Por la Separación de Funciones

Para evitar los excesos del Absolutismo, la Ilustración juzgó conveniente introducir en la Teoría política la denominada “División de Poderes” en el Estado moderno, separando el Ejecutivo, el Legislativo y Judicial como primer paso para poner coto al omnímodo poder del Gobernante, fuera este Rey, Príncipe o Regente a quien en un principio se le reservaron las tareas de gobierno de los asuntos comunes en interés general, desde entonces sometidas a la Ley de la Constitución. Sin embargo, quién sabe si por descuido, dejadez o sencillamente por considerarlo en su momento irrelevante, junto a las tareas ejecutivas que con posterioridad se distinguirían entre reinar y gobernar, en cualquiera de los casos parecían mantener igualmente la de encarnar al Estado y representar al Pueblo, de modo que, a sus ya muchas responsabilidades gubernamentales e institucionales se le sobrentendieron las aparentemente simbólicas de presidir las ceremonias, los festejos y cualquier acto multitudinario de alcance nacional, entre los que se cuentan acudir a las zonas afectadas por catástrofes, acompañar a las víctimas en su dolor y asistir a funerales.

Esta función de presencia y representación en actos públicos de alegría y dolor, acaece a todos los niveles institucionales desde Alcalde al Rey y por paradójico que parezca, ninguno de los eslabones en la cadena ha propuesto o renunciado en trescientos años que se le exima de esta función que, desde un punto de vista racional podría parecer que distrajera la atención del gobernante de los problemas que requieren toda su concentración, talento, sabiduría y tiempo para el óptimo desempeño de su menester, pues no se ustedes, pero de ser yo gobernante, no podría trabajar a tropicones en asuntos de Estado como la Defensa, la Economía, la Salud o la Educación, si a cada momento me viera entre recepciones de futbolistas, asistiendo a entierros o abrazando a afectados por cualquier desgracia, por no comentar las idas y venidas a reuniones y mítines del Partido para salir en el Telediario de las tres todos los fines de semana.

Hace tiempo que se viene comentando que la nueva clase política debe estar bien enchufada para mantenerse al día de los acontecimientos y poder responder con agilidad a cuantos retos aparezcan en el horizonte en el mundo de la información donde la realidad se sucede a velocidades relativistas. A lo mejor, sería más útil y necesario, separar en los representantes institucionales las funciones técnicas de su cargo como puede ser presidir las reuniones del Gabinete de Ministros, las sesiones del Congreso o los plenos del Ayuntamiento, de las emotivas y folklóricas como las de presidir finales de Copa o acudir a zonas siniestradas en labores plañideras de acompañamiento.

Esta “Separación de Funciones” que propongo como he adelantado, permitiría al Gobernante y representante institucional dedicarse en cuerpo y alma a las tareas primordiales que interesan a la Sociedad, cuáles son, las directamente relacionadas con la producción de bienes y gestión eficaz de los recursos, lo que de por sí, ya supondría todo un beneficio directo para la ciudadanía. Pero además, de ello se seguiría un segundo provecho, a saber: los ciudadanos ganarían en libertad mental a la hora de evaluar a sus gobernantes al no confundir en ellos al personaje que trabaja en su cargo, con quien le acompaña sentimentalmente como un amigo o familiar más en las alegrías y las penas colectivas, como si no bastara desayunar, comer y cenar con ellos todos los días gracias los medios de comunicación.

La función de gestión técnica, evidentemente quedaría en manos de los Presidentes, Jefes de Estado, Ministros, etc; la función de Asistencia, Presencia y acompañamiento en momentos de conmemoración, exaltación o dolor colectivos, sería delegada en personajes de la vida pública asociados a valores por la mayoría reconocidos de mérito, ejemplaridad, honradez, inteligencia o sacrificio, de científicos, artistas, maestros, médicos, socorristas, con especial preponderancia por profesionales dedicados al mundo del teatro y la dramatización, quienes libres de ambigüedad dentro de su humanidad, no comuniquen con su imagen todas esas otras turbias cualidades relacionadas con el mundo de la política que ha acaparado las instituciones relacionadas con la rivalidad, la corrupción, la mentira y la manipulación.

