Bandos, Bandas y Bandidos

Me las prometía muy felices para escribir de un tirón sobre el origen común de bando, banda, bandera, bandido y llegado el caso Vándalo, inducido por la fonética que tanto nos traiciona en encontrar la parentela palabril.

Pronto aparecerían las primeras dificultades, pues si banda, bando o bandido quedan relacionadas por aludir a algún aspecto del agrupamiento, como también acontece al banco sea de sentarse, de peces o de dinero, la banda cruzada, que se colocan las autoridades o las bandas de un campo de futbol, por no hablar del bando municipal, etc, como que parecen responder a otro motivo.

Desde mi etimología de andar por casa, todo iba como la seda: los “Bandos” publicados por las distintas instituciones, se dicen así por ser promulgados por los “Bandidos”. El título de “Bandido” originalmente habría significado (Gobernante) aconteciéndole lo mismo que al término “Criminal” que en sus inicios era sinónimo de Mandatario. Los Bandidos eran así denominados por ser instaurados en el Poder mediante la imposición de una “Banda”. Esta banda, recibiría su nombre por ser símbolo de Poder anhelado por las “Bandas” que aúpan a su jefe de filas hasta alcanzarla para convertirse en bandido. Las bandas habrían sido así llamadas por distinguirse con “Banderas”. Y finalmente, las banderas se dijeron así, por estar confeccionadas con bandas en el sentido de franjas de tela o de colores. Y llegados a este punto, me rondó por la cabeza que seguramente todo empezaría con los Vándalos a quienes algún avispado miembro de la RAE habría hecho aparecer en el diccionario con V lo que al inicio era con B para que nadie osara vincular el vandalismo con la bandera y el Gobierno del Estado.

Lamentablemente, los eruditos no comparten la secuencia descrita y hacen derivar las voces de distintos padres. Pero presiento que tienen los mismos abuelos, y si no, bisabuelos, o tatarabuelos…¡Empecemos!

Existen dos acepciones para “Bando”, la primera se refiere a un edicto oficial de ahí que digamos “Contrabando” a la mercancía que no paga los impuestos ordenados por el bando. Proviene del franco (Ban) y en última instancia del indoeuropeo (Bha) a través del germánico (Bannan) con sentido de “hablar”. Una segunda acepción señalaría al grupo de personas que comparten un mismo interés frente a otros grupos. Este otro “Bando” saldría del gótico (Bandwa) con significado de “Señal”. Casualmente, para enredar más las cosas, los expertos también la remiten a la misma raíz indoeuropea (Bha) esta vez con sentido de “Brillar”.

La voz “Banda”, muestra igualmente dos acepciones troncales, aquella que alude al grupo de personas con un mismo interés. Esta sería la banda de los forajidos. Por su idea de agrupamiento se extendería a la banda de música, la banda sonora y banda juvenil. En italiano (Banda) designaba a todo grupo armado distinguido por una bandera. Y una segunda “Banda” que remite al idioma franco donde (Bind) era la cinta que se colocaba a los jefes en la batalla.

La palabra “bandera”, fue incorporada por la lengua de Petrarca directamente del germánico (banda) nacida del gótico (Bandwa o bandwo) que designaba al estandarte.

En italiano (Bandito) del verbo (Bandir) era “Desterrado” y con el tiempo denotaría “fuera de la ley” que es como pasó al castellano. El italiano a su vez la tomó del gótico (Bandwajan) con sentido de “señalar” que como vimos estaría emparentado con el proto-germánico (Bann) “Proclamar” solo que esta vez con idea de “Prohibir”.

Para el significante “Banco” caben tres acepciones: entidad financiera; lugar donde sentarse; y conjunto de peces. Curiosamente, los linguistas, no se ponen de acurdo con el origen etimológico de esta otra voz, siendo la más plausible aquella que la situa cerana al franco (Bank) silla sin respaldo, pero no un taburete, por poderse sentar varias personas. Como quiera que los primeros prestamistas se dispusieran en bancadas de las plazas a esperar a sus clientes, estos tomaron del lugar su nombre siendo su ocupación la banca y ellos banqueros. Por supuesto, esta explicación la doy por buena hasta donde llega, pues queda razonado tanto el primer como el segundo caso de Banco. Pero, Banco en sentido de grupo de peces, se me antojaba respondía más a la acepción de agrupamiento. Y entonces ¡Tate! En tanto en cuanto la voz franca significaba que varias personas se sentaban juntas, lo suyo era que su origen igualmente respondiera a esa cualidad, lo que casa sin dificultad con la presencia nada casual de (Ban) a la que se le adjunta la (K) que le distingue del resto de casos, pero no tanto como se cree.

