Aun reconociendo la buena intención explicitada por el Regidor vallisoletano, Francisco Javier León de la Riva, de buscar el modo de ponérselo difícil a las bandas organizadas que practican la «explotación de la mendicidad”, no parece a la sana razón, que multar pedir en las calles a los pobres vergonzantes que tienden la mano a nuestro paso en las esquinas de las aceras, entradas de bocas de metro o a la salida de las iglesias, sea el mejor modo de alcanzar dicho objetivo y si en cambio, de evitar que los más necesitados de nuestra democracia, vean suprimido, por decreto, su último derecho a la libertad de expresión de lo bien que les trata el Capitalismo, porque nadie desea sumar a la desgracia de la miseria material, la ignominia de merecer castigo por ello, de parte nada más y nada menos, que de la misma autoridad.
La nueva “Ordenanza municipal contra el vandalismo” aprobada el pasado Martes por el Pleno del Ayuntamiento de Valladolid, donde entre otras curiosidades se recoge la advertencia de multar con cantidades que van desde 750 a 1.500 euros a los ciudadanos que pidan dinero en la vía pública, además de ridícula por anunciar una pena económica a quienes precisamente incurrirán en dicha infracción por carecer de medios económicos, me recordó al modus operandi reconocido por el Presidente iraní Ahmadineyad que le permitió, estando de visita por las Naciones Unidas, responder a los reporteros occidentales que se interesaban por la situación de los homosexuales en su país, aquello tan cínico y cruel de “Nosotros en Irán no tenemos ese problema”, cosa que sin entrar en la hiriente adjetivación utilizada para referirse a la tendencia sexual citada, es muy cierta, por cuanto allí, los homosexuales declarados son ejecutados por ley.
Prohibir la mendicidad por parte de la autoridad, es tan falso como el anuncio de aquel cosmético que animaba a las mujeres a decirle ¡No a las arrugas! mediante su aplicación nocturna en la cara. Ver en ello una medida para evitar la extensión y multiplicación de un fenómeno creciente, consecuencia lógica de la crisis inmisericorde que padecen los más desfavorecidos, por parte de nuestros representantes, sería de una ingenuidad pareja a la inocente credulidad con la que las clientes de la marca en cuestión, adquirían su producto convencidas de ponerle freno al natural paso de los años. De no ser, que tras esta y otras iniciativas semejantes se busque desde los distintos Poderes criminales, encontrar un atajo punitivo a un problema cuya solución no consiente precisamente acortamientos y recortamientos en prestaciones a los ciudadanos, ninguneo de la justicia y democracia económica, el equitativo reparto de la riqueza generada por la comunidad y la búsqueda de una deseable armonía y paz social, que además de requerir un mayor coeficiente de inteligencia para ponerse al frente de la ciudadanía para alcanzar tan nobles propósitos a quienes se postulan para el cargo, exigen un plus de moralidad del que notablemente carece nuestra casta parasitaria que siempre se ha blindado contra esta clase de Ordenanzas al especificar que sólo pueden aplicarse a quienes pidan al raso y no entre confortables despachos y mullidos sillones aterciopelados desde donde de continuo nos sablean, no como esos pobres unos céntimos, sino millones de euros de una sola tacada.
Así mirado, parece que como el Estado persigue al ladrón de poca monta por hacerle la competencia, los Exmos. Aytos. hacen lo propio con los mendigos en estos tiempos de escasez, a fin de evitar que por este cauce de la caridad cristiana se le escapen futuros recursos que recaudar por la creación de nuevas tasas municipales sobre los viandantes o a través de las solícitas y disciplinadas Oenegés que a modo de tapadera ejercen de verdaderas organizaciones dedicadas a la “Explotación legal de la mendicidad” en favor de sus amos.
Para entender la Entropía. Ocurrencia
Entró pía y salió puta.
De la suma. Ocurrencia
Dos tontos no hacen un listo. Hacen más tonterias.
