En mi obra de Patafísica Hipermoderna “Inútil Manual para entender la Mecánica Cuántica y la Teoría de la Relatividad” dediqué varias líneas al estudio de las serendipias reparando especialmente en el asombroso caso que al respecto representó el Titanic, por lo que el otro día, 14 de Abril, dí un brinco al escuchar en el Tontodiario las desafortunadas palabras de nuestro querido ZP cuando dirigiéndose a una nutrida colonia de españoles en Singapur con la mente puesta en los inversores chinos, no se le ocurrió nada mejor que exclamar “España es un poderoso transatlántico. ¡Estad tranquilos!» justo el mismo día de la 99 efemérides de aquel trágico suceso acontecido la noche del 14 al 15 de abril de 1912.
La actual Sri Lanka antigua Ceilán fue, según una remota leyenda, el perdido reino de Serendip en el que vivían tres príncipes que sin pretenderlo encontraban por casualidad simultáneamente las respuestas acertadas a cuantos problemas se les planteaban. La narración, llegó a oídos de H. Valpole quién en siglo XVIII acuñó el término serendipia para designar los descubrimientos científicos hallados por casualidad. Con el tiempo, la palabra, también ha venido a significar increíbles coincidencias espacio-temporales que ponen a prueba nuestra capacidad escéptica y credulidad simultáneamente.
La serendipia por excelencia la representa el caso de los transatlánticos Titán, Titanic y Titanian. El escritor norteamericano Morgan Robertson escribió en 1898 una novela cuyo argumento describía la tragedia de un enorme transatlántico de nombre Titán que se hundía en las gélidas aguas del océano durante una oscura y fría noche de abril tras chocar su proa con un iceberg cuando realizaba su primer viaje. A este antecedente literario del Titanic, le siguió un consecuente hecho en 1935 cuando un miembro de la tripulación del Titanian, llamado William Reeves, nacido el día en que se hundió el Titanic, realizando la ruta nocturna rumbo a Canadá en medio de una espesa niebla sin saber muy bien por qué grito ¡Alerta! Gracias a su presentimiento, la tripulación pudo esquivar, in extremis, un iceberg que apareció de la nada.
Con estos datos en mi haber, comprenderán ustedes la preocupación que me embarga después de haber escuchado a nuestro Presidente en tan señalado día, comparando a España con un trasatlántico, llamando a la calma y por si esto fuera poco, declarando abiertamente que ¡no hay marcha atrás!