Nacionalismo episcopal

Ahora que percibimos sin ningún género de duda que España no se rompe por los cuatro costados debido a las continuas tensiones internas entre las distintas Autonomías como nos han querido hacer creer, sino que para desconsuelo de todos se hunde bajo nuestros pies, los Obispos de la Santa Madre Iglesia han sacado fuerzas de flaqueza espirituales forjadas seguramente durante su más lontana juventud cuando escucharon aquellos encendidos discursos joseantonianos donde se describía a España como una “unidad de destino en lo universal” apelando no ya al patriotismo de antaño de la población, cuanto a nuestra adhesión cívica para preservar un bien moral.

El problema de que los Obispos hayan identificado a España como “un bien moral a preservar” extremo que no niego, además de padecer la comprensible incomprensión social de un pueblo poco dado a la metafísica, es que España, no es una entidad subsistente en el Limbo geopolítico; Por consiguiente, todos nos preguntamos cuáles son aquellas otras realidades fisicosociales que a su juicio son “males morales a eliminar” o de las que podemos prescindir en el universo del discurso de las identidades nacionales o que pretenden serlo. Veamos, ¿es Alemania otro bien moral a preservar? Si se lo preguntamos a un alemán del montón, a lo mejor nos dice que sí; si lo preguntamos a un neonazi, casi que nos responderá que más que a preservar sería a extender; por el contrario, si se lo planteamos a un israelí dudo mucho que su respuesta fuera afirmativa, como negativa sería la contestación de un palestino sobre preservar el bien moral de Israel. Es evidente entonces, que la respuesta depende en alto grado de la subjetividad relativa a la propia experiencia del interpelado. Y no creo que sea muy distinto en el caso español.

En la mente de los Obispos ha primado el mensaje positivo emitido en lugar del implícito negativo que cualquier vasco, catalán o canario haya recibido por espejismo lógico, que a palo seco vendría a declarar sus patrias chicas poco menos que como pecados políticos y ofensas a la divinidad, es lo malo de que la gente lea y piense por su cuenta, que sacan sus propias conclusiones equivocadas, cuando bien podrían continuar exclamando a sus parroquianos sin miedo a desviarse de la Doctrina, aquello de “Cada uno en su casa y Dios en la de todos”.

Con su rotundo pronunciamiento en favor de preservar el bien moral que representa España sin llamar a la Cruzada o al Mio Cid a combatir los males morales que amenazan su supervivencia, la Conferencia Episcopal ha bendecido a todo nacionalista que desee preservar su particular bien moral, se llame este España, Euskadi, Cataluña o la Chinchapapa, porque siendo como somos todos hijos de Dios, es de suponer que los bienes morales no dependan del tamaño del territorio, del número de habitantes, de los siglos que sea citado en la historia y demás características accidentales que confluyen en la constitución de una nación, sino del amor que los ciudadanos sientan por su tierra, sus costumbres y las personas que les rodean, Santa Alianza del individuo para con su comunidad que aunque puede inculcarse a los niños en el colegio, manipularse por los Partidos al objeto de obtener votos, instrumentalizarse por el Estado para enviar a los jóvenes a la guerra y hasta inventarse con tal de salvaguardar los intereses de Occidente, no puede negársele a esas regiones del planeta no reconocidas como Estados por el orden Internacional, de no creer que sus gentes sean hijos de un dios menor, hipótesis del todo descartada por el sano Catolicismo.

Lamentablemente España no cuenta con verdaderos patriotas fuera del mundo del fútbol. De haberlos entre los empresarios, banqueros, educadores, médicos, consumidores y sobre todo, entre los políticos, no estaríamos como estamos. Pero nacionalistas…¡nacionalistas tenemos la hostia! Mas, no vayan ustedes a creer que sólo hay nacionalistas vascos y catalanes; el nacionalismo más extendido entre nosotros, es sin duda el español como ha evidenciado la Conferencia episcopal.

¿Un impuesto sobre el aire?