Mierda y representación

 

Aunque sólo sea una vez cada cuatro años, pareciéndome del todo desequilibrada la proporción entre el tramo del calendario dedicado al atolondramiento general por medio de estímulos visuales, acoso constante mediante megafonía, anuncios sorpresivos que interrumpen la programación, propaganda partidista disfrazada de información en los Tontodiarios y misas mitinales exacerbando la más abyecta de las adhesiones a las que puede aspirar la voluntad humana, la Democracia dedica un día a la reflexión, que aunque en sus inicios pudiera resultar escaso margen para tomar una decisión tan importante como lo es decidir quién nos va a representar, según se suceden los distintos planes de estudios, observamos con admiración que el tiempo otorgado empieza a ser adecuado a las necesidades neuronales de la población educada fuera del espíritu crítico y en la total obediencia.
Dependiendo de la idea que uno tenga del Arte, este deberá representar la realidad tal cual es, mostrar su ideal corrigiendo sus defectos, servir de vehículo de ideas, surtir de ejemplos gráficos de la Verdad, la Amistad, la Fe, retratar cuanta belleza hay en la Naturaleza, el Hombre y la Sociedad, hacer de vanguardia estética ensanchando horizontes mentales…si bien está muy arraigada la impresión de que el Arte ha de gustar, cuando a mi modo de entender, bastaría con que precisamente se limitara a impresionar, es decir, a causar y transmitir impresiones, mal que estas causaran disgusto, desagrado y hasta repugnancia.
Los primeros humanos con nociones de representación y cánones estéticos, no dudaron en utilizar sus propios excrementos, entre otros fluidos cual natural pigmento. En la actualidad, no son pocos los artistas que han recuperado tan ancestral costumbre de contar con su propia materia prima como sangre, mucosidades, orines, sudor, semen, cera, saliva, heces y hasta lágrimas al objeto de implicarse en su obra más allá de la mera creatividad intelectual, dejando algo de si en ella a parte de su intención. La idea me pareció genial dentro de la esfera estética. Sin embargo, pronto comprendí la enorme fuerza simbólica que podía seguirse de este otro Arte Real Escatológico, de emplear su pringosa técnica para denunciar a los poderosos.
Yo, hasta este momento, tengo mi pequeña pinacoteca secreta, de la que ya dejé pista escrita en mi ensayo “Memorias de un retrete y otros escritos cochinos” donde en cada obra aparece retratada al mejor estilo de los “Grabados” de Goya, las distintas personalidades e Instituciones de nuestro tiempo que para evitarme querellas, las envío derechitas al excusado, pues aunque no veo delito en pintar a Reyes, Presidentes, Banqueros, Generales, Ministros…como diría Fernando Fernán Gómez ¡A la mierda! como tampoco lo es hacerles un retrato al oleo o a acuarela, como quiera que mi particular visión de lo que debería ser la función primordial del Arte, no participe la mayoría, creo comprensible que para espíritus tan nobles y delicados como los mencionados que han olvidado del todo que son mortales, no les haría ninguna gracia que se les representase con mierda y menos todavía que además de mortales, ¡son cagones! Porque quién más quien menos, todos producimos mierda.
Pensando sobre ello, sobre si tenía derecho o no a representar y retratar a las distintas autoridades y dignatarios con mierda y hacer una exposición pública de mis lienzos producidos en mi oculto taller donde por caballete tengo una taza y asiento un humilde bidé, tomé la terrible decisión para un artista de mantener mi obra desconocida para el gran público. No tanto por un falso respeto que esta gente de ningún modo merece, o porque me avergüence yo mismo de mis fechorías marrones. ¡Para nada! Lo que contra mis más enérgicos impulsos ha motivado que mi obra Escatológica no haya visto la luz en este cuarto de siglo, obedece nada más a que simpatizo con el derecho que toda persona tiene a ser retratada y representada con su propia mierda y no con mierda ajena, porque como bien saben ustedes, sólo huele mal la mierda de los otros.
Caí en la cuenta de esta terrible limitación moral, cuando estando estudiando en Florencia a comienzos de los noventa, rodeado como estaba de los espíritus de Da Vinci, Miguel Ángel, Brunelleschi, Giotto y demás genios de los Uffizi y alrededores, dieron comienzo los juicios contra varios amigos insumisos bajo los auspicios de aquel Biministro de Justicia e Interior que tenía cara de bellaco. Desde la patria de mi querido Maquiavelo, le dirigí una carta solicitándole que tuviera a bien reservarme un poco de su mierda y la delicadeza de enviármela por servicio urgente a la Residencia de Estudiantes donde me encontraba dispuesto ha hacerle un retrato. ¡Hasta hoy!
Su silencio, frustró mi carrera como pintor Institucional y ya ni les cuento de la Corte. Pero aprovechando la ocasión que me brinda el Estado de poder reflexionar sobre la representación, mientras ustedes piensan a quién van a votar, yo me empiezo a cuestionar si a caso cuando la mierda es general, pública, circulando por doquier sin la menor consideración e impudicia, estoy haciendo bien en ocultar por más tiempo mi talento e inclinaciones estéticas, por unos caducos principios que ya nadie respeta empezando por esta gentuza que nos hace elegir y comulgar con su mierda cuando bastante tenemos con la nuestra, y debería de dejar de tener escrúpulos en representarles a todos ellos en pública exposición retratados con mi propia mierda, pues, a fin de cuentas, toda la vida es mierda, y la mierda, mierda es.

