El Impuesto explicado a los niños

Imagínense ustedes viviendo en un país donde los criminales y corruptos, se hayan hecho con el control absoluto de sus Instituciones democráticas, desde la Jefatura del Estado, hasta la más marginal de las concejalas municipales, verbigracia, la ocupada del alcantarillado y las basuras, pasando por el Ejecutivo, los Ministerios, el Parlamento, la Judicatura y el largo etcétera de estructuras justificadas con la excusa de hacer cumplir la voluntad popular en defensa del Bien Común en pos del Interés General. E imagínense igualmente, que su población, pese a estar al tanto de su desgracia, sea por cobardía histórica ante el dirigente o por haber heredado un alma social pusilánime, asume la situación como un suceso del destino, confiada en que el mismo es de carácter pasajero y no permanente.

Posiblemente, exijo demasiado a una ciudadanía acostumbrada a la ejemplar honradez de sus dirigentes y a demandarles eficacia y pulcritud en el desempeño de sus cargos públicos; mas, es imprescindible, que los lectores concedan a este autor, tan particular esfuerzo mental de su parte, a fin de entender mi frontal oposición a que en dicho lugar y circunstancia, los padres permitan sumisos que sus hijos sean adoctrinados en los colegios a manos del Ministerio de Economía y Hacienda sobre la necesidad de pagar Impuestos y aún de asumirla ellos mismos en el presente inmediato, si bien, esto último, requiere de un tratamiento separado, a cuyo objeto nada más recomendable que empezar por la lectura del elocuente “Elogio de la ociosidad” de Bertrand Russell.

En un contexto como el descrito, es de suponer que los resortes del Poder Político, a priori diseñados en Democracia para salvaguardar la integridad, la propiedad y libertad personal de la mayoría de la Sociedad, no sirven tanto para vigilar, contener o en su defecto perseguir el delito contra ella cometido, cuanto para permitirlo, extenderlo y fomentarlo en beneficio de una minoría. En consecuencia, es lícito desconfiar, cuando menos cuestionarse, la clase de conocimientos perniciosos que sobre la materia de Impuestos, estos impostores tienen previsto impartir en las aulas con la complicidad necesaria de la Institución docente y la aquiescencia del profesorado a sueldo que engrosa sus filas. Pues, aun aceptando que los padres no están preparados, ni física, ni psíquica, ni intelectual, ni material, ni judicial, ni militarmente, para ejercitar su positivo Derecho a la Desobediencia Civil, bien fundamentado por Thoreau aunque interesadamente muy mal interpretado en clave pacifista por quienes se presentan como sus divulgadores, les debería sobrar fuerzas espirituales para enmendar silenciosamente la situación por medio de su progenie, la cual, más adelante, presumiblemente tendría la oportunidad de recuperar la dignidad perdida de ser un ciudadano.

Porque en su ingenuidad, muchos de estos padres trabajadores y honrados – acaso por ello pobres – interiorizado como tienen vivir en un país gobernado por criminales y corruptos, podrían, no sin motivo, juzgar harto provechoso para el futuro profesional de sus hijos que dichos sujetos transmitieran sus conocimientos jurídico-financieros-político-empresariales, para ralentizar juicios, realizar sobornos, obtener indultos, evadir capitales a Paraísos Fiscales, recibir subvenciones públicas sin justificarlas, hacer facturas falsas, aprovechar las ventajas de una Fundación para la contratación de personal laboral, y resto de conocimientos útiles no disponibles en un programa de estudios convencional atiborrado de Filosofía, literatura, gimnasia y plástica. Cuando las intenciones de sus gobernantes, precisamente no van en dicha dirección, sino en la contraria.

Por lo que he podido averiguar vía Internet, las clases que el Ministerio de Hacienda de dicho país tiene previsto impartir en los colegios públicos a escolares de entre 10 y 12 años tienen por objeto explicarles qué son los impuestos, cuál es su función y finalidad con ánimo de educarles en el derecho y obligación fiscal de todo buen ciudadano. Esto, ya debería ser ofensa suficiente para soliviantar los ánimos de sus progenitores que queriéndolo o no, predican con el ejemplo, pagando el IVA hasta en el pan. Pero no es lo peor.

Según parece, entre las enseñanzas a administrar a los futuros proletarios, se encuentran escurridizos sofismas como “Existen necesidades comunes a mucha gente cuya satisfacción exige esfuerzo colectivo, porque cada persona por separado no tendría capacidad para financiarlas. Para satisfacer estas necesidades colectivas, existen administraciones públicas, como la Comunidad Europea o el Estado, que se encargan de planificar los gastos de los servicios públicos que disfrutan los ciudadanos. Pero para poder pagar estos gastos, las administraciones públicas tienen que obtener unos ingresos que proceden de los ciudadanos”, cuyo mensaje subrepticio traducido en plata vine a decir: Los ciudadanos sois incapaces de autogestionar vuestro dinero y de satisfacer vuestras necesidades comunes. Por eso, es justo y necesario, que terceros como nosotros, que si sabemos hacerlo, lo realicemos por vosotros, en vuestro nombre, con vuestro dinero”.

No es sitio ni momento adecuado, para aburrirles con la traducción completa del lavado de cerebro que en dicho país tiene previsto llevar a cabo contra la población escolar su Gobierno criminal – Me comprometo a publicarlo en breve. Pero para demostrarles la manipulación a la que serán sometidos los niños allí, si la comunidad internacional integrada en la UNESCO no lo remedia, les hago saber que, entre la maraña argumentativa entremezclada de ejemplos de patio de colegio, analogías de puesto de golosinas y metáforas salidas de la consola dirigidas a canalizar la bondad infantil hacia la religiosidad del paganismo consistente en “Si te roban el bolsillo por la izquierda ofrece el de la derecha”, en ningún momento, ni por descuido, en una explicación infantil sobre qué es y para qué sirven los impuestos, se da razón del genuino literal significado de “Impuesto” que abriría los ojos a más de uno sobre su realidad histórica primera y última en la relación entre Gobernantes y gobernados.

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