El Jardín de los Honrados

Dicen en publicidad que una imagen vale más que mil palabras; en ética que no hay mejor predicación que la del ejemplo, en psicología que el refuerzo positivo ayuda a la mejora de la conducta más que el negativo…y en consecuencia, necesitados estamos en estos tiempos de corrupción politico-empresarial de claros referentes cívicos más actualizados que los espirituales ofrecidos por el santoral eclesiástico del calendario donde Cucufato o Nepomuceno, lejos de provocar en las nuevas generaciones su emulación, la espantan sin entrar en detalles con sólo mencionar el nombre, a fin de que la ciudadanía no caiga en la trampa de pensar que su conducta habitual es equivocada por no aprovechar las oportunidades cuando una sociedad irresponsable se las brinda en bandeja por ley, que nada ilegal se comete al hacer uso de tarjetas opacas entregadas por la propia empresa como hemos visto ha sucedido en las cajas de ahorros, ni se comete delito defraudando como los Amantes de Palma 119.000 euros al año, practicando eso que los expertos en finanzas han dado en llamar “Elusión Fiscal”, qué vamos a contar cuando son las mismas Instituciones democráticas las que te animan a emprender el “Viaje con nosotros a mil y un lugar” sin reparar en gastos ni necesidad de justificarlos como ocurre con sus Señorías del Congreso, el Senado u otros centros de alta rentabilidad personal a corto y medio plazo.

En Israel, concretamente en Jerusalén, se inauguró en 1962 la denominada “Avenida de los Justos entre las Naciones” en cuyo trazado se plantaron árboles, en memoria y reconocimiento de quienes no siendo judíos actuaron de acuerdo a los más nobles principios de humanidad arriesgando sus vidas para salvar a judíos durante el Holocausto. En el lugar se dispuso también una placa donde desde entonces se inscriben los nombres de las personas recordadas como “Justas entre las naciones” para que la humanidad tenga constancia que en medio del horror, del miedo, de la indiferencia, de la vergüenza, la colaboración y el fanatismo que supuso el Holocausto, hubo gente que hizo lo correcto. Pues bien, creo que algo parecido, salvando las distancias, deberíamos hacer en España con la corrupción cuya relevancia social empieza a tomar proporciones bíblicas en lo referente a las cantidades sustraídas, número de oenegés, fundaciones, sindicatos, empresas, bancos, partidos y otras entidades directamente implicadas, o indirectamente a través de sus representantes imputados, investigados, encausados, procesados, sentenciados o encarcelados en los casos destapados por la prensa o abiertos en los tribunales, cuando el asqueante “Debemos dejar trabajar a los tribunales” y el desacreditado “ No se puede generalizar” o fórmulas semejantes, sólo son pronunciadas por quienes amparan la desvergüenza y la desfachatez más absolutas, sea desde su escaño, sea desde los medios de comunicación.

El proyecto aquí propuesto de crear en Madrid un “Jardín de los Honrados” no pretende premiar sin más el comportamiento que debería contemplarse como habitual en condiciones normales por ciudadanos corrientes a quienes suponemos debidamente educados en los valores de convivencia cuya recompensa evolutiva suficiente habría de ser poder dormir tranquilos por la noche ocho horas seguidas cada día, sino, el de dar testimonio sobresaliente de una conducta excepcional (No robar de las arcas públicas bajo ninguna de sus formas por medio de dietas, subvenciones, sobresueldos, regalos, tarjetas, recalificaciones…) acontecida en medio de una circunstancia nada propicia para mantenerla (Sin vigilancia de ningún tipo, sin control de cuentas, con la complicidad de tus colegas, con su silencio, con el apoyo de las entidades a las cuales estás adscrito, etc), entre individuos a quienes hemos de suponerles una ética distinta a la común forjada a sangre y fuego primero en la pugna y después en el ejercicio del omnímodo Poder (Financieros, empresarios, políticos, sindicalistas, aristócratas, traficantes de armas, drogas, personas…). Porque, es muy fácil portarse bien cuando te vigilan como saben los escolares de primaria; es muy sencillo contribuir con los impuestos cuando todos tus ingresos están sujetos a una nómina como entienden los asalariados y no te queda otra que pagar el IVA al adquirir huevos, pan y leche para tus hijos como aceptan los desempleados…porque nuestros más sólidos valores etico-morales están abocados a mantenernos sociables por si Aristóteles estaba equivocado en cuanto a nuestra Naturaleza. Mas, sucede que toda la tradición con sus tabúes, usos, modales, costumbres, educación, y leyes, apenas afectan al espíritu más allá de lo que en términos sociobiológicos podríamos identificar como actitud basal, es decir, aquella que mostramos sin mediar necesidad (Hambre, sed, prisa), no haber incertidumbre (peligro, enfermedad, guerra, ruina) y sobre todo, sin oportunidad.

