Si Hitler cuenta un chiste ¿Nos podemos reir?

Según profundizamos en el conocimiento de la comunicación lingüística, observamos cómo el ideal de que las palabras signifiquen lo que significan, se complica por momentos, pues no siempre a cada voz le corresponde un único significado ni a cada significado le corresponde una única voz, es el problema de la homonimia y sinonimia cuyos nombres, a pulso se tienen ganado sonar a enfermedad, aunque de ello vivan los poetas. No es de extrañar entonces que desde la antigüedad algunos filósofos declarasen la imposibilidad de la comunicación humana más allá de un marco convencional.

Entre muchas otras trabas añadidas al acto comunicativo, encontramos la debida contextualización que el receptor ha de practicar al mensaje y de entre las múltiples circunstancias a ponderar en su correcta codificación ulterior, hemos de anteponer las características propias del interlocutor. Así, atendiendo a su relación con nosotros estaremos en mejor disposición de captar partes implícitas del contenido que precisan de experiencias comunes, según lo consideremos digno de confianza le prestaremos mayor credibilidad a la conversación, su apariencia física activará los prejuicios, etc, de cuya importancia, no siempre somos del todo conscientes.

El asunto, no por corriente, es baladí para el testimonio de un testigo cuya simple imagen o trayectoria vital, a falta de más pruebas puede invalidarlo por completo. Ahora bien, ¿hasta qué extremo las características de un emisor pueden incidir en el contenido de un mensaje?

Ciertamente, si un niño de cuatro años se dirige a nosotros alertándonos sobre la presencia de una tarántula en su habitación o un borracho nos narra con todo lujo de detalles cómo los extraterrestres le han abducido, haríamos bien en no llevarnos un susto por lo que seguramente será una araña en el primer caso, ni dignarnos a llamar a Iker Jiménez por un vulgar delirium tremens del Sábado noche. No obstante, por muy niño que fuera el primero y cogorza que llevara el segundo, si ambos hubieran afirmado que “dos más dos son cuatro” ¿Sería ello motivo para no tomar en consideración su resultado? Evidentemente no. A la matemática no parece afectarle las características personales de quienes operan con ellas para asignarles valor de acierto o error a las operaciones.

Pero no todas las materias de conversación son capaces de disociarse tan fácilmente de su emisor, como tampoco sucede con el resto de actos humanos donde la ética se entromete en la técnica. Por ejemplo, el dinero. Cuando nos llega una moneda al bolsillo, en principio lo único que nos interesa de ella es su valor técnico de cambio y no su valor moral. ¿Qué valor moral puede tener un Euro a parte del conferido por Adam Smith respecto al trabajo del que emana toda riqueza de toda nación? Mas, todo se complica cuando estimamos la procedencia de dicho Euro. Supongamos que alguien nos paga por un trabajo honrado como es dar clase de filosofía a su hijo, empero, he aquí una posible dificultad, conocemos que ese individuo se gana la vida practicando abortos. La mente humana en estos casos tiene infinidad de recursos para eludir el problema de su conciencia, sin los cuales, nada en nuestra sociedad podría funcionar, porque no nos engañemos: el que no es un asesino, es un ladrón, violador, estafador, proxeneta, traficante, pedófilo, defraudador, explotador, banquero…En cambio, ello resulta poco menos que imposible en el acto comunicativo cuando tenemos presente quién profiere el mensaje.

Dedicándome como me dedico al conocimiento, siempre he procurado disociar lo más posible al emisor de su mensaje. La vida de los distintos filósofos a cuya lectura he dedicado buena parte de la mía, aún reconociendo que las mismas además de fascinantes incidieron sobradamente en la génesis de su obra – la muerte de Sócrates dio pie a los Diálogos de Platón – nada me han interesado. Y es que, ya durante la adolescencia indagándome sobre estos asuntos me planteé íntimamente la cuestión de “si Hitler contara un chiste ¿Me reiría? La respuesta entonces fue ¡Sí! Y no he variado en nada mi posición al respecto, dato importante, pues a la cuestión de si ¿Hubiera pegado un tiro a Hitler de haber tenido la oportunidad en el 33? La respuesta fue ¡No!, y ahora, seguramente ¡Sí! Lo que refuerza considerablemente mi convicción de que la primera interpretación que hemos de hacer del mensaje ha de ceñirse al mensaje mismo.

Cada vez que los gobernantes intentan desacreditar las acusaciones de corrupción proferidas por sus adversarios políticos reprochándoles su pasado igual de corrupto con ¡Y tu más! como acaban de hacer los miembros del Partido Popular con Rubalcaba, lejos de convencer al auditorio sobre su inocencia, potencian el grado de verdad que pudiera contener su mensaje, pues, si un corrupto se atreve a levantar la voz contra otro corrupto en el país del Lazarillo de Tormes donde nadie reclama si se lleva lo suyo, es de suponer que será más cierto que si calla.

Es cierto que la actitud de Rurubalcaba, puede parecernos bochornosa, escandalosa, hipócrita, cínica, impostora y cuantos apelativos deseen, pero ello, no tendría por qué invalidar lo que dice en un momento dado. Según el criterio de que “un corrupto no puede denunciar a otro corrupto”, pocas voces autorizadas nos quedan en el país para acometer la tarea de señalar con el dedo la corrupción político-empresarial incrustada en nuestras Instituciones.

Veamos….no sé…quién podría contar con la autoridad moral suficiente y los medios necesarios para frenar a toda esta pandilla de canallas…¿Los intelectuales? No, la mayoría anda en el comercio de las subvenciones y no van a morder la mano que les da de comer. ¡Sigamos!…¿Los ídolos de la canción o el deporte quizá? Me da a mi que estos no les andan a la zaga en corrupción y debemos dar gracias que la SGAE no es un Partido político….A lo mejor si buscamos entre los empresarios ¡Mejor no!…¡Quién! ¡Quién! ¡Ah! Ya lo tengo…¡El Rey!

Aunque yo sea republicano, pueden reírse del chiste.

Un comentario en «Si Hitler cuenta un chiste ¿Nos podemos reir?»

  1. Algunas veces se ha propuesto someter a los candidatos a cargos oficiales electos a unas pruebas para determinar sus capacidades y conocimientos. Pues bien, sería también muy interesante comprobar sus habilidades como contadores de chistes. No estaría nada mal que nos hicieran reír un poco antes de hacernos llorar con sus acciones de gobierno. El tipo de chiste elegido por el candidato podría suministrarnos valiosas pistas acerca de sus futuras acciones en el poder.

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