El Nobel de la Paz según reza en el Testamento de su promotor, “debe entregarse a la persona que haya trabajado más o mejor, en favor de la fraternidad entre las naciones, la abolición o reducción de los ejércitos y la celebración y promoción de procesos de paz». Seguramente más de uno pensará que el pobre hombre se estará revolviendo en la tumba enterado de que su medalla a ido a parar a gente como Kissinger, Arafat, Obama, por no irme muy lejos en el calendario. Es lo que sucede cuando no se especifica claramente lo que se entiende por Paz.
Por suerte, en el Ayuntamiento de la Capital Noruega, existe un Comité para dirimir el asunto con planteamientos éticos más profundos que los expresados vagamente por el fundador. Porque la Paz, es algo más que no hacer la guerra o evitarla. En ocasiones, la Paz necesita echar alguna que otra Bomba Atómica para su consecución definitiva. En consecuencia, lo expresado en el testamento no es más que una infantil directriz que debe ser interpretada con holgura en función de los acontecimientos. Es en dicha holgura donde tiene cabida la entera Europa como merecedora del Premio Nobel de la Paz.
Es posible que Europa en su conjunto haya hecho matanzas fuera de su territorio. ¡Justo es reconocerlo! Pero nunca antes de haberlas cometido dentro de si misma, cosa que nos honra. Porque, sólo quienes padecimos la guerra, el hambre y la miseria durante siglos, estábamos en condiciones de exportarla en su justa medida para que de su realidad el mundo obtuviera provecho y alegría, en forma de Democracia, Desarrollo y sobre todo Libertad, palpables cualidades de aquellos pueblos que no se resistieron al natural curso de los acontecimientos.
Es posible también, que las distintas potencias que ahora conformamos la Unión Europea, no dejáramos de batallar entre nosotras durante la primera mitad del siglo XX. Ahí están las dos Guerras Mundiales para demostrarlo. Pero ¿Puede haber Paz sin haber Guerra? Si se nos responsabiliza de haber llevado al entero Planeta a la Guerra, justo es que se nos reconozca igualmente haber dado la Paz, al menos en dos ocasiones. ¡Es más! Si alguien merece tan noble distinción, somos nosotros los europeos. Y deberíamos estar muy enfadados por no habernos concedido este preciado galardón en 1945.
Desde aquello, hemos soportado con estoicismo cómo distintos individuos incapaces de montar por si solos una Guerra, han recibido el premio. ¿Pero qué Paz puede ofrecer un sólo individuo de no estarse callado y quietecito? Es por ese motivo que los países integrantes de la Unión Europea, hartos de ver como se nos despreciaba edición tras edición, por miedo a que la OTAN se nos adelantase en la carrera hacia la Paz, decidieron hacer la Guerra por su cuenta sin enfrentarse a sus vecinos, reconvertidos en socios: los ingleses armaron una buena en Palestina, luego no han dejado de colaborar en todas las Guerras que les ha sido posible junto a los EEUU, dieron buena leña a los argentinos con ocasión de las Malvinas; los franceses no se quedaron atrás con lo de Argelia, han expulsado de sus tierras a pueblos enteros de sus islas del Pacífico – tiene gracia – para hacer pruebas nucleares, no escamotearon recursos para iniciar el Genocidio de Ruanda; los belgas ahí donde los tienen la bordaron en el Congo ¡Qué carnicería! los Griegos con los turcos…Pero, estaba visto que no había nada que hacer por separado. La concesión del Premio Nobel de la Paz al Presidente alemán en 1971, estaba claro que debió ser a título honorífico.
Tomada conciencia de que haciendo la Guerra por separado los europeos nunca más estaríamos en disposición de alcanzar el Premio Nobel de la Paz, decidimos unir nuestras fuerzas terrestres, marítimas y aeroespaciales para combatir en Santa Alianza allá donde tuviéramos la oportunidad de demostrar nuestras ansias de alcanzar la Paz: Somalia, Irak y Afganistán, donde nuestras bombas inteligentes y nuestras operaciones selectivas de castigo, han imprimido un nuevo espíritu más humanitario al noble arte de la Guerra como en su día lo hiciera la aparición de la Cruz Roja en el campo de batalla.
Los europeos somos conscientes del gran revuelo que ha causado nuestra designación. Pero no nos avergonzamos de ello. Nos tienen ¡Envidia cochina! Todo el mundo está en guerra, sea esta grande o pequeña, externa o interna…así que no nos vengan con monsergas. ¿A caso Suiza o Andorra se lo merecen más? Será por lo poco que contribuyen a la guerra lavando el dinero negro como todo paraíso fiscal y lo mucho que ayudan a mantener la paz social de las dictaduras custodiando el dinero robado a sus pueblos. Por eso, como europeos, hemos de rechazar sin paliativos las explicaciones que justifican nuestro Premio Nobel como otorgado a nuestra capacidad de entendimiento tras la Segunda Guerra Mundial cuyo fruto sería estas siete décadas de Paz Interior…
Los Europeos, merecemos este Premio porque hemos hecho avanzar la idea de Paz hasta donde nadie había imaginado. Durante siglos los pensadores han oscilado entre “Si quieres la Paz, prepara la Guerra” y ese otro más ñoño de “Si quieres la Paz, prepara la Paz” no faltando los folkloristas morales que propugnaban la idiotez “Haz el amor y no la Guerra” como si fueran cosas distintas. Nosotros, hemos demostrado que haciendo la Guerra en el exterior puede alcanzarse la Paz Interior, sin necesidad de practicar aquella locura de “amar a nuestros enemigos”, “poner la otra mejilla”, o sus postmodernos herederos del “Paz y Amor” o el “Diálogo de Civilizaciones” que sólo son Paz para hoy y Guerra para mañana.