Por qué digo ser de derechas

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En cierta ocasión siendo veinteañero, viviendo todavía bajo el techo materno, así, como para probar, se me ocurrió preguntarle a mi madre que qué haría ella si por lo que fuera, yo un día le dijera que soy de derechas.¡Me echaría de casa! ¡Me desheredaría! ¡Borraría su nombre de mi acta bautismal! – Esperaba para mis adentros…Pero, sin asombro por su parte, me respondió con tanta prontitud como seriedad, que de ser cierto…¡Llamaría al psiquiátrico!

En cualquier caso, ya con cuarenta, hace tiempo que me declaro públicamente de derechas sin sonrojarme, pero para mi sorpresa, con una absoluta incomprensión por parte de todos cuantos me conocen, y aún de los que no saben de mi. ¿Por qué? ¿Por qué nadie acepta que me presente como de derechas?

Es verdad que desde pequeño me he sentido muy ligado a la izquierda. Pero en un programa de Antxón Urrusolo, a dónde acudí invitado como representante de IU, coincidí con dos chicas guapísimas que representaban al PP y comprendí entonces lo voluble que podían ser mis convicciones políticas que en modo alguno debían depender de las ideas, cuanto de los sentimientos que estas pudieran generar, pues aún me acuerdo de aquella rubia Lipperheide y de su amiguita. Y es que, uno puede cogerle cariño a los errores permaneciéndoles fiel, aun cuando ya sabe de su fallida condición. Fue así, como empecé a sospechar que, si bien cuando aquello una sola mano bastaba para darme placer pensando en la nueva fachada de la derecha tradicional, a caso, sería un equivocación declararse manco, pudiendo ser todos ambidiestros o ambizurdos. A fin de cuentas, para tocar el piano, hacen falta las dos manos.

Por suerte para mi, nunca me he proclamado de izquierdas y menos aún, he militado en partido político alguno, pues como me avisaron durante la infancia, en ellos, ¡hay más enemigos dentro que fuera! Sin embargo, sí me he prestado para aparecer en listas de IU ¿Es eso imperdonable? Al parecer sí. Es como una mancha indeleble con la que he de convivir para siempre. Mas, no al modo en como acompañara la marca que Dios le pusiera a Caín en la frente para que le respetasen allá por donde pasase, sino para que con el mismo afán que le pongo a declararme de derechas, los demás se empeñen en negarme tal condición.

Quienes me han encasillado en la izquierda por leer mis escritos con poca vista, se resisten a creer que de verdad soy de derechas; Y los de derechas que leen mis textos con muy malos ojos, se niegan a aceptarme entre los suyos. Sólo los extremistas de izquierda me dan la razón, pero no por ello sus antagonistas de derechas me asumen entre sus filas. En principio, ahora que todos somos partidarios del libre mercado, la libre competencia, que preferimos la seguridad a la libertad, que aborrecemos el igualitarismo, que amamos el individualismo, que apostamos por la macroeconomía independientemente de cómo le vaya al ciudadano, que creemos que el empresario crea riqueza…no tendría que tener mayor problema, cuando en las pequeñas diferencias que separa al PSOE del PP, resulta que coincido plenamente con este último partido, al menos, mientras está en la oposición. Claro que ahora que lo pienso…la oposición suele sentarse a la izquierda del Hemiciclo tal y como lo conocen los espectadores tras la pantalla de la televisión, aunque desde la tribuna del Presidente del Congreso, sea la derecha de tan noble asamblea, aunque curiosamente, a toda ella, sea de derecha a izquierda o de izquierda a derecha, se la denomine la Bancada parlamentaria.

No lo soporto por más tiempo. Necesito que la gente me acepte tal como soy en estos tiempos de confusión absoluta. Ya de pequeño, tendría yo nueve años, cierto día, mientras me peinaba frente al espejo, descubrí que la gente me veía al revés de cómo yo en mi fuero interno me creía. Me explico: yo me peinaba de derecha a izquierda, con la raya en mi parte derecha de la cabeza. Pero la imagen del espejo, me representaba como si yo me peinara de izquierda a derecha. Por si ello fuera poco, me percaté también de que mi espectador, observaría la trayectoria de mi izquierda a derecha, desde su perspectiva, o sea, desde su derecha hacia su izquierda, cosa que podría coincidir con mi deseo, de no ser porque a su vez, éste sabría invertir la situación poniéndose en mi lugar y me otorgaría el peinado inverso a como yo deseaba ser contemplado. No había otra solución, por mucho que me molestara, que peinarme del revés, o sea, de izquierda a derecha, para que la gente me viera, como yo a mi mismo me veía cuando pensaba en mi mismo, es decir, con la raya en mi lado izquierdo. Seguramente Coco de Barrio Sésamo y el filósofo italiano Norberto Bobbio lo explicarían mejor. Pero creo que lo dicho, sobra y basta para que sepáis lo mucho que me importa que me veáis como públicamente ahora me presento ante vosotros, ¡como de derechas!