Opinando como opino, que el oprimido no es mejor moralmente que el opresor, espero nadie lea la presente reflexión como defensa o detrimento de alguna parte citada, pues no es esa mi intención, sino subrayar el malicioso uso del idioma en boca y pluma de gentuza sin escrúpulos que se hacen llamar periodistas, cuando de modo gratuito introducen el verbo “Castigar” y la palabra “Castigo”, en contextos del todo ajenos a su significado, sea este etimológico o actual, pues no me cabe en la cabeza leer y escuchar, cada vez de manera más reiterada, afirmaciones aberrantes del tipo “Israel ha castigado toda la noche a la población civil” “La ciudad de Donetsk ha sufrido un severo castigo a manos del ejército ucraniano” y similares.
En latín, el verbo “castigare” estaba relacionado con el culto religioso, no por casualidad. Ortega y Gasset terció en la cuestión sobre el origen etimológico del propio término “Religión” cuando en pleno siglo XX todavía no existía acuerdo al respecto. A decir del Filósofo, tanto Cicerón que la vinculó a Relegere (Releer) debido a las reiteradas lecturas que las personas religiosas hacen de los textos sagrados, como Lactancio, quien remitió su significado a religare (Religar) para subrayar la relación del hombre con Dios, estaban equivocados. En su opinión, sucede que, antes de ser usada la palabra “Religión” en relación con la divinidad, el término expresaba un escrúpulo supersticioso, vocablo proveniente de super-stare que en última instancia alude a sobrevivir. En consecuencia, cabría entender por “religioso” a todo aquel que no se comporta a la ligera, sino cuidadosamente. Así, religente se opone a negligente, explicación que a todas luces parece la más adecuada, pues casa bien con lo apuntado por el estudioso del fenómeno religioso Rudolf Otto quien situaba el mismo origen de la religión en un sobrecogimiento del espíritu ante lo numinoso.
Pero a lo que iba, en el marco antedicho, “Castigare” de castus (casto, puro) agere (hacer) poseía el sentido de instruir en el rito, cosa que precisaba de corrección; y es de esta labor correctiva de donde proviene el sentido punitivo que hoy le damos a la voz “castigar” en castellano. Tal es así, que todavía hoy, la corrección del comportamiento o del aprendizaje es la idea de infligir un castigo, pues cuando no está en nuestro ánimo realizar pedagogía alguna, la acción resultante tiene mejores calificativos a mano como abuso de poder, acto vandálico, sádico ensañamiento o venganza.
Todo esto lo deben desconocer en las redacciones de los medios de comunicación, sea prensa, radio, televisión o Internet, los reporteros que firman las noticias, los presentadores, los enviados especiales, los locutores…quién sabe si el problema viene de una mala formación en las facultades de periodismo o por algún lapsus en los tan manidos manuales de estilo, donde se cuidan las faltas de ortografía, pero no las de la decencia y el buen gusto…Porque ¡Hay que ver! ¡Y escuchar! Con que sinvergonzonería los propios periodistas castigan al periodismo auténtico, día sí, día también, en grandes titulares, cuando se trata de explicar cualquier conflicto bélico donde conviene mostrar a una de las partes como merecedora de todo cuanto le ocurre y a la otra como respetable miembro democrático del orden internacional. Eso, o estamos siendo abiertamente manipulados por una pandilla de terroristas de la palabra a sueldo de intereses bastardos.
La palabra “castigo”, comporta además de su significado literal, algunas implicaciones lógicas, a saber: quién castiga, tiene derecho a castigar como lo tiene un padre con su hijo, el profesor con el alumno, el carcelero con el reo, etc; el castigado habrá sido castigado por mal comportamiento, por una falta cometida anteriormente, porque se lo merece e incluso, por su bien…Si ustedes son de la opinión canalla de que, esto es rizar el rizo, por tratarse únicamente de un recurso poético del quehacer periodístico, les ruego un ejercicio de sinceridad y díganme, qué tal les suena “ETA castigó severamente al PP y al PSOE” o “Los madrileños sufrieron un duro castigo por la participación de España en Irak”.
Si algo o alguien merecen un castigo aquí, es el periodismo español y los profesionales que por cuatro duros siguen las consignas gubernamentales establecidas sin denunciarlas. Y ¡por dios!, espero que su castigo sea el que merecen en una sociedad civilizada y no el que ellos mismos predican para la población civil indefensa, los enfermos de los hospitales, los niños de las escuelas, barrios obreros, ambulancias, invitados a un banquete en un restaurante céntrico, gentes en el mercado…porque en ese caso, debería autoinculparme de apología del terrorismo.
Otro verbo que en los últimos veinte años se viene usando mucho es «confesar».
Verbigracia (latín): «La señorita Tal confesó que fue brutalmente maltratada por su ex-marido».
Las miles de veces que he oído y leído esta frase o similar, siempre me ha dejado un poco dubitativo.
Con el anterior significado de dicho verbo, se suponía que era el ex-marido el que tenía que decir que había vejado de forma denigrante a esa débil mujer (perdón por la redundancia), pero se suele dar el caso de que el ex-marido no ha abierto la boca ni para confesar ni para acusar.
Supongo que tendrá algo que ver con la Ley de Violencia de Género Sólo Para Hombres, ya que al no necesitarse pruebas para acusar, parece que puede ser lo mismo que confesar.
Siempre que sea una mujer la que confiese, por supuesto.