En principio, había pensado en el Parque del Retiro como el adecuado para ubicar un monumento botánico de estas características, por ser un espacio de concurrencia ciudadana donde las familias, los niños y jubilados van a pasar las mañanas soleadas y las apacibles tardes de Domingo entre patos y palomas; empero, reparé en lo poco eficaz que estadísticamente resultaría su emplazamiento en dicho lugar por el que sólo pasean turistas, despistados y pobre gente. Por consiguiente, lo suyo sería convertir la Avenida de San Jerónimo donde se halla el Congreso de los Diputados, en una arboleda a tal efecto, siendo sus primeros especímenes arraigados los dedicados a los cuatro consejeros delegados de Caja Madrid que pudiendo irse de copas, pagar un supererasmus a sus hijos en Suiza, tomarse unas vacaciones en las Samoa, hacer una ronda por los mejores restaurantes de la capital del reino, acudir a conciertos con toda la familia, pagarse unas rayas de coca…hicieron algo que yo mismo seguramente no hubiera hecho: se abstuvieron de utilizar las famosas tarjetas opacas, cuyos nombres son: Francisco Verdú Pons, Esteban Tejera Montalvo, Félix Manuel Sánchez Acal, e Íñigo María Aldaz Barrera.

La terrible pregunta de Rajoy

Viniendo como vengo del mundo de la Filosofía, curado de espanto debería estar de toda suerte de interrogantes desfilando por mis lecturas habituales cuestiones metafísicas como ¿Existe la existencia? ¿Es el Todo mayor que la Nada? ¿Qué es Ser? Mas, hete aquí, que nunca puede uno bajar la guardia, pues la sorpresa tiene esa facultad de pillarnos confiados como me ha sucedido con quien menos lo esperaba, a saber, el Presidente Rajoy, quien hace unos días, a propósito de explicar los últimos casos de corrupción que afectan a antiguos cargos del PP madrileño y seis alcaldes, afirmó con la rotundidad que le caracteriza «Esperanza Aguirre se ha equivocado, como yo. Y como todos los que estamos aquí” para acto seguido lanzar al aire ante los micrófonos y las cámaras de televisión la terrible pregunta ¿es que hay alguien que no se ha equivocado alguna vez?
¡Sí! Pregunta ¡Terrible! Porque, desde que se la escuchara proferir por ese pico de oro que dios le ha dado, todas las perennes cuestiones sobre el sentido de la vida, el valor de la Verdad, la realidad de la muerte o la persistencia del Mal en la divina Creación, pasaron de sopetón a un segundo plano en mi meditación nocturna antes de acostarme para no dejarme dormir en paz desde entonces. ¿Es que hay alguien que no se ha equivocado alguna vez? La cuestión daba vueltas y más vueltas en la cabeza retorciendo la conciencia cuyos remordimientos empezaban a aflorar por remotas fechorías cometidas durante la infancia en un sincero ¡Yo acuso! reflexivo donde la memoria traidora traía a la mente las pesetillas arrebatadas en un descuido al monedero de mi madre y la más vergonzosa imagen de robarme a mi mismo los ahorros de mi propia hucha que me había comprometido a no abrir hasta final de curso con apenas siete primaveras. ¡Oh! ¡Qué razón lleva el Presidente! Quien más quien menos ha copiado en un examen, ha aparcado mal el coche, ha escupido al suelo, ha tomado prestado un paraguas que no es el suyo, ha exclamado ¡Joder! en vez de ¡Córcholis!…Luego…Yo también soy un pecador. Yo di de beber a mi hermanito el jarabe de fresa entero que le llevó al hospital; Yo me he hecho el enfermo para no ir a clase en invierno; Yo he contado chistes en misa; Yo, yo, yo…¡Siempre yo! A nadie más puedo echar la culpa de mis actos. ¡Oh! Señor Presidente! ¿Cuánta ternura paternal encarna su pregunta? Usted en persona, lejos del plasma, se muestra ante los españoles como un maestro comprensivo ante sus alumnos que le ponen excusas por los trabajos no entregados, cuál cura que reconoce ser cocinero antes de fraile frente a los monaguillos que le han sisado las hostias, como el agente de paisano que hace la vista gorda ante un joven que le ofrece en la discoteca un canutillo, como un juez con manga ancha ante los ocupas…Pero ni yo, ni la gente como yo, ni nadie de los ciudadanos corrientes, peatones del siglo XXI, somos merecedores de su afecto, comprensión, justificación y perdón. Porque, sin contar en nuestro haber ciento diecinueve mil euros defraudados al fisco, sin tener a mano tarjetas opacas, sin capacidad de percibir millonarias subvenciones, sin recibir sobres con billetes de quinientos, sin montar empresas para presentar facturas falsas…en resumen, siendo como somos, lejos de arrepentirnos de nuestros actos mundanos, nos mostramos tremendamente apenados porque nuestras faltas no sean lo suficientemente dignas de aparecer en grandes titulares a cinco columnas donde ponga “El Gran Nicola tiene una cuenta secreta en Suiza con diez millones de euros” o abran los telediarios con la presentadora anunciando “ El conocido articulista Nicola era el cobrador secreto de la Familia Real usando su republicanismo como tapadera mediática” e incluso, no nos importaría nada que los jueces antes de juzgarnos nos impusieran una fianza de quince millones de euros y después nos condenaran a prisión cuatro años y un día por apropiación indebida de cuarenta millones de euros del erario público en el ejercicio de nuestra función, pues, estoy seguro que al poco, no solo no nos sentiríamos abochornados socialmente por dicha conducta incívica, sino que la propia autoridad nos dejarían libres ¡Por buen comportamiento! O en su defecto, vía indulto real o gubernamental. Y con un certificado así, sí que nos redimiría la conciencia.