De la retribución del cargo público

http://www.youtube.com/watch?v=oFfDm5pWrCk

Me ha llegado al correo un texto con el sugerente título “Recogida de firmas para bajar el sueldo a los políticos” que anima a su lectura. De principio a fin no tiene desperdicio, pero me lo he pensado bien antes de colgarlo tal cual en mi “Inútil Manual” pues en ocasiones, tras las buenas intenciones aparecen remedios peores que la enfermedad, no siendo pocas las veces que la demagogia cuela entre col y col lechuga…Mas como quiera que lo rubricaría sin a penas modificación alguna, me he sumado a la propuesta, no sin antes plantearme racionalmente la cuestión de, la correcta retribución de un cargo público, que no es cosa que pueda dirimirse por simples impulsos viscerales a ras de la coyuntura.

En la Democracia ateniense, obviados extranjeros y mujeres, sólo participaban quienes disponían de riqueza suficiente como para disfrutar ocio que les posibilitaba dedicarse a los asuntos de la polis y hacer así política. Quienes no tenían ocio, entiéndase esclavos, negociantes, ciudadanos pobres o campesinado, no podían participar de la política y menos de la Democracia, más que nada, porque difícilmente atenderían los problemas de la ciudad, si al mismo tiempo estaban obligados a cuidar de sus tratos particulares. Se mirase por donde se mirase, resultaba contraproducente, bien porque al no tener nada que perder medirían con menor cautela sus decisiones, bien porque carentes de posesiones, era muy difícil que desde el poder se abstuvieran de adquirirlas en detrimento de la comunidad. Y no les faltaba razón. Como tampoco faltó ocasión a quienes podían hacer política de legislar a su medida para sancionar el statu quo, aunque de esto ya se hablaba menos pese a las reformas de Solón encaminadas precisamente a mitigar dicha tendencia.

Para corregir los peligros derivados de la participación en la toma de decisiones por quienes tienen poco que arriesgar con ellas, no han faltado fórmulas: desde reservar el acceso a la Asamblea o Senado a una determinada clase como la Patricia en Roma o los Lores en Inglaterra, hasta restringir el sufragio sólo para quienes tenían títulos nobiliarios, poseían tierras o pagaban impuestos. En cambio, para afrontar el mal de la corrupción, desde Platón a penas se ha ensayado otra estratagema que la de retribuir magníficamente bien al cargo público, colmándolo de prebendas y honores, con el ánimo de que no necesite nada mientras esté trabajando para sus vecinos, ganando tanto en su puesto, como el que más se beneficie de su labor comunal, de modo que, la natural tentación de hacerse con la propiedad ajena quede espantada ante la mera posibilidad de perder el poder que ostenta, la admiración de sus conciudadanos, los privilegios de su posición y tan alta retribución que le procura su cargo.

No estaba mal pensado. La idea era atraer al cargo público no sólo a los poderosos del momento, sino también a los más capaces, para que la ciudad contase al frente de sus instituciones con los mejores, que no otra cosa significa etimológicamente la Aristocracia. Por supuesto, Platón en su “República”, ya previno que, previamente era preciso formar al ciudadano en la virtud a través de la educación, no vaya a ser que los más capaces y los mejores, también fueran los más granujas, corruptos y depravados, como tantas veces ha sucedido en la historia.