Más guasa tiene la falta de información sobre “Vándalo” pues no requiere mucho esfuerzo intelectual radicarla en el pueblo “Vándalo”. La cuestión es ¿por qué el pueblo “Vandalo” era denominado “Vándalo”? Entonces, empieza el consfusionismo con el origen histórico y geográfico del Pueblo Vándalo en vez del etimológico de su nombre; ¡antes de eso! se entregan al frenesí de relacionar el nombre de “Andalucia” con el nombre “Vandalo”, cuando siendo como era un pueblo germánico, lo suyo era relacionarlo con la raiz (Band).

Podríamos continuar con palabras como “bandeja” que responden a la misma etimología apuntada o con voces del estilo de “bandurria” que se alejan demasiado de nuestro interés, pero juzgo suficiente lo dicho para aceptar que mi etimología casera sobre los bancos, los banqueros, los gobernantes y los partidos no estaba mal encaminado del todo.

PoPó

A propósito de lo expresado por el portavoz del PP en el Congreso, Rafael Hernando, durante un acto de su Partido en Sevilla en alusión a la formación Podemos que «se presentan como ‘Don Limpio’ pero en cuanto le pasas el algodón están cubiertos de suciedad, por no decir de caca», bien traída está la popular observación “Le llamó el burro al caballo orejón”, pues, si es de inmundicia política de lo que hablamos, el PP representa la mayor de las letrinas del Reino cuya pestilencia parece despacharse a gusto al indecente grito de ¡Agua va! arrojado impúdicamente desde las ventanas de Génova a la vía pública sin el menor cuidado ¡de todo! menos agua pura y cristalina, bautizando a la despistada ciudadanía con sus más indecentes desahogos, como el referido.

A caso por ello mismo, con su atronadora intervención, desde su particular trono mediático, Rafael Hernando, no pretendía tanto señalar el chorongo en taza ajena, cuanto reclamar para si, la competencia en la materia y en consecuencia, en mi calidad de autor de “Memorias de un retrete y otros escritos cochinos” ensayo acerca de la relevancia metafísica de la mierda y la importancia filosófica del pedo, no puedo más que juzgar del todo oportuno y ajustado a derecho en fechas tan señaladas, otorgar a su figura y cuanto representa, el distintivo título de “Cagador” del belén Nacional.

No obstante, me veo en la imperiosa obligación de reprobar obrando de oficio sin beneficio, el equivocado uso de la palabra “caca” como eufemismo del término genérico “Mierda” por parte del Gran Cagador, Rafael Hernando, y aún más si cabe, del reproche igualmente errado con el que ha sido contestado por Pablo Iglesias con “ A algunos dicen caca porque les da vergüenza decir mierda …” pues vaya para ambos la advertencia de que ahí donde la tienen, la voz “Caca” es un cultismo que viene del Griego “Kakos” que significa (Mal, malo) de donde procede que le digamos “caco” al ladrón, que lo que suene mal sea “Cacofónico” que al malo de los malos infantil sea el coco y así también se explica por traslación fonética de la “C” a la “G” que en castellano “caguemos” y no “mierdemos”, si bien, todo hay que decirlo, la propia “mierda”, no es menos culta que digamos, pues procede el Latín.

