El Pacto de la Zarzuela

En ocasiones, cuando el verso del poeta se queda a medias justo en el momento que dice “Caminante…¡No hay camino!” y todos asentimos resignados “Es verdad. ¡No lo hay!” Resulta que ¡sí!, que si lo hay. Yo mismo publiqué un oscuro pronóstico bajo el título “¡Mal! ¡Mal!” donde aventuraba una previsible nueva poda en el árbol genealógico adyacente al accidente como única salida airosa a todo el trasunto del yernísimo. Y sin embargo, Don Juan Carlos, ha dado de nuevo una gran lección a todos de cómo se puede solventar los asuntos de familia de un modo justo y decoroso para todos. pero antes de explicar a qué me refiero, deseo exponer un hecho:

Desde mi postura republicana, nunca aceptaré como buena en nuestros días la figura de un Rey; menos todavía cuando dicha figura más que neutral, es neutralizadora de los genuinos valores democráticos, pues nada hace por interceder contra los abusos del poder en favor del Pueblo que de casta le viene al galgo. Ahora bien, debo reconocer que en Don Juan Carlos, siempre he visto un ejemplo de buen familiar, preocupado por los suyos, deseoso de colocar bien a su progenie económica y afectivamente, atendiendo a las muchas necesidades de sus hermanos, sobrinos, nietos de sangre y también los políticos que ustedes no se hacen ni idea de cuanta gente cabe en el Palacio de la Zarzuela y alrededores. Dejando a un lado asuntos humanamente comprensibles de los que nadie debería ocuparse en público, Don Juan Carlos, si debería representar algo, no sería ni a España, ni la Democracia, ni siquiera la Realeza, sino la institución de la Sagrada Familia, y me extraña mucho que de ello no se haya percatado el máximo representante de la Iglesia en el Reino, Roucco Varela. Dicho lo cual, prosigamos…

Reunidos todos los picos de aquí y de allá, sin dirimir si esto fue para uno y esto para otro, seamos prácticos ¿De cuántos millones de euros estamos hablando en el caso Urdangarin? Creo que no superan los 20 millones de euros. Pues bien, la dación del Yate “Fortuna” que le regalaron los empresarios a su Rey al Patrimonio Nacional, valorado en 18 millones de euros, es un primer gran paso para resarcir a las Arcas Públicas y restituir el honor de la Casa Real. Si a esta entrega se le sumara la renuncia a la fortuna heredada de aquel mallorquín a la Comunidad Balear, yo, y creo que muchos más, nos daríamos por satisfechos y hasta aplaudiríamos la valentía y la inteligencia mostrada en este bochornoso asunto. De verdad lo creo así.

Y algo se debe estar cociendo al respecto, porque al de pocos días de anunciar la Casa Real la cesión del yate a Patrimonio Nacional, la Audiencia de Mallorca ha reducido sustancialmente la fianza de Urdangarín con la excusa del IVA que parece valer para como deducción para estos trances, innovación jurídico-fiscal que me parece excelente para todos.

Pero lo mejor de este digámosle “Pacto de la Zarzuela” de cambiar “bienes por perdones” para que Don Felipe tenga alguna oportunidad en el relevo, es que, Su Majestad el Rey, por una vez ha marcado el buen camino de la rectificación, restauración, contrición y verdadera muestra de arrepentimiento a todos los implicados en casos de corrupción política o financiera del país, porque “obras son amores y no buenas palabras” a la salida del hospital. Si los Partidos y empresarios se dieran por aludidos como mínimo de querer imitar al Rey, deberían empezar por abstenerse de aceptar ninguna subvención durante la próxima legislatura; si los sindicatos tuvieran un mínimo de vergüenza por su traición continuada en los comités de empresa pactando despidos y jubilaciones anticipadas, deberían vender su patrimonio para contribuir, esta vez económicamente, al fondo de desempleo; y si los bancos desearan mantener el tipo ante el arranque de pundonor mostrada por los Borbones, cuando menos, deberían entregar de inmediato a los Municipios todos los pisos y lonjas comerciales que tienen vacios para que se pongan a disposición de la ciudadanía que las ha pagado con creces.

Un comentario en «El Pacto de la Zarzuela»

  1. Me parece una donación un poco envenenada; de las que van a costar dinero al patrimonio nacional.

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