Gracias al último informe de Ecologistas en Acción, nos enteramos de que, el 94 % de nosotros respiramos un aire contaminado por encima de los límites recomendados por la Organización Mundial de la Salud. Pero no hay motivo para la alarma general, máxime cuando caemos en la cuenta de que la OMS tiene su sede en la lejana ciudad suiza de Ginebra.

La noticia que incomprensiblemente se ha filtrado a los medios de comunicación, además de provenir de una organización dedicada a generar inquietud en la ciudadanía por medio de lo que se ha dado en conocer como preocupación por el “Miedo Ambiente” es de carácter muy relativa por verse el porcentaje de afectados enormemente reducido a escala local a un aceptable 22% de la población, de atender los periodistas sólo a los límites tolerables fijados por la legislación española, que por algo es la que nos afecta más directamente y la única que debería ser de relevancia profesional a la hora de informar a los españoles.

Claro que, si lo que ustedes desean es vivir del todo despreocupados del asunto, entonces, les recomiendo hacerse con un pasaporte bajo bandera tercermundista como hacen las grandes empresas energéticas cuando se trata de fletar un petrolero, al objeto de que sus permisivas leyes, respecto a los límites tolerables de contaminación para la salud humana, les evite el desasosiego particular que puede ocasionarles saber estos datos que únicamente deberían conocer los científicos.

Mas conchabados como están Grandes Empresas contaminantes, Gobiernos corruptos que dejan hacer, periodistas que miran hacia otro lado a cambio de publicidad y Oenegés amaestradas por las subvenciones, sólo se me ocurre un motivo para encajar sin dificultad que informes como el recientemente presentado haya recibido tanta pública difusión, que a priori deja mal a todos ante el común de los mortales que entre sorprendido e indignado se pregunta ¿Por qué no me lo advertisteis antes?

Hay que ser muy tonto para creerse el discurso oficial buenista que presenta a empresarios, gobernantes, periodistas, científicos, Oenegés y cualquier tercero que se cite, como entidades dedicadas a crear riqueza, solucionar nuestros problemas, mantenernos informados, esforzarse en el progreso colectivo y ayudar a los demás, por lo que en la información difundida debe haber gato encerrado, en forma de bálsamo preparatorio para el inminente anuncio de un impuesto sobre el aire puro y los espacios libres de humo y contaminación.

La argumentación que se está empezando a pergeñar entre unos y otros vendría a ser como sigue: Las empresas españolas, auténtica fuente de empleo y riqueza del ciudadano, agobiadas por la crisis no pueden continuar sosteniendo por si solas los costes contraídos para preservar el medio ambiente de la inevitable contaminación que genera su actividad. Para aliviarlas de esa carga que amenaza con paralizar por completo el desarrollo de nuestra industria y consumo, el Gobierno en su responsabilidad se ve obligado a apelar a la solidaridad de todos los consumidores para poder sufragar los gastos derivados de recuperar el ecosistema dañado por la actividad industrial que, a fin de cuentas, es el resultado de la demanda. Por ello, además de los impuestos sobre los carburantes, del céntimo sanitario, el céntimo ecológico, es imperativo empezar a pagar por el aire que respiramos…

Al principio, la medida será ampliamente contestada, porque comportará que las élites económicas gozarán en sus vidas de un aire de mayor calidad que el resto y que los más desfavorecidos verán garantizada la introducción en sus pulmones de toda clase de sustancias dañinas para su organismo toda vez se haya prohibido por completo la venta de tabaco. Pero, según se vea que el negocio del aire genera empleo y nuevos motivos de ocio, pronto nos acostumbraremos a pagar y sobre todo disfrutar del aire fresco, como los presos valoran estar fuera de sus celdas al aire libre, de igual manera en que como advirtiera en “Las repentinas ocurrencias de un excelente comedor de pizza” hemos aceptado que los más adinerados se vistan mejor, coman más sano, vivan en sitios más saludables, desempeñen oficios más gratos, mejor pagados, reciban una mejor educación, una mayor atención médica y hasta sean más guapos, buenos e inteligentes.