¡Seguro! ¡Seguro!

El pasado Lunes, durante uno de esos actos públicos en los que a la velocidad del rayo se prodiga por la piel de toro, el lider pesoista Pedro Sánchez, se presentó como una opción segura ante la incertidumbre económica representada por el Gobierno de Rajoy y el desasosiego que provoca la incógnita política de nuevas formaciones que amenazan en el horizonte electoral; dicho con sus propias palabras: “Frente a la política de la resignación de unos (PP) y a la política de tabla rasa de otros (Podemos), los socialistas, proponemos un cambio seguro. (…) Fuimos, somos y volveremos a ser el gran partido del cambio. Estoy seguro”.

Pedro Sánchez, enfatizó varias veces de gesto y de palabra la voz “seguro” tanto cuanto Rajoy hablaba de “confianza”. Pero basta verle a él y a quienes le rodearon en dicho acto ( Zapatero, Tomás Gómez, Carmen Chacón, Conde Pumpido…) para sospechar que tras su discurso lo único que hay ¡seguro! ¡seguro! es más de lo mismo como demostró nada más ganar las primarias cuando le faltó tiempo para decir lo contrario de lo mantenido durante la campaña. De no ser que a la palabra “Seguro” le demos la entonación adecuada colocándola al final de cada una de sus promesas, propuestas y afirmaciones como me dispongo a hacer a continuación:
El actual Secretario General del PSOE, declaró que el cambio a operar por su formación en España, será desde la izquierda con iniciativas audaces, rigurosas y sensatas. ¡Seguro! Es más, se comprometió en luchar de forma implacable contra la corrupción para evitar que aparezca, y sancionarla con dureza cuando esto ocurra. ¡Seguro! ¡Vamos! no me cabe duda. En esta línea de pronunciamientos, Pedro Sánchez, anunció varias medidas encaminadas a combatir la corrupción como el endurecimiento del régimen de incompatibilidades, la reforma de la ley de contratación pública, el agravamiento de las penas para los casos de corrupción y que los responsables respondan con su patrimonio. ¡Seguro! Seguro que lo hará. Entusiasmado por el discurso que pronunciaba, llegó a exclamar: hemos de restringir las donaciones a las formaciones políticas, emprender la descolonización por los partidos de las instituciones y sustituir la afinidad y la dependencia, por el mérito, la capacidad y la independencia de criterio. ¡Seguro! ¡Segurísimo!
Respecto al reordenamiento jurídico del Estado, el líder de la Colaboración sostuvo que “Defender la Constitución hoy, es defender su reforma. Actualizarla es la mejor manera de preservarla”. Es su deseo incorporar a la Constitución mecanismos que garanticen el Estado de Bienestar – Esto es segurísimo – y la protección de Derechos – esto es superseguro -, y por otro lado, reformar la estructura territorial del Estado en un sentido federal. La dirección federal que propugna el PSOE busca además, una clarificación de las competencias, dotar de recursos suficientes a las autonomías para el desempeño de sus funciones, convertir el Senado en una auténtica Cámara territorial y reconocer los hechos diferenciales. «Se trata de conjugar igualdad y legítimas diferencias. El derecho a la diferencia no se puede traducir en diferencia de derechos”. Y esto si que es ¡Seguro! ¡Seguro! de verdad, porque es lo que los pesoistas siempre han defendido y nunca han puesto en práctica.
