En su proclama «Contra la paz y contra la democracia» reflexionaba Agustín García Calvo sobre la perniciosa costumbre que los políticos y las instituciones tienen de vaciarnos el tiempo presente para desplazar la meta de nuestras conciencias en el prometedor disfrute de un futuro que se supone mejor, sucedáneo del famoso Paraíso terrenal del Socialismo Marxista, a su vez malograda imitación de la conocida Salvación judeocristiana en la otra vida, de la que nos mostramos tan descreídos mientras estamos sanos y todo nos va bien, pues ya se sabe que, Dios sólo existe cuando se le necesita. Con este señuelo de la inmanente transcendencia, han toreado bien toreada las inocentes embestidas del antojadizo descontento habitual de quienes no teniendo nada que perder, sin embargo, se han mostrado mansos ante la fútil esperanza de mejora. Mas resulta, que si bien la esperanza es lo último que se pierde, no es menos cierto que para los infelices que a ella confían su suerte, al final, también se pierde, aunque sea la última y en consecuencia, sin esperanza, sin futuro, ya nadie tiene ganas de prepararse para nada.
El advenimiento de la Modernidad trajo consigo la cómoda postura intelectual de situar a la conciencia occidental ante un futuro sinónimo de mejora continua, constante evolución, fuente de desarrollo inevitable, generoso destino que ha hecho de la historia una película hollywoodiense en el cual todos los escenarios posibles terminan con final feliz por difícil que parezca en el transcurso del argumento. Con todo, nuestra existencia, a menudo se obstina en demostrarnos que de haber una dirección a la que apunta la flecha del tiempo, esta no es otra que la fatalidad, la putrefacción, la descomposición, la desaparición y la muerte. De modo que prepararse para el futuro debería consistir precisamente en prepararse para morir. Claro que como el mal de todos es consuelo de muchos, ocurre que hacemos como que nos olvidamos y corremos veloces hacia la meta indicada de fecha emblemática en fecha emblemática, como si el recorrido del calendario fuera anodino de Lunes a Viernes de Enero a Diciembre esperando las rebajas, la llegada de las vacaciones, las siguientes elecciones, el próximo Mundial y así sucede que se nos escapa todo presente bajo los pies cuando nos hemos pasado la vida mirando al futuro que nunca llega.
Por si esto fuera poco, ahora además, hemos empezado a intuir el futuro mundano como incierto e incluso adverso, pues no creo ser el único en considerarme un afortunado por pertenecer a la última generación Occidental que puede decir con alivio que ha vivido mejor que sus padres. A lo mejor, ello ya se anticipaba en la psique colectiva que desde hace algunos años ha dejado de decirles a los niños que deben estudiar para prepararse para el futuro, porque de ser así, los pobres van apañados…De ser cierto que deseáramos preparar a los jóvenes para el futuro, lo primero que habríamos de hacer por las mañanas, sería darles una buena torta a modo de despertador para que se acostumbren a lo que será su vida en los años venideros y dejen de soñar con los angelitos.
Me interesa el futuro, porque en él voy a pasar el resto de mi vida. Eso es lo que dijo un tal Woody Allen. Es lógico que un ser inteligente se preocupe por el futuro, después de todo, la inteligencia no es más que un sistema de simulación que nos permite prever hasta cierto punto acontecimientos por venir; pero el precio que pagamos es bastante alto. Pensar en el mañana con más frecuencia de lo debido nos conduce a un estado de ansiedad nada recomendable para la felicidad; pensar en el pasado más de lo necesario nos lleva a la depresión y si sólo vivimos el presente demostramos ser inconscientes , pues ni aprendemos de los errores del pasado ni planificamos los aspectos planificables del futuro. Es difícil alcanzar este equilibrio temporal,mas no perdamos la esperanza.
Seguiremos conservando nuestras esperanzas en un mundo mejor y mejorable, a pesar de que nuestras castas dirigentes nos de una y otra vez motivos para la desesperación, porque vivir es esperar. Es nuestra necesidad de esperanza la que permite a nuestros políticos engañarnos constante e impunemente.