Durante la Antigüedad, los riesgos derivados del ejercicio del poder, se moderaban con un equilibrio tácito entre la riqueza económica, el poder político, la fuerza militar y la influencia espiritual que sin embargo, no impedía se repartiese siempre entre los más pudientes de la sociedad, como sucedió todavía en la Modernidad, donde para corregir los desmanes institucionales, los ilustrados idearon la famosa división entre el Ejecutivo, Legislativo y Judicial, que como dijera Fernando VII son los mismos perros con distintos collares.

Mal que bien, la actividad política discurrió por estos retorcidos surcos hasta conseguirse el sufragio universal en la Era Contemporánea, en la que se nos permite a todos elegir y ser elegidos. Evidentemente, ello no se ha logrado sin sangre, sudor y lágrimas y mucho menos sin antes establecer un sistema de retribución suficiente del cargo público que permita a cualquier ciudadano, indistintamente de su grado de riqueza o pobreza, la posibilidad de desatender su hacienda y emplear su tiempo al cuidado del bien común, salario proveniente del excedente generado por la ciudadanía que a cambio de verse liberada de las tareas comunitarias que le permite dedicarse por entero a sus negocios, consiente en pagar cuantos impuestos sean necesarios para mantenerles.

Pero, todavía quedaba por sortear el otro riesgo de la Democracia, cuál es, la de que, quienes se hacen con los cargos públicos, trabajen para mantener el statu quo que les ha permitido acceder a dichos cargos, comportamiento igualmente nocivo para la sociedad a la que dicen servir. Ello explicaría, como desde sus inicios, la Democracia política, nada ha hecho, por elevar la riqueza de los ciudadanos -que si ha aumentado, ha sido más por el propio esfuerzo popular que debido a la diligencia gubernamental- al extremo de que, todos podamos dedicarnos a la política sin mayor retribución, que la de satisfacer a los demás y recibir su admiración como sucede con los jefes de las islas del Pacífico en donde es elegido Jefe aquel candidato que ha procurado más alimentos a su comunidad durante los banquetes electorales, haciendo de la política todo un arte y de las elecciones un aplauso. Antes, al contrario, siempre se ha procurado asfixiar económicamente al Pueblo, en beneficio de la clase dirigente, dificultándoles con ello su deber y derecho cívico de prestar mayor atención a los asuntos sociales, para dejarles hacer y deshacer a su antojo, por estar demasiado ocupados en conseguir pagar los impuestos y gravámenes continuos que nos imponen desde sus cargos.

Con todo, la gente más prudente de lo que parece, mientras tenga para malvivir y los gobernantes gobiernen, aunque lo hagan mal y en su provecho, digamos que se contenta con eso de que Dios aprieta pero no ahoga y en buena lógica, pasa por alto las múltiples fechorías, a cambio de que las cosas funcionen aunque sea bajo mínimos, sabia actitud esta que se ha confundido con el famoso “pan y circo” por el mismo motivo que el bueno pasa por tonto, porque a fin de cuentas, todos sabemos responder íntimamente la cuestión planteada por Juvenal de ¿Quién vigila al vigilante? O sea, nadie. Siendo por consiguiente su poder despótico, malo no es que por aparentar maneras democráticas algo se contenga su instinto disimulando su despotismo, cosa que sólo ocurrirá mientras los Gobernantes crean que el populacho todavía les contempla como sus legítimos representantes. De ahí que no se quiera destapar la liebre, ni por unos ni por otros. El problema viene para todos, cuando el grado de ineficacia y desgobierno es tal, que al pueblo le compensa pasar por el trance de una Revolución, antes de continuar soportando no ya a unos malos gobernantes, sino a una auténtica Casta Parasitaria que no aporta nada y resta mucho a la comunidad.