Respecto a los problemas sociales por los que están atravesando los ciudadanos trabajadores pagadores de impuestos, no dejó escapar la oportunidad de dejar caer que “esta realidad puede cambiarse a través de medidas como un rescate financiero a familias y autónomos en situación límite” dando a entender que él mismo se ocupará de ello, cosa de la que estoy muy, pero que muy seguro.
Y ya, embriagado de si mismo, en un frenesí mental, confesó su más íntimo deseo “Mi proyecto para España es el de la economía del talento y el mérito; una economía sin privilegios, sin posiciones blindadas, sin más barreras que la capacidad y el esfuerzo”. Por supuesto, a esto debemos decir: ¡Seguro! ¡Seguro que sí!

Villancico ¡Pan! ¡Champán! Y ¡Mazapán!

Tras el éxito ensordecedor de mi anterior composición dodecafónica “De cómo las calabazas de Haloween intentan cantar un villancico y su consiguiente cabreo” para piano desafinado y martillo justiciero, me he visto empujado a crear una nueva pieza para estas Navidades…

VILLANCICO PAN CHAMPÁN Y MAZAPÁN

Son días de fiesta
De felicidad
De adornos, regalos
Desearse la paz
Recibir aguinaldos
Amigos invitar
De irrumpir en el Congreso
Para entregar
a sus Señorías
Hogazas de pan
¡Pan! ¡Pan! ¡Pan! ¡Pan! ¡Pan! ¡Pan! ¡Pan! ¡Pan!

Son días de fiesta
De felicidad
De adornos, regalos
Desearse la paz
Recibir aguinaldos
Amigos invitar
De entrar en Moncloa
Para descorchar
Ante el Presidente
Espumoso champan
¡Pan! ¡Pan! ¡Pan! ¡Pan! ¡Pan! ¡Pan! ¡Pan! ¡Pan!

Son días de fiesta
De felicidad
De adornos, regalos
Desearse la paz
Recibir aguinaldos
Amigos invitar
De alcanzar juntos
La zarzuela de Su Majestad
Y a Don Juan Carlos, Sofía, Felipe y demás
Obsequiarles, turrón y mazapán
¡Pan! ¡Pan! ¡Pan! ¡Pan! ¡Pan! ¡Pan! ¡Pan! ¡Pan!

El ejemplo de Don Juan Carlos

Al final, ha resultado que los hechos, poco a la vez, dan la razón a quienes desde el más absoluto de los descréditos, mantenían contra las apariencias que vuestro Rey Don Juan Carlos, era una figura ejemplar, no ciertamente en el sentido cinegético del término potencial objeto de prácticas taxidermistas como en su día propuse en el texto Monarquía disecada, sino con el expresado por la máxima kantiana «Obra de tal manera que tus actos puedan ser tomados como normas universales de conducta.» Pues, si errar es de humanos y de sabios corregirse, de buena gente es pedir perdón y obrar en consecuencia, cobrando hoy valor en alza, la secuencia iniciada con aquel sencillo “Lo siento mucho; me he equivocado; no volverá a ocurrir.” Y finalizada en tiempo y forma con su abdicación. Lección magistral que Don Juan Carlos ofreció en sacrificio para toda la casta política, más allá de soporíferos discursos y brindis al sol, predicando con el ejemplo, aparentemente en el desierto de una España entregada a la picaresca, el disimulo y la impostura, donde nadie dimite hasta que se le cese y nadie es cesado por miedo a que tire de la manta, desmantelando todo el tinglado montado con la excusa de la democracia, el Estado de Derecho y la Constitución.

