Hace tiempo que no se oye hablar de premios y castigos en la docencia. Ahora la enseñanza discurre por el tranquilo sendero del hacer sin ser molestado y cada cual a lo suyo. Por eso, me ha sorprendido un titular aparecido en prensa que anuncia nada más y nada menos que “Extremadura premiará a los docentes con buenos alumnos” ¡Bravo! ¡Ya era hora! Algunos deben estar ya desquiciados y a punto de dejar la profesión por tener que enseñar a leer en 2º de Bachiller y los más, por dedicarse a educar en buenos modales, comportamiento y conducta en lugar de hacerlo en matemáticas, filosofía o historia.
¡Que te lo has creído! ¡Que no! Nicola…que no se trata de premiar al profesorado con dar clase a alumnos aplicados que muestran interés por las materias, que vienen educados de casa, que saben atender, muestran curiosidad por las cosas, etc. ¡No se trata de eso! Se trata del otro ESO el que se conoce de sobra. ¿Entonces…? ¿Lo de premiar a qué viene?
Según reza en el periódico que tengo entre mis manos, el premio consiste en “ a mejores notas del alumnado, más sueldo” Este es el nuevo espíritu de la Ley de Educación que actualmente está tramitando la Junta de Extremadura que ha de aprobarse en Febrero y que cuenta de partida con un fondo aproximado de 1.566,7 millones de euros para los próximos ocho años. Con tan estimulante iniciativa, se pretende que el profesorado se implique más en su labor formativa y se esfuerce en elevar la calidad de la enseñanza. O sea, algo así como se viene haciendo con la Guardia Civil de tráfico, que ganan más según el número de multas…
Bueno, no seré yo quien tire piedras sobre mi propio tejado. Pero sospecho que para cuantos han llegado a la enseñanza por el camino de la vocación, dar clase ya es todo un lujo y que te paguen por ello colma de sentido sus vidas, por lo que difícilmente estas personas van a trabajar más y mejor de lo que ya lo hacen. Luego la medida, irá dirigida al cuerpo docente que no quedándole otro remedio que dedicarse a la enseñanza, se toma la formación de los jóvenes como cualquier otro funcionario, limitándose en el mejor de los casos a cumplir con un horario, rellenar unos papeles y que no se le pida más, porque no es su…trabajo. Para esta plantilla tan poco motivada, evidentemente que su alumnado saque mejores notas en este sentido, sí va a suponer un estímulo la Ley de la Junta de Extremadura.
Y es posible que dicha Ley que está en ciernes de ser aprobada, tenga un puntillo de interés, siempre y cuando, el alumnado fuera examinado por tribunales ajenos al centro donde cursan estudios, de modo que sus notas, en cierto modo, no fueran empujadas hacia arriba por la misma mano que de su inflación valorativa se fuera a beneficiar posteriormente, pues no otra cosa se puede esperar como reacción natural a la Ley del Premio, más que las notas asciendan vertiginosamente si por ello resulta que cobramos más, quienes las hemos de poner. Y aún así…habría el riesgo de tácita colaboración corporativa entre examinadores.
En cualquier caso, con vocación o sin ella, hoy dar clase, para la gran mayoría del profesorado se ha convertido en una tortura diaria, en un continuo castigo que no compensa las grandes y dilatadas vacaciones. Era por ello que al leer tan curioso titular, en mi inocencia pensaba que, el premio consistía en que de nuevo, al docente le llegarían sólo escolares con capacidad de aprendizaje, interés por estudiar, curiosidad por lo que le rodea…pues en dichas condiciones ideales, seguramente es una delicia la enseñanza.
Pero, evidentemente, no puede convertirse en premio, precisamente la tarea que han de hacer los profesionales de la docencia. Al margen de las distintas capacidades naturales del educando y de los mínimos educativos hogareños y familiares con los que arriben al aula, el enseñante, debe precisamente fomentar el estudio, transmitir ilusión por aprender, instruir debidamente en las herramientas necesarias para adquirir conocimientos más elevados, de modo que nuestro displacer, en parte es merecido y lo que podría haber sido un premio, cuál es, ver avanzar al alumnado por la senda de la sabiduría, se ha transformado en un castigo que nos fustiga la conciencia por ser en parte culpables del desastre de juventud que hemos contribuido a malear.
A lo mejor, se me ocurre, que la solución empiece por aprobar una Ley General de la Enseñanza Española que premie a los alumnos con buenos profesores, impidiendo que lleguen a dar clase gente que no le gusta dar clase y que esta ha sido su última opción de encontrar un trabajo, gente a la que le pagues lo que le pagues, no habrá forma de sufragarle su decepción personal, su frustración laboral y su depresión existencial.