Aunque sea todavía objeto de discusión entre los expertos en ética, pongamos que la corrupción, en todos sus extremos, de principio a fin, desde sus causas a sus consecuencias, fuera mala, hasta el punto de desear su extinción. Y aceptemos también que entre nosotros, su realidad parece inevitable por mucho que se la persiga legalmente, judicialmente, policialmente, políticamente, mediáticamente, institucionalmente, religiosamente, pues su figura describe algo parecido a la pescadilla que se muerde la cola en un giratorio anillo de corrupción forjado a fuego lento, de tal modo que, son los mismos corruptos quienes han de velar por el orden constitucional, las libertades civiles, la propiedad de las personas…aspecto éste que tensiona emocionalmente sus conciencias empujándoles hacia el abismo de convertirse en criminales contra la comunidad cuando en su fuero interno, tentados por la oportunidad, no pretendían otra cosa que un beneficio particular, cargando así el individuo, con la culpa que en verdad debería ser social.
Porque, ahí donde lo tienen, un corrupto, presuntamente es un corrupto, pero ello no quita para que sea buena gente, colmada de virtudes, educado con sus vecinos, amable ante las cámaras, agradecido con quien le ayudara en sus inicios, fiel a su pareja, leal a sus jefes, solidario con los suyos, sincero en su vida privada, en definitiva, una persona de bien cuando su corrupción se queda en eso: corrupción. Pero como quiera que en España la corrupción como la droga o la prostitución esté mal vista, el corrupto, como el drogadicto y la puta, pronto debe deslizarse por terrenos criminales para poder alcanzar sus fines evitando en lo posible a otros corruptos y criminales que lo persiguen, juzgan y denigran, en una feroz competencia que hace disminuir los beneficios provenientes de la originaria labor corrupta para el sujeto emprendedor que corre con todos los riesgos de su actuación, mientras los perjuicios devenidos por la actividad criminal aumentan por momentos para la sociedad en un escenario sumamente caótico donde reina la incertidumbre y el desconcierto entre propios y extraños, pues a lo perdido por la actividad corrupta de los individuos, ahora debemos sumarle las ingentes partidas presupuestarias en perseguirlo, investigarlo, juzgarlo, encarcelarlo…sin otro resultado que su perpetuación, situación que ya no nos podemos permitir por más tiempo.
Es por ello, que propongo una solución adaptada a nuestra idiosincrasia nacional, la cual, lejos de dejarse llevar por el puritanismo fanático radical que busca eliminar de la faz de la tierra cualquier vestigio de corrupción sin detenerse a pensar el riesgo que se corre de aniquilar igualmente la naturaleza misma del hombre, adopta una perspectiva humanista e integradora del fenómeno al objeto de poder disfrutar de la mejor de las corrupciones posibles como diría Leibniz, o al menos, la menos mala de las corrupciones, trazando un bello paralelo con lo acontecido con la Democracia.
Mientras la sociedad esté formada por hombres en vez de ángeles, hemos de tratar interiorizar nuestras contradicciones, sin ir más lejos, es con la propiedad que aparece el robo, como es con la luz que surgen las sombras. En consecuencia, lo que nuestra comunidad debe hacer no es tanto combatir la corrupción que salta a la vista es una vía fracasada, cuanto asumirla plenamente, pero sin consumirse en ella, procurando introducir en el sistema la justa moderación aristotélica entre su prevención antes de que aparezca y su permisibilidad una vez haya hecho acto de presencia. Porque, España, puede ser un país corrupto como dicen desde el Financial Times o el Washington Post, y ¡a mucha honra! porque puestos a elegir, preferimos pertenecer a un país corrupto antes que a uno criminal como los EEUU o Gran Bretaña.
Para abordar de modo eficaz el problema de la corrupción, es preciso reconocer que su condena moral no atiende tanto a los principio y fines con los que la ciudadanía se conduce en su vida cotidiana, cuanto con los medios desproporcionados de que dispone para realizarla. Así, el problema de la corrupción surge desde el momento que son unos pocos y no unos muchos quienes podemos hacer uso y disfrute de la corrupción, máxime, cuando se castiga con mayor saña al corrupto torpe que al corrupto hábil, no hablemos ya del inocente de toda intención que también los hay después de varios años de escuela y catequesis. El problema de la corrupción, desaparecería entonces del horizonte mediático, de las encuestas de opinión de la preocupación ciudadana, cuando todos pudiéramos ejercer libremente la corrupción sin miedo a sufrir multas ni penas de cárcel, cosa que sólo es posible legalizando su práctica.
Pero la legalización de la corrupción o en su defecto la despenalización, podría generar sensación de mayor algarabía que la actual, por cuanto la gente al no estar acostumbrada, ni educada en su libre ejercicio, pese a los denodados esfuerzos del PP y el PSOE en la formación de sus militantes al respecto, lejos de usarla como un instrumento más de redistribución de la riqueza como son los precios, los salarios, el dinero, el trabajo, la inflación, los tipos de interés…la emplearía como un juguete social, engañándose los amigos, vecinos y familiares entre sí, sin haber comprendido que el uso inteligente de la corrupción, no debe perjudicar nunca al entorno cercano del sujeto que la comete.
Sea entonces, que además de legalizar la corrupción, es preciso organizarla.
A tal objeto, es mi deseo y convicción que sea la Casa Real, dada su dilatada experiencia en el tema, auxiliada por el Fiscal Horrach, el Ministro Gallardón y el Presidente del Gobierno Rajoy, la encargada de comandar la regeneración corrupta de España, alejando así para siempre la necesidad hipócrita de cometer crímenes y delitos para ejercer la corrupción, por hallarnos en un país donde nadie la persigue y nadie la condena.