Esta falta de consideración para la palabra “Caca” tanto por parte del portavoz del Partido del Gobierno como por Pablo Iglesias quien ostentando el cargo de el Secretario General de Podemos habría de tener presente que “Secretario” está estrechamente relacionado con el “Excremento”, seguramente se deba al parvulario eslogan de rebeldía “¡Pedo, culo, caca, pis!” con el que los niños tratan de flanquear la barrera idiomática tabuada de los mayores en un primer paso hacia la Libertad de Expresión recogida en la Constitución, donde las dos primeras voces “pedo” y “culo” han alcanzado claramente un estatus separado de su impronta infantilista de “felipe” o “Pompis”, mientras las dos últimas “caca” y “pis” parece que todavía no obtuvieron la seriedad necesaria como para pasar al acervo adulto, aun cuando se elevaron respecto a sus precedentes de “pipí” y “popó”. El asunto debería hacernos reflexionar sobre cuál ha sido el motivo decisorio para que una palabra tan culta como “caca” se haya quedado entre los hablantes como un término infantil y no haya triunfado en el vocabulario de los mayores. A este respecto, yo no detecto otra variable que dé razón de ello que ser bisílaba replicante como le sucede a “Mamá”, “Papá” o Tata” que procuramos no utilizar en público pasada cierta edad.

Tomando en cuenta lo comentado, no me explico cómo ni por qué, Rafael Hernando, portavoz del Partido Popular, siendo miembro de una formación que fonéticamente es pronunciada con un bisilábico replicante que suena (pepé) y en siglas se refleja como PP, se haya decantado por emplear la voz “caca” en lugar de “popó”. El susodicho podría refugiarse in extremis en el excusado de que “caca” es una palabra más culta que “popó” a decir de los diccionarios que atribuyen a esta última un origen onomatopéyico, mas a mi entender, de ser así, mejor le correspondería en sonoridad la expresión “plof-plof” o “chof-chof” siendo para mi su raíz etimológica, la misma de la que participa el término latino “puppis” que todavía permanece desconocida para los lingüistas y del que deriva la palabra “Popa” cuyo significado, casualmente es, “parte trasera de una embarcación”.

Por consiguiente, me da a la nariz, que si, Rafael Hernando, ha dicho inapropiadamente “caca” en lugar del más adecuado “popó”, a falta de mejor explicación, debe tratarse del famoso fenómeno del lapsus línguae freudiano que ha dejado escapar lo pensado por el hombre sobre lo que le espera a la Comunidad Canaria (CC) con la prospección petrolífera de Repsol impuesta desde Moncloa por el gobierno de Rajoy.

Unión, no viene de Uno

Bien saben los lectores lo aficionado que soy a echar mano de la etimología para arrancarme en la pilla reflexión sobre cualquier tema al objeto de dar cobertura a las más estridentes conclusiones que una mente ociosa con demasiado tiempo libre suele arrojar durante los largos periodos de aburrimiento a modo de onanismo intelectual. Mas, sin que sirva de precedente, esta vez, haré precisamente lo contrario, enfrentando mi argumentación a lo establecido sin fisuras por el origen de la palabra “Unión” que ciertamente proviene de la voz latina “Unio” que a su vez deriva de “Unus” con significado de “uno”, pues afirmo rotundamente que fuera de la etimología, en la realidad de las cosas, en nuestro pensamiento y aún de la propia semántica, “la Unión” no remite al “Uno” sin que quepa polisemia alguna como sucede con el doble significado que acontece con el término “Unidad” donde es verdad que puede hacer alusión a una realidad parmenidea unívoca, indistinta, compacta, indivisible…pero no lo es menos que, también a la “variedad” que contiene, pues la Unidad, habla de pluralidad.
Seguramente ahora, ustedes, se estén preguntando, de qué diantres trata este artículo, acaso preocupados por el cariz metafísico que pueda imprimirle su autor. ¡No teman! El empeño con el que me tomo escribir en esta noble tribuna, no es el de profesor de Filosofía, sino el de ofrecer un servicio público a mis conciudadanos, ora criticando esto, ora proponiendo aquello; y hoy toca realizar una propuesta constructiva para reconducir la convivencia en esto que unos llaman con la boca llena casi masticando la eñe ¡España!, otros con indisimulado desapego Estado español, bastándome para mi un sencillo aquí.

