Uno de los mayores riesgos que encierra el Régimen Democrático lo supone el continuo debate de los asuntos entre los distintos representantes del pueblo elegidos precisamente para discutir sobre aquellos problemas que afectan a la entera comunidad. Por eso, los españoles estamos de enhorabuena, dado que la Mayoría Absoluta del Partido Popular le deja al Gabinete de Rajoy las manos libres para conducirnos en estos tiempos de crisis sin la obligación de perder el tiempo en disputas parlamentaristas cuya mediación sólo sirve para el lucimiento de algún que otro Catón y en ocasiones, ¡ni eso!, tal como está el patio en oratoria que habría de antecederle la hache para darla por buena a tenor de la palabrería allí empleada sin la menor gracia retórica a lo largo de las horas.
Porque, puestos a recortar sueldos de funcionarios, las pensiones de los jubilados, la universalidad de la sanidad a desempleados e inmigrantes, las prestaciones a las personas con discapacidad, los servicios sociales a los más desfavorecidos y marginados, la plantilla docente en educación, los derechos laborales y demás, lo suyo, es recortar también en Democracia para evitar desajustes que incomoden en demasía a los mercados nada amigos de los asamblearismos institucionales, ni espantar a los posibles inversores como los promotores del futuro Eurovegas.
Por eso, me encanta el ninguneo que el Presidente aplica al Congreso de los Diputados, con qué suficiencia legisla a golpe de Decreto sin necesidad de votaciones, con qué prudencia evita hacer declaraciones a los periodistas que andan a su caza y captura por los pasillos para luego tras ordenar a sus subordinados que no las realicen afirmar categóricamente “si desean saber algo, pregúntenme a mi”, con qué maestría veta cualquier intervención en Comisión Parlamentaria que pueda arrojar pública luz sobre temas tan espinosos como lo sucedido con la quiebra de Bankia o el escándalo “Divar” del CGPJ, con qué naturalidad niega evidencias como la subida del IVA, la solicitud del rescate, la insolvencia del sistema bancario, para de inmediato hacer precisamente lo contrario en un alarde de prepotencia que viene a decir “A mi no hay quien me tosa”; Casi me emocioné cuando contemplé con qué energía sus escoltas evitaron que un Senador socialista se atreviera a dirigirse a su persona para darle un casco de los mineros de León. Y es que, a eso se le llama “mandar” y no la tibieza habida hasta ahora.
En la Moncloa, todos los gatos son Pardos. Pero Rajoy, no precisa ser más franco de lo que ya es. Él es, como no se cansó de repetir durante toda la legislatura anterior en la oposición, una persona muy predecible. Basta con escucharle hablar para saber lo que va a hacer en breve, sólo que entre su dicho y su hecho, nuestros oídos deben operar como sucede con el sentido de la vista, invirtiendo el mensaje antes de decodificarlo correctamente en el cerebro. Sin embargo, también podemos observar cierta coherencia si en lugar de atender al discurso nos fijamos en sus hechos de cuya secuencia debemos inferir que en el horizonte de su agenda gubernamental se recortará la libertad de prensa, la de expresión, el derecho a huelga, la libre circulación por el territorio y todas esas cualidades que caracterizan eso que llamamos Democracia, sólo que, ya no se lleva lo de “suprimir libertades”, ahora se le llama “recortes”.
Así, una vez tomada a la brava la Dirección de RTVE, anunciado el amago de actuar contra quienes protesten los símbolos Institucionales, ensayado el peaje en las autovías madrileñas, etc, me ha parecido muy oportuno y toda una declaración de intenciones, la valiente decisión de suprimir sin contemplaciones el “Debate sobre el Estado de la Nación”. ¿Para qué? ¿Para qué unos digan que está muy mal y otros peor? ¿Para que todo el mundo sepa que además de pobres somos corruptos? Sabía decisión soberana, tomada sin miedo a la crítica demagógica y mucho menos a la opinión de la Comunidad Internacional.