Pero, quizá, por primera vez en la historia, la abdicación de un Borbón, lejos de perjudicar al país más que su propia presencia en el trono, haya servido para algo, a saber: para iluminar el camino descubriendo los pasos que deben dar aquellos que ocupando puesto públicos, representativos, institucionales de responsabilidad, su comportamiento deja mucho que desear, inhabilitándoles para el cargo ante los ojos de la ciudadanía, sin esperar a que se pronuncien los tribunales y la prensa distinga entre investigados, imputados, procesados, retenidos, detenidos, sentenciados con recurso y sentenciados en firme, esperando el indulto, camino de luz que se recorre en tres pasos básicos:

Primero ¡Lo siento mucho! Aunque desde una ética Nietzscheana no tenga mucho sentido el arrepentimiento por cuanto en una realidad cíclica del Eterno Retorno, volveremos a cometer las mismas faltas una y otra vez, como sucede en mi caso con las de ortografía, es bueno, que el sujeto tome conciencia del mal que hace y si este es privado lo exprese en privado y si el daño es público lo declare en público; es bueno por cuanto contribuye a la pedagogía social reforzando la escala de valores colectivamente compartida. Segundo, ¡Me he equivocado! Asumir la responsabilidad de lo hecho en primera persona y declararlo un error, un fallo, una equivocación…un mal. Y en tercer lugar ¡No volverá a ocurrir! Expresar la intención personal de no volver a incurrir en dicho comportamiento.

Ciertamente, el conjunto de la fórmula tripartita empleada por el pillo compungido de Don Juan Carlos, es muy básica, por adolecer de un acto de contrición, una reparación de los efectos del daño y a caso, en sentido estricto, no alcance la categoría de una petición de perdón, como a las que últimamente estamos asistiendo salidas de la boca de la Presidente del PP Madrileño Esperanza Aguirre o del mismísimo Presidente del Gobierno Mariano Rajoy.
Y ¡Efectivamente! Don Juan Carlos, no pidió perdón, porque era consciente de que en su situación, lo correcto, lo coherente, lo esperado, lo ética y moralmente adecuado, no era pedir perdón como hacen los fieles en el confesionario…Vuestra Majestad Don Juan Carlos, pidió perdón como sólo un Rey puede hacerlo: ¡Abdicando! Acto que por si solo lo engrandece en una de esas piruetas que el destino tiene reservado cuando dios mira en los corazones de los hombres y no en sus posesiones, títulos o nombres, como bien ilustrara Tirso de Molina en El condenado por desconfiado.

Y, suyo es el mérito, entonces, de que hoy, desde las casas hasta las empresas, los niños a sus padres, los alumnos a sus profesores, los empleados a sus jefes, hayan perdido el miedo y hasta la vergüenza en reconocer sus faltas, sus pecados, sus errores, cuando han roto una vajilla entera por ir con patines en el comedor, por copiar en los exámenes, por llegar tarde al trabajo…sana actitud que pese a su contumaz resistencia colectiva, ha terminado por alcanzar a sindicalistos y politicastos que piden perdón por las tarjetas, por las comisiones del 3%, por el dinero en paraísos fiscales, etc.

No está mal para empezar. Pero en política, la petición de perdón a los ciudadanos ¡sobra! La politología no entiende de pecado, culpa, remordimiento, sacramento de la confesión…eso es propio de la Teología; y si se va por este camino, lo suyo sería después de otorgarles el perdón, encomendar su alma a Dios y darles la Extremaunción. Pero, tratándose de política, lo que procede a nivel personal de parte de los presidentes, ministros, diputados, congresistas, senadores, alcaldes y concejales ¡es la Dimisión! Y cuando se trata de Partidos que han amparado, consentido, encubierto, fomentado y orquestado las tramas de corrupción como el PP y el PSOE, entonces toca hablar de ¡Disolución!