Germán Coppini, vocalista de “Golpes bajos”, cantaba en los Ochenta aquel curioso tema confesando su clandestina afición a coleccionar moscas, quejándose amargamente de que las grandes se comían a las pequeñas engordando por momentos hasta el extremo de reventar la caja donde se hallaban. No dudaba en calificar el suceso de escena macabra, advirtiéndonos que los insectos voraces no se conformaban con nada, llegando a temer él mismo por su vida.
Hoy sin embargo, la FAO ha insistido en que seamos nosotros, los seres humanos, quienes participemos de tan suculento banquete, en clara indirecta a los occidentales que por tabúes alimenticios que ni Marvin Harris podría justificar, despreciamos lo que según los expertos de dicho organismo debe ser todo un manjar.
Es normal que cunda la suspicacia y la gente se pregunte frente a la jaula de moscas en sus nichos de hormigón con ventanas a la jungla de asfalto ¿si tan bueno es comer insectos, si tan nutritivos son…por qué no se lo disputan los restaurantes de la guía Michelin ni los vemos aparecer con precios caros en sus cartas? Porque, como dijera el genial Spinoza en su “Tratado Teológico-Político”, aludiendo a los bienes espirituales ofrecidos por la religión, resulta cuando menos extraño escuchar hablar desde los distintos púlpitos de un supuesto “Bien Supremo” cuando lo normal es que de haberlo encontrado alguien, se lo guarde para si manteniéndolo alejado de la mirada y alcance de los demás, máxime cuando los demás, se cuentan por miles de desgraciados y quienes los anuncian a bombo y platillo se cuentan con los anillos que adornan sus manos.
Para vencer dicha resistencia a dejarse engañar como a chinos ¡nunca mejor dicho! pues es China una de las potencias engullidoras puestas como referente cultural de tan magnífica despensa que nos brinda la Madrastra Naturaleza, bastaría atender qué productos hoy son apreciados por paladares sibaritas y bolsillos pudientes entre quienes acostumbran a dar la razón a Thorstein Veble sobre el consumo conspicuo elevado a la enésima potencia.
Si observamos detenidamente el aspecto de los percebes o las cocochas, si pensamos en la procedencia de las angulas o el caviar, las ancas de rana, los caracoles…no tendríamos estómago para aceptarlos sin escrúpulos de igual modo que le sucedería al pobre comensal de hacer lo propio con los callos, los jibiones en su tinta, cualquier embutido que se le presente entre pan y pan, los champiñones que es mejor no pregunten o sin ir muy lejos, todo producto de Malc Comas o Borrikin.
Pero, como este tipo de reflexiones no convencen a nadie, vamos a intentarlo por la vía económica: Hoy por hoy, los insectos y quien dice insecto habla también de parásitos de toda especie, abundan a nuestro alrededor y en nuestras casas. Hasta ahora, nos molestaban y deseamos vernos libres de ellos porque no les sabíamos dar una utilidad. Más si hacemos caso a la FAO y vencemos nuestros remilgos, no sólo veremos diversificada nuestra dieta, que también habremos encontrado una fuente gratuita de nutrientes hasta que al gobierno se le ocurra gravar la caza e ingesta de insectos. Por si ello fuera poco aliciente, además del ahorro económico, la captura e ingesta de insectos podría convertirse en una satisfactoria actividad de ocio en familia donde los renacuajos podrían pasarse las horas muertas atrapando y comiendo hormigas, orugas o cucarachas, sin que los mayores se preocuparan de lo que se llevara a la boca, ni de tener que darles la merienda.
Supongo que en su afán de pedagogía social, pronto el Telediario mostrará a nuestros políticos reptilianos inclinando hacia atrás sus cabezas mientras dirigen a sus gaznates sabrosos gusanos y escarabajos. Mas, mientras Arguiñano no aparezca friendo en la sartén langostas bíblicas, difícil veo yo que el personal se anime. Antes parece más plausible adoptemos la otra sugerencia coincidente en el tiempo con la de la FAO, esta vez procedente del frente sirio, donde uno de los rebeldes nos ha presentado el “Canibalismo de combate” consistente en comerse al enemigo. Que en nuestro caso, sería matar dos insectos de un bocado.