Hace tiempo que perdí la ilusión de festejar eso que llaman Año Nuevo, entre otras razones, porque comprendí que era algo demasiado arbitrario como para hacer de ello motivo de alegría. Cada cultura tiene su propio ritmo que obedece a distintos signos verbigracia, el día en que llega al trono el Rey de turno, las fases de la Luna, el comienzo de la siembra o de la cosecha, el regreso del salmón, el despertar de una marmota, o como sucedía en Egipto a la crecida del Rio. Entre nosotros, la tradición obedece a algo tan funcional como a que los cónsules romanos tomaban posesión de su cargo anualmente en Enero, detalle que resalzó la reforma Juliana y que posteriormente fue heredada por el Calendario Gregoriano.
Puestos a señalar un día de partida y llegada del ciclo existencial, hoy parece más apropiado ajustarlo a la fuerza motriz que impera en nuestra sociedad, a saber: La producción o el consumo. De este modo, si los antiguos se servian de hechos políticos, astronómicos o agrícolas para identificar el principio y final de algo tan etéreo como un año, en una sociedad desarrollada y moderna como la nuestra, no estaría de más preguntarnos qué realidad verdaderamente distingue momento tan especial.
Puesto a cavilar sobre el asunto, lo primero que me vino a la mente fue otorgar al tránsito entre el 31 de Agosto y el 1 de Septiembre el distinguido honor. Porque es en Septimenbre, cuando de verdad empieza nuestro Año Nuevo, cuando inciamos el curso escolar, que volvemos a la rutina tras las vacaciones con los mejores propósitos de enmienda, que nos apuntamos de nuevo tontamente a las clases del inglés que jamás aprenderemos bien, que encargamos en el kiosko los fascículos de las colecciones que de sobra sabemos no vamos a terminar, que ardemos en deseos de reencontrarnos con las series de televisión que también reanudan su emisión, con ganas de que empiece la Liga, etc. Pero tan pronto la idea iba cobrando forma en mi cabeza, le vi un gran inconveniente: ¿Con qué cuerpo se podía festejar el fin de las vacaciones y el regreso al trabajo? Por muchas estrategias mentales que adujera, como por ejemplo, que ejercería de compensación psicológica para contrarestar el conocido Síndrome Postvacacional a modo de eclosión de los últimos dias, como hicieran los jerarcas nazis ante la inminente caida del III Reich, era dificl convencerme de que el jolgorio superaría al que en la actualidad se disfruta, cuando a diferencia de esta edición, caen fuera del fin de semana.
La segunda opción, era evidentemente la contraria: Situar el comienzo del año justo al inicio de las vacaciones; Ahora si había suficiente motivo de alegría para echar la casa por la ventana, o al menos guardarla en una maleta. Sin embargo, la sola idea de llevar a la práctica la iniciativa no aventuraba una buena acogida entre la población, que como a un niño que se le diera elegir una fecha para su cumpleaños, dificilmente escogería ubicarla durante las actuales fiestas de Navidad, siquiera por sus inmediaciones, pues sería como desperdiciar una ocasión de rebiri regalos dado que, cuando estos se acumulan, no lo hacen en la misma cantidad que cuando hay cierta distancia temporal. Así, lejos de parecer adecuado situar los festejos de Año Nuevo junto a un motivo que lo sustente emocionalmente, casi se debía buscar una fecha en la que no hubiera nada que festejar ni tampoco por qué lamentarse, para de este modo vencer la inercia fatídica del destino humano.
Con esta certidumbre, exploré la posibilidad de probar con el último día para entregar la Declaración de Hacienda, como quien después de haberlas pasado canutas se da un homenaje e incluso pensé en la noche anterior al inicio de las rebajas…pero todo esfuerzo era esteril: en ambos casos, como que no quedaba demasiada pólvora que quemar para echar cohetes.
Después de todo, resulta que la festividad de Año Nuevo, está bien donde está. Lo que sigo sin entender muy bien, es por qué algo así, provoca tanta alegría como para celebrarlo. Claro que la respuesta puede residir en que hoy no sea la alegría lo que cause la celebración, sino que sea la celebración el motivo de alegría, en cuyo caso, daría igual cuando se coloque la fiesta en un calendario circular; Bien mirado, podrían hacerse dos festejos de comienzo de Año Nuevo en los dos Solsticios y ya metidos en harina, en los dos Equinoccios.
Lo cierto es que el único motivo por el que celebramos el fin de año algunas personas (y personos) es porque si, por San Queremos, por San Podemos, Porque Si, Porque También, etc, es decir, se trata de encontrar un motivo, el que sea, para coincidir con millones de personas mas en todo el mundo que también han encontrado un motivo para estar alegres durante unas horas, aunque sean motivos tan endebles que si los sometiéramos a un ligero escrutinio nos produciria tal vez depresión o ataques de ira mas que justificados…por eso prefiero no pensar a fondo si lo que festejamos es el fin de un año o el inicio del nuevo, si la botella estaba medio vacio o medio llena.