Acabo de leer en un diario que nuestros queridos Obispos, los mismos que día sí día también fustigan a quienes nos adscribimos al liberalismo sexual cristiano con el que obedecemos el divino deseo de amarnos los unos a los otros como nuestro Señor Jesucristo nos amó, sin embargo, muestran toda su capacidad de piedad para cuantos criminales han causado espiritualmente la crisis que padecemos, al reconocer públicamente que piden por ellos para que Dios les ilumine y de fuerzas para enmendar sus errores, redirigiendo traidoramente las energías positivas que hacia ellos enviamos dominicalmente los fieles en los templos cuya deslealtad moral es pareja a si sucediera que el dinero recaudado del Domund para las Misiones se destinara a sanear la Banca Internacional.
Yo me declaro abiertamente Católico, Apostólico, Romano y si me apuran, hasta Pre-comnciliar por cuanto entiendo al Dios Padre más como justo que como bueno, aunque son formas antropológicas de hablar, se sobre entiende. En consecuencia, escuchando cosas como la precedente me pregunto si yo y la Iglesia entendemos el Nuevo Testamento de modo muy distinto. Me explico: Ciertamente el NT habla del Amor de Dios; pero ese Amor debe ser bien entendido. Cuando el pobre Jesús clavado en la Cruz dijo aquello de “Padre perdónales porque no saben lo que hacen” acaso su situación no fuera más libre respecto a su discurso que la de Sócrates para acatar la ley que le condenara a muerte. Mas, obsérvese que aun así, justifica su solicitud en virtud de la ignorancia de sus opresores. Entonces la cuestión fundamental que plantea desde su sacrificio es ¿Y si sí saben lo que hacen? ¿Se les debe perdonar?
Evidentemente, “la Iglesia del Cristo muerto” apostó por el perdón de toda la humanidad sin distinguir buenos de malos convirtiendo con ello la aparente bondad en injusticia. Porque la Iglesia a la que yo pertenezco, “la Iglesia del Cristo vivo”, es de otro parecer, a saber: el perdón debe ir detrás de hacer justicia. No es excluyente darle al criminal su merecido físico para después perdonarle espiritualmente. ¡Es más! Los criminales, en el fondo de sus corazones y sobre todo de su alma, agradecen ser castigados porque en el castigo redimen su culpa para la eternidad pues si el sufrimiento del mártir santifica, el del criminal lo purifica.
Es fácil perdonar creyendo que con ello ganamos el cielo por ser buenos. Pero perdonar sin castigar es como educar a un hijo sin corregirle los errores. No negaré que lo uno y lo otro es más cómodo. Pero a la vista están las consecuencias. Para que el perdón sea efectivo, antes se debe castigar el Mal no tanto por satisfacer la natural compensación mental de venganza de la víctima que es buena, sana y provechosa para la futura convivencia social de los individuos, cuanto por clarificar categorialmente los modelos psicológicos de conducta por los que se ha de regir toda una comunidad sin entrar en su material consideración axiológica del todo relativa a su época y circunstancia. Los antiguos cuentos infantiles dirigidos a formar la mente de los niños lo tenían muy claro: los malos acababan mal. Esas chorradas de que el lobo termina de invitado a la merienda con Caperucita y la abuelita provoca el indeseado “Efecto llamada” a quienes buscan probar suerte por el camino equivocado dado que de salirles bien les vale y de ser cazados in fraganti, como que no pasa nada.
Mi enfado con nuestros amados Obispos proviene de mi Fe. Yo creo verdaderamente en la fuerza de la Fe. La vida me lo ha demostrado. ¡Es cierto que la Fe mueve montañas! Ustedes no pueden hacerse ni idea del poder de la Oración y del Rezo tanto personal como colectivo. Por eso estoy muy indignado con los Obispos, porque su energía espiritual va a servir para ayudar a los criminales para hacernos mayor mal. La capacidad de estas dos ancestrales herramientas mentales el Rezo y la Oración son de tal magnitud en manos de personas como ellas entrenadas toda su existencia para manejarlas con soltura a su voluntad que de un tiempo a esta parte se ha jugado conveniente desentrenar al Pueblo en su pueril aprendizaje basado entre nosotros en un triste Padrenuestro y un corrido “Ave María”. Porque la capacidad del pensamiento y de la mente para afectar la Realidad va mucho más allá de la telepatía, la telequinesia, la premonición y de todo lo que se ocupan los programas de misterio y entretenimiento como los de Iker Jimenez.
Hay dos clases de Rezo y Oración: el que desea atraer el bien hacia uno y los suyos y la que por el contrario busca evitarlos o rechazarlos. El documental “El secreto” que trata el asunto muy superficialmente, en cambio traduce en lenguaje actual una Verdad antigua conocida por todas las élites de todas los tiempos y lugares, cuál es, que la energía mental y la fuerza del pensamiento puede modificar la realidad, más allá de lo que puede hacer mecánicamente por medio de las órdenes que da el cerebro a las distintas partes del cuerpo. La verdad, es que hay dos leyes que rigen el Universo: una de Atracción y otra de repulsión. Basta pensar en una cosa para que esta aumente su posibilidad de cumplimiento de modo que si mucha gente se pone de acuerdo en pensar una determinada cosa, esta tiene mayores posibilidades de suceder, asunto que ocurre indistintamente de si se piensa en cosas buenas como puede ser el éxito profesional como si se trata del temor a un accidente. De ahí la insistencia de las Religiones en el pensamiento positivo. Pero – y esto es lo que menos se conoce – también se puede proyectar hacia otros las energías, crear escudos para que el mal no nos de de lleno, etc. Estas técnicas funcionan y las leyes en que se apoyan nos afectan como las físicas, es decir, sin distinciones éticas, de igual modo que por un acantilado dada la fuerza de la Gravedad, se caen tanto las buenas como las malas personas y de nada sirve preguntarse ¿Por qué a mí sí? ¿Por qué a mi no?
Sabido todo lo anterior, yo propongo a los Obispos y a ustedes mismos que dejen de rezar por el bien de los malvados que han creado la crisis y cambien sus ofensivas oraciones por esta nueva plegaria:
¡Oh Dios! Tú que eres bueno y bondadoso; Santo y misericordioso; Justo y piadoso; Omnipotente; Omnisciente; Y omnipresente; Conocedor de todo nuestro sufrimiento, padecimiento y dolor; Tú que en tu magnanimidad nos muestras a diario el camino de la felicidad y la gloria… ¡Te rogamos! ¡Te imploramos! ¡Te suplicamos!
Que nos evites caer en la tentación de tomarnos la justicia por nuestra mano; Mas líbranos del Mal, o sea… ¡Mátalos! ¡Mátalos a todos!