Para evitar los excesos del Absolutismo, la Ilustración juzgó conveniente introducir en la Teoría política la denominada “División de Poderes” en el Estado moderno, separando el Ejecutivo, el Legislativo y Judicial como primer paso para poner coto al omnímodo poder del Gobernante, fuera este Rey, Príncipe o Regente a quien en un principio se le reservaron las tareas de gobierno de los asuntos comunes en interés general, desde entonces sometidas a la Ley de la Constitución. Sin embargo, quién sabe si por descuido, dejadez o sencillamente por considerarlo en su momento irrelevante, junto a las tareas ejecutivas que con posterioridad se distinguirían entre reinar y gobernar, en cualquiera de los casos parecían mantener igualmente la de encarnar al Estado y representar al Pueblo, de modo que, a sus ya muchas responsabilidades gubernamentales e institucionales se le sobrentendieron las aparentemente simbólicas de presidir las ceremonias, los festejos y cualquier acto multitudinario de alcance nacional, entre los que se cuentan acudir a las zonas afectadas por catástrofes, acompañar a las víctimas en su dolor y asistir a funerales.
Esta función de presencia y representación en actos públicos de alegría y dolor, acaece a todos los niveles institucionales desde Alcalde al Rey y por paradójico que parezca, ninguno de los eslabones en la cadena ha propuesto o renunciado en trescientos años que se le exima de esta función que, desde un punto de vista racional podría parecer que distrajera la atención del gobernante de los problemas que requieren toda su concentración, talento, sabiduría y tiempo para el óptimo desempeño de su menester, pues no se ustedes, pero de ser yo gobernante, no podría trabajar a tropicones en asuntos de Estado como la Defensa, la Economía, la Salud o la Educación, si a cada momento me viera entre recepciones de futbolistas, asistiendo a entierros o abrazando a afectados por cualquier desgracia, por no comentar las idas y venidas a reuniones y mítines del Partido para salir en el Telediario de las tres todos los fines de semana.
Hace tiempo que se viene comentando que la nueva clase política debe estar bien enchufada para mantenerse al día de los acontecimientos y poder responder con agilidad a cuantos retos aparezcan en el horizonte en el mundo de la información donde la realidad se sucede a velocidades relativistas. A lo mejor, sería más útil y necesario, separar en los representantes institucionales las funciones técnicas de su cargo como puede ser presidir las reuniones del Gabinete de Ministros, las sesiones del Congreso o los plenos del Ayuntamiento, de las emotivas y folklóricas como las de presidir finales de Copa o acudir a zonas siniestradas en labores plañideras de acompañamiento.
Esta “Separación de Funciones” que propongo como he adelantado, permitiría al Gobernante y representante institucional dedicarse en cuerpo y alma a las tareas primordiales que interesan a la Sociedad, cuáles son, las directamente relacionadas con la producción de bienes y gestión eficaz de los recursos, lo que de por sí, ya supondría todo un beneficio directo para la ciudadanía. Pero además, de ello se seguiría un segundo provecho, a saber: los ciudadanos ganarían en libertad mental a la hora de evaluar a sus gobernantes al no confundir en ellos al personaje que trabaja en su cargo, con quien le acompaña sentimentalmente como un amigo o familiar más en las alegrías y las penas colectivas, como si no bastara desayunar, comer y cenar con ellos todos los días gracias los medios de comunicación.
La función de gestión técnica, evidentemente quedaría en manos de los Presidentes, Jefes de Estado, Ministros, etc; la función de Asistencia, Presencia y acompañamiento en momentos de conmemoración, exaltación o dolor colectivos, sería delegada en personajes de la vida pública asociados a valores por la mayoría reconocidos de mérito, ejemplaridad, honradez, inteligencia o sacrificio, de científicos, artistas, maestros, médicos, socorristas, con especial preponderancia por profesionales dedicados al mundo del teatro y la dramatización, quienes libres de ambigüedad dentro de su humanidad, no comuniquen con su imagen todas esas otras turbias cualidades relacionadas con el mundo de la política que ha acaparado las instituciones relacionadas con la rivalidad, la corrupción, la mentira y la manipulación.