Devanándome la sesera en torno al acontecimiento histórico del referéndum escocés, casi caigo en la trampa mediática urdida por los grandes titulares de pensar sobre el problema bajo el prisma de la comparación entre Escocia y Cataluña, cuando lo que habría de ser comparado, hoy por hoy, es a España con Gran Bretaña, donde las diferencias en cuanto a Democracia son históricas, bien notorias y fuera de discusión; ¡sabe dios! lo que me duele hablar bien de esa gente…pero es así. Y apercibido de este hecho, tenía intención de exprimir su recorrido, cayendo entonces en mi propia celada, cuál es, la de argumentar en beneficio de mis convicciones que desde siempre están a favor del Derecho de Autodeterminación de los pueblos y la capacidad de decisión de sus gentes, cosa que no hubiera añadido nada a las ya balanceadas balanzas donde se sopesa el rumbo de los acontecimientos. Pero tuve suerte, pues nada más disponerme a enumerar las diferencias abismales que se dan entre Gran Bretaña y España, lo primero que me llamó poderosamente la atención y que jamás antes había caído en la cuenta, fue cómo se denominan habitualmente ambas realidades sociopolíticas, a saber: Reino Unido y España. ¡Tate! ¡Ahí estaba la clave!

Puede parecer ridícula la importancia de la palabra “Unión” y derivados, en el maremagnum de intereses económicos, rivalidades históricas, intrigas políticas, reclamaciones territoriales, roces culturales de todo tipo que subyacen en cualquier Estado moderno entre las distintas partes que en su día lo integraron, bien sea por enlaces matrimoniales, voluntaria adhesión o conquista, pero ya desde las primeras Dinastías faraónicas, y aún en el Paleolítico de los chamanes, todos los gobernantes fueron conscientes del invisible influjo que poseen las palabras sobre la conciencia individual y colectiva, aspecto que se conservó explícitamente en las religiones o la magia, y más recientemente, en la propaganda política y la publicidad comercial. Prestémosle a esta fruslería lingüística pues, algo de atención.

Por supuesto, la palabra por si sola, no hace milagros como ha demostrado la “Unión Soviética”. Pero en igualdad de condiciones, un Estado del siglo XXI que aspire no ya al prusiano acatamiento constitucional por parte de los ciudadanos, cosa que un buen ejército profesional es capaz de garantizar por si sólo, sino a la adhesión sentimental de todos y cada uno de ellos al proyecto que pretende presentarse como común, estará en mejores condiciones de lograrlo si en su denominación oficial aparece explicita la cálida voz “Unión” como hace en Reino Unido, Estados Unidos, o sin ir más lejos…Unión Europea.

Mi humilde propuesta para nuestro caso concreto, es además de muchos otros cambios empezando por la eliminación de duplicidades en la administración, la transformación del Senado en una cámara de representación territorial, la renovación total de los símbolos comunes, etc, hacer explícita la palabra “Unión” en nuestra denominación oficial y coloquial; aceptando el statu quo actual podría ser “Reino Unido de España” o en un futuro cercano “Unión de repúblicas españolas”, no estando por mi parte en discusión, el término “España”, por cuanto lo juzgo un lugar común lingüístico dado que el nombre del Todo, no se corresponde con ninguna de sus partes. De este modo, a la mente de los ciudadanos se les haría presente que España ciertamente es una Unidad, pero no una unidad unívoca de destino de la España ¡Una!, sino una Unión de plurales voluntades.

Canon al préstamo de bibliotecas: Me parece correcto

Consultado lo esencial del nuevo canon que habrán de pagar las bibliotecas públicas a partir del 1 de Enero del 2016 a las distintas entidades representantes de los derechos de creadores, autores y editores, debo pronunciarme con sinceridad a favor del mismo, por parecerme correcto en un asunto donde no es sencillo casar los intereses que entran en conflicto como son el derecho al libre acceso a la cultura, con el derecho de los autores a vivir de su trabajo, el apoyo a la industria editorial cuyo negocio paga impuestos, generando riqueza y creando puestos de trabajo, con ofrecer a la población un servicio público cultural de calidad, lo limitado de los recursos para temas artísticos con la prioridad presupuestaria destinada a los mismos…larguísimo etcétera de ponderaciones en las que podemos perdernos de no sopesar los detalles, o peor aún, de pasarlos por alto, partiendo en la reflexión de una postura preconcebida quemados como estamos con los andares y maneras de la otrora todopoderosa SGAE.

