El Presidente de Extremadura, José Antonio Monago, ha anunciado para después del verano la puesta en marcha de un “Bono solidario” destinado a la adquisición de alimentos y bienes de primera necesidad por las familias pertenecientes a la escoria social cuyo consumo de supervivencia se ha visto desplazado a causa de la crisis hacia los centros de caridad cristiana. Y como quiera que por el aumento exponencial que de este privilegio material del que goza nuestra desarrollada sociedad se venga experimentando, de ello empiece a resentirse el negocio de las grandes cadenas de distribución dirigido a su avituallamiento, conviene redirigir la caridad cristiana hacia fórmulas partitocráticas más provechosas para la triangulación universal del subvencionismo gubernamental-ciudadano-empresarial, mediante el cual, G otorga a C para que C adquiera en E, al objeto de que E dedique parte de su beneficio a su vez a P en forma de donaciones, donde P es el Partido del Gobierno.
Tal y como ha declarado el propio Monago, dicho “Bono solidario tendría el aspecto de una tarjeta de crédito que dignifica a las personas en situación de pobreza por evitarles la vergüenza de tener que guardar las colas en los puntos de distribución solidaria de alimentos” iniciativa que según responsables del área social de la junta extremeña, “se ha inspirado en programas existentes en países como Estados Unidos o Brasil”, suponemos que aplicadas en los barrios del Bronx neoyorkino y de las favelas de Rio de Janeiro cuyo nivel de dignidad es el que se pretende conservar, aunque esto último ya lo añado por mi cuenta.
Aparentemente, no estamos en guerra; tampoco es que haya problemas de abastecimiento todavía; ¿Cómo es posible entonces que hayamos llegado a este extremo de ver a un mandatario público europeo reconocer abiertamente la necesidad de tener que establecer en su región, llámesele como se quiera, lo que en toda regla es una “Cartilla de racionamiento” para que una parte de su población pueda subsistir? Muy sencillo: porque éste es el único camino racional posible que hay por recorrer para el ganado humano dócil y obediente presentado por sus dirigentes para poder vivir en el futuro.
En breve, observaremos como en las escuelas los docentes a sueldo del Estado enseñarán a los escolares que el ser humano es un “Animal racional”, en su segunda acepción de, “dotado de ración”, para que las nuevas generaciones vayan asimilando desde pequeñitos no ya la pérdida adquisitiva de la economía familiar, sino la pura y simple desaparición del dinero de sus bolsillos que se verá sustituido primero por bonos alimenticios para ser canjeados por comida en las grandes superficies; de transporte para poder acudir puntuales a los “Minijobs” para los que habrán sido formados en la más sumisa desmotivación inhibidora; de estudio para adquirir material escolar con el que perpetuar su condena vitalicia en sus prole, etc. Pero más pronto que tarde, se dará paso a muy dignos brazaletes, dorsales, etiquetas con código de barras o cualquier otro dispositivo electrónico que permita identificar en todo momento a los que daremos en clasificar como “Consumidiarios” en función de la dignidad que ostenten, diseñando circuitos y recorridos urbanos en función de su categoría para evitar que las distintas dignidades tengan problemas de convivencia con el roce, preservando así la armonía y paz social que todos deseamos mantener para quienes mantengamos el rango de ciudadanos libres y de buenas costumbres.
Los moralistas consideran la dignidad de la persona y de los pueblos dentro de su abstracción, como una realidad estática que acompaña al sujeto en todo momento y circunstancia. Dando por sentado que la misma exista, lo cierto es que, su status, es susceptible de experimentar transformaciones. En este sentido, creo que los gobernantes criminales han sabido apreciar el cambio registrado en esta cualidad antes que nadie y para una comunidad integrada por individuos pusilánimes incapaces de su autodefensa, han sabido resituar las coordenadas de sus niveles de dignidad donde ciertamente les corresponde.