Son abundantes los relatos mitológicos que presentan al Hombre sometido al castigo divino por pretender parecerse a los dioses, siquiera por gozar de alguno de sus privilegios; acaso por ello mismo, algo arrepentidillo, en la tradición judeocristiana, el Creador nos hizo a su imagen y semejanza, por entender que quizá copiar lo bueno, no sea tan malo como no hacerlo, aunque tampoco se abstuvo de prohibirnos lo mejor.
El problema entre el original y la copia ya lo afrontó Platón en su Teoría del Conocimiento por medio del concepto de “Participación” donde los distintos bienes participan de la “Idea de Bien” sin que por ello la misma se reparta perdiendo su unidad en la pluralidad, ni sea suplantada. De hecho, las copias, ayudan a la extensión en el tiempo y en el espacio de la presencia del original que per se, no alcanza para satisfacer como tal la demanda de su asistencia constante.
Este es el motivo por el cual en las letras y números, la copia y el copista durante la antigüedad hasta la invención de la imprenta, gozaron de prestigio en la transmisión de los conocimientos en la medida que copiaban al milímetro sin desviarse un ápice del documento original, siguiendo los pasos de los rapsodas que les antecedieron en la transmisión de la tradición oral. Lo mismo sucede en el Arte, la Ciencia o la industria; los aprendices no innovan, ¡Imitan! Y no dejan de hacerlo hasta que son capaces de seguir su propio camino, no sin antes saberse de memoria el recorrido trazado una y mil veces por quienes le antecedieron. Los propios Maestros artistas o artesanos eran medidos en sus distintos artes y oficios por el grado de perfección con el que eran capaces de reproducir la realidad hasta la aparición de la fotografía y la producción en serie. Por eso los pedagogos insisten en que la mejor lección se imparte con el ejemplo: los niños aprenden todo de sus padres y de sus profesores, más por imitación, que por explicación o estudio.
Pese a la crítica que Aristóteles hiciera de su Maestro presentando el “Problema del Tercer hombre”, no tuvo empacho en disociar conceptualmente en todo animal al “individuo” de la “especie” que bien mirado parece una traducción al mundo natural de la “Copia” y el “Modelo” de la Idea apuntada por Platón. Así, siendo definido por el estagirita el Hombre como un “ser social por naturaleza”, quien sabe si por no diferir en demasía el individuo de su especie, forjara los patrones culturales de conducta y las modas para frenar psicológicamente la divergencia física racial e idiomática que desde el paleolítico superior empezaba a destacarse dentro del sapiens.
Hoy los términos copia e imitación, soportan una fuerte carga peyorativa, cuando, todo a nuestro alrededor se fundamenta precisamente en ser copia e imitación de los patrones por los que se guía la producción en serie de las cadenas de montaje, las patentes industriales, los genes en biología, las representaciones teatrales, las interpretaciones musicales, etc. Todo es copia e imitación. Nada hay nuevo bajo el sol.
Visto está entonces que imitar, copiar, recrear, reproducir, etc, es el modo habitual con el que la humanidad ha contado para progresar en el proceso de hominización: primero imitamos a la naturaleza como puede observarse en las alas de los aviones o en el zoomorfismo de los propios vehículos y luego a nosotros mismos. El problema sobreviene cuando la copia y la imitación desean hacerse pasar por originales; es entonces que aparecen el camuflaje, la impostura, el plagio, la estafa, para dar gato por liebre o el chocolate del loro, realidades humanas nacidas de la codicia y la ostentación que tanta mala fama han contagiado a los nobles conceptos que nos ocupan.
Esta semana, la policía ha desmantelado en Valencia y Madrid una red dedicada a la fabricación – podría decirse “artesanal”- de “Ferraris de imitación” cuya carrocería reproducía en todos sus extremos el lujo de los modelos originales, si bien, por dentro, el motor era el propio de un vehículo de gama media. El caso, se sitúa en cabeza del consumo conspicuo aparente, cuya parrilla de salida permanente se halla en los bazares chinos, y de ahí va escalando posiciones durante las Navidades con las gulas, y el resto del año por la ropa de mercadillo, los bolsos, relojes de impostación… No obstante, creo equivocado adjudicar el término “falso” como he leído en algunos medios de comunicación a todas estas piezas, por cuanto, tanto los compradores como los vendedores, en la medida que adquirían y ofrecían las mercancías por un precio sensiblemente inferior al del mercado – en este caso 40.000 euros – están muy al corriente de que la mercancía objeto de la transacción es copia y no original, por lo que, el asunto no pasa de ser para los primeros un sucedáneo con el que dar el pego a terceros y para los segundos un negocio a la sombra de una marca inalcanzable para la mayoría de los mortales.
Y de nuevo los mortales son castigados por intentar ser como dioses. Pero hete aquí que, la irrupción de la fotocopiadora en 3D va a corregir de súbito el asunto, de modo que o las marcas espabilan y permiten que sus objetos de deseo accesible sólo a la vista lo estén también de nuestro bolsillo, o de lo contrario, el lujo universal pasará a ser aquel practicado sólo por la élite social a la que pertenezco practicamos, cuál es, la de vivir al margen de las marcas.