Cuantos saben de mi beligerancia hacia las abusivas pretensiones de esta asociación, pueden sentirse ahora contrariados, acaso traicionados, por jugar del todo esquizoide la posición en que me encuentro, cuando es del todo complementaria, si atendemos que para un mismo problema no tiene por qué haber una única solución, menos todavía entonces, la misma solución para todos los problemas, siendo un hecho que, aunque el común denominador del Canon Digital, al que me opuse con uñas y dientes y el canon a las bibliotecas que aquí defiendo, sea el mismo problema de los derechos de autor, la materia sobre la que se proyecta es lo suficientemente diversa como para reubicar el juicio.

Por resumir mi postura general, reconozco, con matices, el derecho a la propiedad intelectual pero limitada en el tiempo pues no me parece bien que un autor viva toda la vida de una obra; es justo que negocios cuyo motivo principal descansa sobre la creación artística, entiéndase cine, teatro, discoteca, plataformas internet…han de trasladar parte de los beneficios a los autores que los generan; soy contrario a penalizar el consumo comunitario espontáneo y el libre intercambio no organizado entre particulares, de igual modo que me opongo al cobro de derechos para actos esporádicos benéficos; sin embargo, me parecería un abuso por parte de todos que los barrios crearan una red de televisión comunitaria pirata, o los ayuntamientos organizaran, cada dos por tres, festivales solidarios, pues es contrario al concepto del “Comunitarismo” poner en común lo que es de otros sin su consentimiento, cuanto del de “Solidaridad”, ser generosos con el patrimonio de los demás…. Con estas escuetas coordenadas, puedo fijar mi posición sin dificultad:

El préstamo de bibliotecas, ciertamente no tiene ánimo de lucro; por aquí, no se debería gravar su actuación. Sin embargo, presenta una estructura permanente que incita al consumo de un producto sin coste directo para el consumidor, cosa que podría estar bien en un sistema como el comunismo libertario, pero de catastróficas consecuencias practico-morales en la democracia-capitalista donde nos encontramos. Porque, si el Estado cobra impuestos al mundo editorial por su trabajo y producción, cosa que redunda en beneficios de todos, no parece correcto que le siegue la hierba bajo los pies.

La cuestión de fondo es en si misma un problema jurídico-ético-filosófico; lo son los Derechos Humanos aprobados por la ONU, como para no serlo los Derechos de autor. Su realidad se complica exponencialmente en su concreción, pues a las disquisiciones cualitativas sobre si una obra pertenece al autor una vez vendida o si una idea puede tener dueño, ahora se le añaden las cuantitativas poniendo énfasis en esto o en aquello. Mas, curiosamente, son estos aspectos de grado los que mejor guían la opinión práctica, sobre cualquier particular. Y es así que, pese a los muchos reparos metafísicos que aduzco respecto a la pertenencia a un autor de su obra, el equilibrio y mesura impresos por el legislador en este Canon de las Bibliotecas, es digno de elogio.

En el caso que nos ocupa, pronto advertimos que el legislador ha contemplado cabalmente las implicaciones de los distintos puntos de la ley: Para empezar, salvaguarda el acceso individual de todas las personas, incluidas las más desfavorecidas a la cultura al no imponer tasa alguna si la lectura se realiza en el espacio y tiempo oficial de biblioteca; también se vela por el derecho colectivo a la cultura de zonas rurales o localidades con pocos recursos al establecerse exentos los municipios con menos de 5000 habitantes; igualmente se garantiza el fomento de la lectura en edad escolar dejando fuera del canon las bibliotecas de escuelas, colegios, institutos y cualquier otra entidad sujeta a la red pública de enseñanza; además se anima el hábito lector entre la población adulta, no gravándose el préstamo de obras clásicas…se observa especialmente moderación en la cuantía de las tasas aplicadas, a saber: 5 céntimos anuales por socio y 4 céntimos por cada 10 préstamos. Echadas las cuentas resulta que con sólo 9 euros podríamos satisfacer con 1000 préstamos a 100 ciudadanos, lo cual me parece el dinero público mejor gastado que pueda haber, a manos de nuestros corruptos gobernantes. Si a alguien estas cuentas le parecen un sofisma, sepan que los cálculos muy por lo alto para una ciudad como Valladolid, no superan en conjunto los 6.000 euros por ejercicio.

De haberse trabajado igual de bien las restantes leyes que pretenden defender a los autores y editores, seguramente la legítima resistencia social mostrada a las mismas, no sería la que actualmente es hallándose una más amplia comprensión a sus reivindicaciones.