A caso rehuyendo lo inevitable, casi sin querer, se han acometido reformas encaminadas a ponerle trabas legales al abuso de poder, pero la inercia humana hace todo esfuerzo estéril, pues como dice el estribillo, ¡Todos queremos más! No sabiendo muy bien como acertar, algunos vieron en los cargos vitalicios el mejor modo de frenar la ambición personal, dado que nadie tendría motivos para robar del tesoro Estatal, al no cesar nunca en el cargo y poder disfrutar para siempre de los beneficios colosales estipulados por ley; Otros por el contrario, creyeron que la solución consistiría en abreviar los mandatos para hacer más difícil que se tejieran con el tiempo redes estables de corrupción; Pero los gobernantes vitalicios, si bien no se llevaban nada para ellos al más allá, si procuraban que a los suyos no les faltara de nada aquí para varias generaciones y los representantes del Pueblo que sólo eran elegidos para ocupar cargos durante un breve plazo de tiempo como pudiera ser un año, despojaban a la sociedad en tan corto periodo lo que otros tardaban cuatro años o seis en hacerlo poco a poco. De esta guisa, no han sido pocos los pensadores que han contemplado el Tiranicidio como última salida para que el Pueblo soberano se libere del yugo gobernante. Es más, incluso el mismo poder regio ha tirado del castigo capital para mantener a raya a quienes se corrompían más de lo debido, por poner en riesgo la supervivencia del sistema, según lo anteriormente expuesto. Escarmiento que en modo alguno aleccionaba a nadie, pues qué era pasar potencialmente un mal trago, frente a unas ganancias presentes, contantes y sonantes.

Tomando en consideración todo lo anterior, parece obvio que, la solución no reside en pagar más a los políticos, pues siempre querrán más y se corromperán; Tampoco resulta viable rebajar los sueldos de nuestros representantes, porque entonces a los asuntos públicos llegarán sólo los más inútiles de la sociedad, como actualmente ocurre en la casta docente; Castigar la corrupción severamente a toro pasado, es evidente que no funciona; Pero pasar de la política, como hacían los idiotas griegos – ciudadanos libres que pudiendo participar de la política se despreocupaban de los asuntos públicos- permitiéndoles hacer sin escrúpulos cuanto deseen, es casi como incitarles al delito; Así las cosas, sólo parecen quedar dos alternativas: la primera consistiría en reducir al mínimo las áreas que requieran intervención gubernamental para de este modo rebajar el perfil de la casta parasitaria y por descontado del Estado. La segunda opción, consistiría en aumentar la Democracia y dar de una vez el paso de la Representación a la Acción Directa, haciendo de cada ciudadano un político para el que nada de lo común le sea ajeno y los aspectos sociales le preocupen y ocupen como propios que son. Y quién sabe si ambos recorridos no pueden ser complementarios…

Mientras tanto, ahora que sabemos por boca de Ramón Jáuregui que “nunca nada, justifica que nadie, agreda a un cargo público” al menos, deberíamos replantearnos su circunstancia en función de todo lo comentado. Para ello, volviendo a Platón, empezaríamos por escudriñar la vida de los candidatos para asegurarnos de su virtud al margen de la compensación que pudieran recibir; Hecho lo cual, bueno sería que nadie accediera a los más altos cargos, sin antes haber probado su valía en anteriores responsabilidades, sean estas familiares, privadas, civiles o institucionales; Los cargos públicos serían retribuidos según un baremo que tuviera en cuenta datos como el sueldo base o la renta per cápita para establecer un mínimo de su salario fijado en el triple o cuádruple si se quiere de los anteriores y también las nóminas más altas, dado que es inviable que el Presidente de un Gobierno, cobre legalmente menos que futbolistas, artistas, pilotos…Así, en principio los políticos tendrían motivos propios para procurar aumentar los ingresos más bajos de los ciudadanos y no se resentirán por ver como con su esfuerzo otros se lucran a su alrededor más que ellos. Por supuesto, de nada servirían estas precauciones, sin antes haber adelgazado las competencias gubernamentales, haber eliminado la duplicidad y triplicidad de cargos institucionales que en la confusión escurren el bulto de su responsabilidad al tiempo que lastran el presupuesto de la gobernanza, de no haber el marco legal adecuado para castigar enérgicamente al corrupto y sin ágiles mecanismos democráticos, para cesar en el cargo ipso facto al gobernante incapaz o imprudente, para evitar que los ciudadanos deban esperar al final de su mandato para poner fin a sus despropósitos.

