de la escena, desde Caín, hasta el Dr. House, los personajes más despreciables o reconocidos como tales en la imaginaria vulgar, son en cambio, los mejor recordados que de ahí a admirarlos sólo hay un paso, por ejemplo Calígula y Nerón entre las decenas de Emperadores Romanos, Barrabás frente al buen ladrón, Hitler entre los gobernantes alemanes o Falconetti de la célebre serie “Hombre rico; Hombre pobre” que inspira estas líneas.
Este verano a nuestras playas como de costumbre llegan en vuelo charter turistas a tomar el Sol, gentes en patera a las que broncearse no les hace falta y por ello se ponen a trabajar como esclavos y traídos por la marea, algunos cuerpos subsaharianos que esperamos den algún servicio a las facultades de medicina para cubrir los gastos que genera su continua recogida y almacenaje. También durante estos meses comprobamos como quienes vienen ilegalmente, apenas causan problemas de orden público – para eso tenemos a los perroflautas del 15-M que deseaban atentar contra el Papa con un coctel Molotov – mientras aquellos a los que hemos dejado entrar con todas las de la Ley se lo pasan bien haciendo el gamberro como ha ocurrido en Lloret de Mar o causando alborotos en Madrid – ¡Perdón! El del coctel Molotov era un exaltado de la JMJ – y sin embargo los primeros acaban en los Centros de Internamiento para Extranjeros y los otros se les permite continuar con la fiesta, cuando en sus países de origen como podemos observar ocurre en Londres se les hubiera juzgado y encarcelado por vía sumarísima.
Y es que, sin que se diga en el Tontodiario, si los esquimales como en un anuncio de detergente saben distinguir una docena de tonalidades de blancura, nosotros en España no nos quedamos cortos a la hora de discriminar entre extranjeros, siendo la primera diferencia la que establecemos por su nivel adquisitivo entre extranjero rico y extranjero pobre; Porque no somos un país racista, sino clasista. El racismo sólo lo usamos para diferenciar en un segundo nivel. Por ejemplo, un eslavo rico ha de gastar más que un Yankee para ser atendido con la misma simpatía, como un árabe ha de derrochar el doble que un eslavo para obtener el mismo reconocimiento; Más difícil lo tienen los asiáticos y los negros ni os cuento, estos como mínimo además de derrochar, han de ser muy educados, superlimpios, con carrera, elegantes al vestir, y aún así, ya lo dejaron claro en “Adivina quien viene a cenar esta noche” siguen sin ser aceptado como uno más de nosotros aunque se alisen el pelo y digan que les gusta Elvis.
La verdad, es que lo tenemos mejor montado que el Apartheid en Sur África, que de visible que era, resultó ineficaz para el mismo propósito que aquí todos perseguimos: la felicidad sostenible de los seres humanos. Nuestras Leyes democráticas dignas de Nuremberg, dividen a la población en nacionales y extranjeros; a los extranjeros en Comunitarios o extracomunitarios, los extracomunitarios en turistas e inmigrantes y finalmente, los inmigrantes en legales e ilegales. Pero como digo, al final, esta clasificación del personal se supedita al poder adquisitivo del sujeto a clasificar, cosa que sin pensarlo bien repugna a mucha gente pero que de meditarlo un poco más, es evidente que eso es mejor a que sea por asuntos tan subjetivos como la belleza, nivel cultural o capacidad para jugar al ajedrez, lo que no quita para que en ocasiones así suceda en casos aislados con modelos, escritores o deportistas que entran por la puerta grande a gran velocidad. Lo cierto, es que no se hace nada distinto a cómo dividimos a los nacionales y en consecuencia no le podemos reprochar a la sociedad española aplicar a los demás una medicina distinta a la que toma ella misma.
Sin embargo, hemos de reconocer que tratamos mejor a nuestros gitanos quienes ya llevan tanto tiempo entre nosotros que toleramos – que bella palabra “tolerancia” que nos sitúa por encima de lo tolerado en lugar de emplear esa mierda del “respeto” – su afición por vivir en el extra-radio en campamentos chabolistas, cuando a los rumanos pronto les hostigamos para que levanten sus improvisados asentamientos, auténticos focos de infección moral-sanitaria. Por eso la reciente irrupción en un pinar junto al Pantano de La cuerda del pozo en Soria, de dos millares de franceses y holandeses sin el permiso correspondiente, va a poner a prueba una vez más nuestra capacidad para distinguir entre pueblos y gentes.
De entrada ¡Ya vamos mal! Si se han percatado, el único fallo de los medios de comunicación en el caso de Lloret de Mar, fue dar a conocer los hechos, cosa que se pudo haber evitado para no dañar la imagen del turista como se ha hecho; No obstante, fíjense en que se tuvo la precaución de no tratar la noticia como suele hacerse con los casos de rumanos o subsaharianos cuyas nacionalidades pronto salen a la luz para incriminar a todo su grupo étnico, racial o nacional; en el caso de Lloret, no se citó ninguna de las nacionalidades implicadas, aunque todos tenemos muy claro que eran la mayoría ingleses…¡Así se debía haber hecho en el caso actual de Soria! Pero no…en la primera noticia, ¡ale! a comentar a los cuatro vientos que son franceses y holandeses…¿Por qué? ¿Por qué esta diferencia de trato?
Es difícil dar con la respuesta de guiarse por la raza, tanto los de Lloret como los de Soria son caucásicos, tampoco sirve la religión mayoritaria que será la cristiana, menos nos ayuda su condición Comunitaria y dudo mucho que su pertenencia o no al euro sirva para contestar. Lo que resuelve la cuestión, es ni más ni menos que mientras extranjeros blancos cristianos comunitarios turistas de Lloret de Mar vinieron en avión, ocupando hoteles para dejarse la pasta en discotecas y comercios, estos otros de Soria, han venido en caravanas, acampando al aire libre sin dejarse un duro en nuestros hoteles, Campins, cafeterías o restaurantes.
Para finalizar esta divagación, traigo a la memoria la observación que me hiciera en la terraza de un hotel de cinco estrellas en Fuengirola mi amigo Tavo de profesión mecánico de la economía sobre la ausencia de pedigüeños en las zonas turísticas; lo más que se consiente cerca de los giris son vendedores ambulantes que no espantan el negocio hotelero aunque hunda al pequeño comercio. ¿Cómo debe ser! La miseria debe hacer competencia a la miseria y la escoria ha de vivir junto a la escoria. Por eso, las clases bajas son mucho más racistas y xenófobas que las personas pertenecientes a la clase alta de la sociedad que desde la distancia gozamos de una perspectiva más objetiva del problema pudiéndonos permitir ser tolerantes y sobre todo generosos con su prójimo y toda la humanidad, siempre y cuando se queden en sus lugares de origen y no vengan a abusar de nuestra caridad.