Con todo, es mi obligación apostillar que mi defensa pragmática de los derechos de autor aquí esgrimida, sería más firme todavía, si los gobernantes retirasen las subvenciones públicas a la creación artística y los autores y editores renunciaran por decencia a las mismas.

Un paso al frente

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El Teniente Segura, madrileño de 37 años, destinado en Pozuelo de Alarcón, militar profesional desde el 2002, es el autor confeso de la exitosa obra Un paso al frente que ya va por la cuarto edición con más de 10.001 ejemplares vendidos – la unidad corresponde a la que acabo de encargar en la librería.

Su texto, describe la vida militar, con las características propias del mundo de la Partitocracia, a saber: salpicada de corruptelas económicas que afectan desde la calidad del rancho a la falta de combustible para los tanques, enchufismos varios para acceder a condecoraciones o puestos donde se pueda uno escaquear del trabajo, privilegios en las guardias y otorgación de permisos y abusos de poder desde el primero al último del escalfón.

El Ejército de Tierra, en un alarde de inteligencia militar, le ha abierto expediente, por considerar su contenido una vulneración del código disciplinario castrense, que prohibe explicitamente a los militares verter críticas publicamente. El contenido en el que la instrucción se fija para justificar su acusación, consiste en una misiva que figura a forma de epílogo. En la misma, se reprocha al destinatario, un ficticio Ministro de Defensa que le preocupe más “cobrar el salario a fin de mes, completarlo con algún sobre que otro con el que defrauda a su propio compañero el Ministro de Hacienda, cobrar dietas por hacer su trabajo, colocar a sus familiares y amigos en algún puesto de la Administración, algún que otro chanchullo con una empresa amiga y quizá alguna comisión” que arreglar los problemas de las Fuerzas Armadas; que “los políticos como usted prefieran la negligencia y la corrupción, que les confinan a las cloacas más oscuras de la historia”, en lugar de perseguir “la erradicación de la extrema corrupción y del bochornoso despilfarro que existe en el Ejército”. Pero resulta que, no siendo la obra una autobiografía, sino una novela de ficción, la carta no está firmada por el Teniente Segura sino por el Teniente Guillermo Fernández ni va dirigida al actual Ministro Morenés, sino al Ministro de Defensa de la novela fuera cuál fuese este, cosa que pasa por alto la instrucción del expediente.

Hasta la fecha, no se conocen casos, ni fuera ni dentro de la jurisprudencia militar, donde se condene a un autor por lo que expresan sus personajes, y los expertos dan por hecho que cualquier sanción que se imponga a este respecto, será anulada por el Supremo cuando sea recurrida. Pero, yo, no me fiaría demasiado de tan risueño vaticinio, porque vivimos en un País en constante involución jurídica, con Leyes retroactivas, donde los derechos civiles retroceden a marchas forzadas y es más que probable que el Teniente Segura acabe expulsado de las Fuerzas Armadas por la carta ficticia del teniente Fernández, antes que elogiado por su valentía personal en dar a conocer a sus jefes y a la población, la deplorable circunstancia en que se encuentra la mejor y más valorada de las instituciones españolas, en servicio y cumplimiento fiel de su obligación de velar por el orden constitucional.

Así las cosas, yo recomendaría a todo creativo, escritores, directores de cine y aún actores y actrices, sopesar poner pies en polvorosa lo antes posible, sobre todo, aquellos a quienes se pueda denunciar por haber publicado, filmado o representado un guión donde aparezca cualquier realidad que venga tipificada por el código Legal como delito, desde el clásico asesinato de una obra de intriga hasta la más pueril escena en que el personaje aparezca fumándose un porro en los lavavos del Congrso de los Diputados. Por supuesto cuantos hayan tratado temas de malversación de fondos, corrupción institucional, sobresueldos, estafa política, subvenciones a fondo perdido a empresarios amigos del Régimen, etc, no tienen motivo de preocupación, por cuanto lo que no se castiga en la realidad, dificilmente podrá juzgarse en la ficción. Aunque esto sólo es válido para quienes ejerzan su creatividad gozando del privilegio de la casta parasitaria, cuál es el de ser persona aforrrada.