En vista de que “El arte por el arte” al cuidado de nuestros manirrotos gobernantes no le anda a la zaga a la política de fichajes del Real Madrid o el Barcelona tirando de las arcas del Estado y quien dice Estado habla igualmente de las Autonomías, Diputaciones, Municipios y cualquier institución capaz de no dejar desangelada la más mínima rotonda, plaza, estación o vestíbulo, la expresión “Por amor al arte” parece haberse resentido también en su significado altruista, no siendo pocos hoy cuantos nos llevamos las manos a la cabeza de enterarnos que alguien está haciendo algo cerca con semejante ánimo, sin nuestro consentimiento.
Sin embargo, hay más Amor por el Arte entre la población, que “La parte por la parte” entre los gobernantes criminales, cosa que se advierte por doquier a nada que nos fijemos en la cantidad de padres que envían a sus hijos a un taller de pintura, a un conservatorio de música, a una academia de ballet, a un curso de cerámica; no siendo menos los jóvenes que por su cuenta se pasan los fines de semana, puentes y fiestas enteras ensayando conciertos con los amigos, acudiendo a concursos a cientos de kilómetros, preparando exposiciones para sus obras, en un espíritu de entrega entusiasta que para si lo quisiera cualquier otro ámbito civil o militar.
Los clásicos bodegones donde aparecen con artificiosa naturalidad frutas variadas, cestos, vasos y porrones ya pusieron de manifiesto desde el XVII que la mirada artística podía depositarse sobre cualquier objeto, más allá de los motivos paisajísticos ofrecidos por la Naturaleza o el rostro de los retratos. En la misma línea, la Bauhaus y el Pop Art resaltaron que puede hallarse arte en objetos cotidianos como una silla o una caja de cereales. Y mal que bien, hoy es el día en que la mirada estética mariposea desde una pasarela de moda hasta un taller de Ferrari, sin dejar de mencionar la publicidad, con el mismo glamur con que otrora lo hiciera entre museos, haciendo de lo estético algo esencial para sobrellevar la cotidianidad.
Mas, en su discernimiento filosófico, como sucediera con la práctica desaparición de la figura humana de toda representación plástica, la preocupación por el Arte se desentendió del artista, siendo el caso que, si bien todos reconocemos arte en todas partes, todavía nos pasan desapercibidos en medio del bullicio contemporáneo, los artistas.
Hace tiempo que conozco a José Manuel Liaño de tertulias filosóficas en las que coincidimos. Lo primero que trasciende de su persona para un observador con cierta sensibilidad, es un porte literario dotado de una penetrante voz que haría las delicias de cualquier narrador, impresión que escapa despavorida de la mente en cuanto se conoce que el sujeto cervantino se gana la vida trabajando en una Aseguradora, olvidando necia ella que, los genuinos artistas, pocas veces viven de su arte viéndoseles desempeñando con frecuencia labores no tan elevadas como creemos son las de escribir, pintar, danzar o esculpir. Casi a cuentagotas, uno se va enterando de su amor por la música sea esta ópera o folklórica; de que dirige una compañía de Teatro en un Instituto; que en torno a esta labor él mismo diseña el decorado, la coreografía, los trajes y que lo hace a tenor de los bocetos y notas que me presenta como un niño muestra sus cromos según salen del bolsillo de la chaqueta o de la guantera del coche, como lo haría un dramaturgo…El otro día, con ocasión de un curso sobre docencia que he impartido en Santander, aproveché para hacerme invitar por este personaje descubriendo que es Pintor; sobrino y nieto de pintores; que pinta desde muy joven de modo autodidacta; que ha pulido su técnica con Maestros; que en su casa ha habilitado una estancia como taller donde pasa las horas muertas; que ha participado en exposiciones; ¡Hasta ha vendido cuadros!
Mientras aguardábamos para comer, el hombre se esforzaba en mostrarme su obra diseminada por pasillos, sala y dormitorios, aunque, la mayoría de sus lienzos – se disculpaba – andaban en manos de amigos y familiares que valoran su trabajo más de lo que el propio autor lo hace preocupado sólo de sacarlo adelante siempre metido entre oleos. Y no es para menos, pues al valor sentimental, a golpe de vista se le añade la maestría de la sencillez con que trabaja quien posee talento natural y ama lo que hace, retratando a conocidos, rescatando paisajes de la memoria, jugando con los colores y las formas…
La verdad es que a mi, ya no me hacía falta mirar más. Yo atendía a la persona, al Artista con quien sin querer me había topado reflexionando sobre los artistas cotidianos que en mitad de nuestras urbes, mientras desempeñan sus oficios anodinos, atienden a sus familias, dedican su tiempo a enseñar cuanto saben a los más jóvenes por el mero placer de transmitir la afición por la cultura, sacan tiempo para cultivarse ellos mismos en un eterno proceso autodidacta e incluso cultivan las amistades, pasan desapercibidos a los medios de comunicación, a las fundaciones, al mercado, a los premios, sin subvenciones ni mecenazgos creando de modo libre por un verdadero Amor al Arte.