De la sinceridad. Ocurrencia
La sinceridad no garantiza la verdad, más de lo que las buenas intenciones hacen respecto al resultado de las acciones.
Obra social de la Banca
Los tebeos de los años 60 y 70, a diferencia de los cómics de los 80 y 90 y de los manga del siglo XXI, sin todavía saber bien cómo sorteaban la atroz censura franquista no nos ahorraban, viñeta a viñeta, un crudo retrato de la realidad que actualmente parece pasar desapercibida habiendo como hay tanta libertad de expresión. Es así, como un Carpanta nos mostraba el bohemio día a día del indigente medio de la posguerra viviendo bajo un puente o durmiendo a la intemperie sobre el banco de un parque. De tomarse la molestia alguna mano hábil en retratar sus vicisitudes en los tiempos que nos toca vivir, seguramente le ilustraría vestido de chándal con una mochila al hombro deambulando entre sucursales bancarias para encontrar un buen acomodo nocturno en el cual cobijarse; Porque, todo hay que decirlo, nuestros indigentes también han progresado en su indigencia durante la democracia, pasando de dormir sobre un banco a dormir en el banco, diferencia que va mucho más allá del sentido preposicional.
Siempre estamos hablando mal de la Banca, que si nos cobra comisiones, que si echan a la calle a familias con niños pequeños, que si se dedican a la evasión de impuestos de los más ricos, que su mayor beneficio lo obtienen de la inversión en la industria del armamento, el tráfico de drogas, la trata de blancas… Y ciertamente, la mayoría de los banqueros merecen ser eliminados del programa humano y enviados a la papelera de la existencia por nuestro Señor Jesucristo que es bueno y bondadoso. Pero hasta los más criminales tienen su corazoncito que a la hora de la verdad puede salvarles, si no de un merecido castigo divino a manos de un hombre piadoso convertido en fiel instrumento de sus designios, si al menos, de la condena eterna. Y hemos de entender el hecho de que, pese a lo malvado de su instinto contra la población civil que les anima en todo momento a maquinar contra la armonía social, el bien común, la paz de los pueblos y la dignidad de las personas, estas aberraciones de la genética, también tienen ese momento de piedad y misericordia para con sus mayores victimas, permitiéndoles dormir en sus cajeros automáticos con todas las comodidades de luz eléctrica, ventilación, cámaras de vigilancia para su seguridad y pestillo de cierre que les confiere cierta intimidad, entre carteles que hablan de futura prosperidad al objeto de que por unas horas sueñen con un mundo mejor que les de esperanza a un alto interés. Toda una labor social.
Seguramente, habrá más de un lector que piense que esta labor social de la Banca, más que una buena acción, es una consecuencia del daño que provoca su despiadado comportamiento hacia la sociedad en que se instalan. Yo no lo creo así y paso a explicarlo: Nuestros banqueros, aunque merecedores de Pena de Muerte por motivos económicos directos y crímenes contra la ciudadanía indirectos, no son personas desalmadas. Todavía no han llegado al extremo de contratar sicarios para eliminar mendigos ni a organizar Escuadrones de la Muerte para mantener a raya a la clase trabajadora como se hace en América – me refiero a la América de verdad, no a la usurpadora. Por supuesto, algún día se verán en la necesidad de tomar estas y otras medidas para defenderse del clima de inestabilidad social que se está incubando. Pero hemos de reconocer que con todo el dinero y poder que tienen, su comportamiento moral, en términos comparativos, es mucho mejor que el de los capataces que tienen a su cargo para ejercer el control y la supervisión de la situación, a los gobernantes me refiero, quienes con mucha menor capacidad se muestran más crueles que sus amos a la hora de no evitarnos mal alguno, pues todavía falta el día en que permitan pernoctar, siquiera en los lujosos vestíbulos de los edificios públicos, a las familias desahuciadas, a las personas sin hogar, a los inmigrantes sin papeles…y cuantos ya no tienen cabida en los albergues municipales. Labor de acogida que sí hacen los bancos.