Dos cosas aumentan inevitablemente con la edad en el universo mental particular de la bestia humana que todos llevamos dentro: el número de potenciales parejas sexuales hacia las que se dirige el deseo y la cantidad de familiares, vecinos y allegados a los que nos gustaría ver muertos. Así, Eros y Tánatos, se disputan las pasiones con ventaja del segundo sobre el primero en la tradición judeocristiana por aquello de que la muerte de Jesús más que su corta vida de amor a los demás fuera la que en definitiva redimió nuestros pecados.
Este regusto cultural en la Pasión del Cristo muerto en contraposición de una ocultada pasión o pasiones del Cristo vivo que en cuanto hombre las hubo de satisfacer para ejercer como tal, tuvo su reflejo entre otros en la trayectoria artística jalonada de escenas sangrientas, a cada cual más espeluznante, que a la postre derivaría en un nada sutil afición sadomasoquista muy anterior a la forjada en literatura por el Marqués de Sade y Masoch quienes por su parte fueron dignos herederos de la misma.
Esta milenaria esquizofrenia de mensajes contradictorios emitidos desde nuestra querida Iglesia Católica donde de una parte se nos habla de un Evangelio de Amor y de otra se predica la muerte como forma de redención, posteriormente conjugadas mediante el artificio intelectual de la Resurrección, tiene su paralelo en nuestros días en el incesante bombardeo de la doctrina tontopacifista que padece el ciudadano medio – precisamente aquel que se dedica a trabajar y mantener a su familia – desde los más variados púlpitos institucionales, mientras la industria audiovisual, que cumple mejor que bien, la antigua función de la pintura o la escultura de transmitir la conveniente doctrina a las masas analfabetas, censura besos, desnudos, escenas de cama cuando sin embargo muestra con entero detalle ametrallamientos, explosiones, decapitaciones, ejecuciones y toda suerte de asesinatos a los más pequeños de la casa.
Los padres responsables suelen poner cuidado en que sus hijos no vean imágenes eróticas, en que no entren en páginas pornográficas de internet y paradójicamente pasan por alto con qué emoción atiende ojoplático cómo el Schwarzenegger de turno a la salida de un ascensor con un pistolón le pega un tiro en la frente al malo de la película esgrimiendo la frasecilla internacionalmente exclamada por nuestros retoños ¡Sayonara baby! Que arrancan de sus gargantas al unísono aplausos y carcajadas a modo de válvula de escape tras una trepidante secuencia de tiros y persecución que no voy a esconder que a mi mismo me gustaría ver cómo le pegan un tiro en mitad de su mandíbula al Ministro de la Risa, mientras su asesino le dice ¡Tómatelo como un retiro!
Lo sucedido en un cine de Colorado, es la consecuencia lógica de ver de continuo en la pantalla como los buenos son los que más matan, dado que, los malos cuando tienen la oportunidad de acabar con sus rivales bien les invade la mala suerte porque se les acaba las balas, bien porque sólo vacían el cargador cuando es difícil acertar…Si a ello le sumamos la Resurrección de los actores en otras películas, el surtido de ejemplos que integran la papilla iconográfica administrada al espectador reúne todos los elementos para ser vomitada a la sociedad que ha consentido en suministrarle, primero durante su tierna infancia y después a lo largo de toda su adolescencia, tan ingente cantidad de violencia gratuita y tan escasos motivos de darse placer y mostrase afecto.