Pero el replanteamiento que acabo de hacer, no se ajusta a nuestra realidad, dado que nuestros representantes, sean estos concejales, alcaldes, diputados provinciales, parlamentarios autonómicos, senadores, congresistas, europeos…más que hacer política, bien o mal, se dedican exclusivamente a mantenerse en el poder, importándoles un bledo que el Estado, sus instituciones, las autonomías, municipios, y el largo etcétera de fuentes soberanas de las que emana su legitimidad y sueldos se deterioren por momentos, no ya por su negligencia, incompetencia, desidia o irresponsabilidad, sino casi diría yo que a propósito, para que abrumada por los problemas, la ciudadanía elija como siempre por lo malo conocido. Pues bien, aceptamos la baja calidad de nuestra Casta Parasitaria como mal menor, antes de echarnos a la calle como en Túnez y tantos otros lugares, pero a cambio, va siendo hora de que mejore la relación precio-calidad. Es en este sentido en el que me sumo a la propuesta aquí traída, para recortar el sueldo a todos los chupopteros que integran actualmente la Casta Parasitaria y cuyo detalle y mecanismo de adhesión podéis hallar en http://noalossueldosdelospoliticos.blogspot.com/

En teoría…

En teoría, la Democracia consiste en respetar las decisiones adoptadas por mayoría cuando no es posible el consenso. En teoría, la Democracia representativa permite que el pueblo elija a sus representantes para que lo represente en el ejercicio político de su quehacer. En teoría, los representantes democráticamente elegidos miran por el interés general y el bien común. En teoría, el Pueblo les paga suficientemente bien su entrega pública para que puedan desatender sus asuntos privados y atender en dedicación exclusiva los asuntos de todos, al objeto de que el resto, podamos dedicarnos a nuestros negocios particulares. Así, en teoría, los representantes públicos, son servidores del Estado, la Patria, la Nación y el Pueblo. En teoría el Pueblo elige a los mejores para que lo represente, por lo que en teoría son de elevados principios, educación exquisita, eficiencia probada, magníficos gestores con gran experiencia vital, fortaleza moral, templanza en su actuación, diligentes en su toma de decisiones, justos y cuantas características busca una ciudadanía en quienes han de gobernarla. Ahora bien, en teoría, los representantes del Pueblo, son Pueblo, por lo que queda claro que el representante y lo representado, son cosas distintas en cuanto a la representación, del mismo modo que no se puede ser juez y parte, difícilmente una parte podrá ser el Todo, por lo que, en teoría, el conjunto de los representantes es la representación del Pueblo, pero no cada uno de los representantes que exclusivamente representan al Pueblo que personalmente son. Este defecto de la representación individual, es la fundamentación que, en teoría, justifica la aparición de los Partidos en la Política, para diluir la individualidad del representante y su particular popularidad en una estructura más social y por ende, en teoría, más representativa de lo colectivo. En teoría, los Partidos Políticos, recogen el sentir de la sociedad y canalizan a través de su militancia las preocupaciones del ciudadano y garantizan que los distintos personalismos de los cargos públicos electos, no actúen por su cuenta al margen del interés general y el bien común. En teoría, esa es su función. De no haber dicha disfunción en la representación individual por incapacidad de que una parte represente al todo, sería del todo improbable que hicieran falta Partidos, por lo que en teoría, cuando un Partido deja de corregir ese vicio y es incapaz de que las partes aparten a parte de la representación, en teoría, este Partido debería desaparecer por ineficaz. Cuando los Partidos resultan inútiles a este respecto y sin embargo se mantienen al frente de la representación, es cuando en teoría, la democracia pasa a ser una Partitocracia. En teoría, la Partitocracia es contraria al interés general y al bien común. Y en teoría, la ciudadanía tiene derecho a deshacerse de sus falsos representantes y mostrarles su malestar y enfado. Cierto es que este malestar y enfado en una democracia debe canalizarse por cauces democráticos y que el representante, en teoría, es intocable siendo su persona Sagrada mientras desempeñe el cargo para el que ha sido elegido, cuyo propósito no es otro que, el de garantizarle que de su honesto proceder en bien general de todos, nadie actuará contra ellos aun en el caso de salir mal parados de sus decisiones y de haber un procedimiento no honesto o en su caso inapropiado, negligente, imprudente o temerario, los tribunales se ocuparán de juzgar sus actuaciones como corresponde, etc. Eso es lo que ocurre, en teoría, en Democracia. Pero ¿Y en Partitocracia? El bueno de Ramón Jáuregui ha dicho que, “nunca nada justifica que nadie agreda a nadie y menos, a un cargo público” en referencia a lo sucedido en Murcia. Pero pensando en lo mal que muchísima gente lo está pasando sin empleo, sin poder hacer frente a las hipotecas, sin tener que dar de comer a sus hijos…también podemos estar de acuerdo con él, en teoría.