Campamento de emprendedores

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Esta semana se ha iniciado en la localidad cántabra de Voto, la segunda edición del campus para niños emprendedores de entre 8 y 16 años de edad, cuyo lema ‘Educar a Emprender’ en palabras de sus organizadores, pretende por medio de distintas actividades desarrollar las habilidades personales de su creatividad así como formar en valores, por si las extraescolares de manualidades, talleres literarios, música, pintura, danza, ajedrez, o teatro se hubieran quedado cortas en lo primero y la educación paterna, escolar y religiosa no fuera suficiente en lo segundo.

Bueno, como no quiero ser malo, antes de dar rienda suelta a lo que me ha venido a la cabeza nada más leer la noticia, que a poco me atraganto de la risa según desayunaba, diré que, seguramente los chicos y chicas que ilusionados acudan a esta experiencia formativa hasta el próximo 31 de Agosto, se lo pasarán muy bien jugando a ser jefes y futuros empresarios. Y hasta me arriesgo a declarar que, la “Fundación Iniciador Kids” organizadora del encuentro y sus dirigentes, tienen tan inocentes intenciones pedagógicas como la ingenuidad con la que los padres inscriben a sus hijos en semejante campamento de verano; Nada que ver entonces con esas otras concentraciones paramilitares propias de los EEUU donde en fincas campestres apartadas se enseña a los más pequeños a defenderse de sus enemigos naturales y a manejar armas. Dicho lo cual, no me resisto por más tiempo a compartir con ustedes mi curiosidad por el asunto así como las disparatadas fantasías que en respuesta a ella he generado tras saber de la noticia.

Intrigado por dilucidar de qué pedagógico modo se puede organizar una colonia de escolares para animarles a ser futuros empresarios, apareció la inquietud intelectual de que, tal cosa, sólo sería posible si en el mismo recinto hubiera un reparto de roles, aunque fuera por turnos, en el que ciertos jóvenes dieran órdenes y otros las obedecieran, de igual modo que el famoso experimento carcelario de Stanford era impensable sólo con carceleros. Satisfecho tan pueril requisito, sólo restaba poner cuidado en establecer el reparto de los papeles a jugar en función de la fuerza física o especial habilidad de los inscritos, otorgando los útiles a los primeros, la tarea organizativa a los segundos y al resto dejarles hasta sin sus pertenencias para hacerles todavía más dóciles y dependientes; Establecida la situación de salida, no habría más que dejar hacer a la famosa “Mano invisible” que todo lo resuelve en las sociedades libres.

De esta guisa, tenemos que mochilas, tiendas de campaña, útiles de cocina, botiquín, despensa, comedor, letrinas, linternas y cuantos materiales hubiere en el campamento tienen unos dueños legales, quienes para su custodia se los ceden a los organizadores para que estos regulen su uso entre todos los inscritos al campamento. Por supuesto, nadie puede usar nada sin trabajar antes para sus legítimos dueños, nadie puede dormir en tienda de campaña, ni comer, ni ir a la piscina, si antes no hace algo por la comunidad como es instalar las tiendas, limpiar el suelo, barrer la cocina, pelar patas…trabajo del que están exentos los empresarios porque gracias a ellos pueden disfrutar de esos bienes de consumo y por supuesto, también están disculpados de las tareas los organizadores cuya misión es mirar porque todo funcione, aparte de vigilar y mantener el orden para evitar que los espíritus más vagos y rebeldes se muestren insolidarios o violentos con los demás. Es posible que de entre estos últimos apareciese algún representante de los trabajadores que pronto sería liberado del trabajo para representarlos mejor.

Poco a poco, entre los propietarios separados de todo quehacer, surgiría el aburrimiento por lo que buscarían el modo de desviar del trabajo a los elementos más divertidos o tontos de entre la mano de obra para que les entretuvieran. Por su parte, los organizadores deseosos igualmente de obtener más ocio, buscarían también entre los trabajadores a otros tontos, pero esta vez fuertes, para pasarles la responsabilidad directa de la vigilancia de la producción, creando una especie de policía del campamento. Etc.

Supongo que pasadas dos o tres semanas, la Fundación organizadora recibiría en sus oficinas una extraña carta solicitando subvenciones de parte de los jóvenes empresarios si es que se deseara por parte de dicha institución mantener abierto el proyecto pedagógico, con el enérgico argumento de que “es gracias a nosotros, los empresarios, que hay campamento” mostrando explícitamente su disposición a cerrarlo si no se les hiciera entrega inmediata de más dinero a cambio de su sacrificio social. Por supuesto, la misiva estaría refrendada por el represéntate de los trabajadores del campamento, sus organizadores y hasta por un pobre muchacho que llevaría días deambulando sin nada que llevarse a la boca ni donde dormir por haberse quedado sin nada que hacer, precisamente por falta de recursos.

Fuga de capital educativo

Según cuentan los expertos en economía y no se cansan de repetir los voceros del Régimen “Democrático, supongo” que diría Stanley, la crisis es una oportunidad para los espíritus emprendedores ¡que los hay! en nuestra sociedad, capaces de afrontar la adversidad con el mismo ímpetu con el que en su día los navegantes no vieron en rios y mares algo que separaba a los pueblos, sino aquello que les unía.

Atendiendo a este cínico mensaje, a caso engañados por programas como “Españoles en el mundo” que sólo presenta a un escogido grupo de elegantes, guapos, triunfadores, toda vez se ha purgado la poco atractiva presencia de los miles de desgraciados que se quedaron por el camino varados sus sueños de prosperar lavando platos en restaurantes, limpiando culos de ancianos en las residencias o lustrando la porcelana de los W.C. de los hoteles de cinco estrellas mientras aprendían inglés, no son pocos los jóvenes que formados en nuestros colegios, en nuestros institutos, en nuestras Universidades públicas, viendo como aquí no tienen la oportunidad de hacer fortuna en las carreras u oficios para los que se han formado con el sacrificio de sus familias y – no lo perdamos de vista – a expensas del colectivo esfuerzo por medio de nuestros impuestos que soportan la entera infraestructura educativa desde preescolar hasta Postgrado, deciden emigrar como en su día hicieran sus abuelos, para ofrecerse como mano de obra barata graduada y especializada a aquellos países que sí saben apreciar en lo que vale, que les llegue como caídos del cielo investigadores, ingenieros, enfermeras o profesores en distintas áreas de conocimiento sin necesidad de haber invertido en ellos como lo ha hecho la tonta España y sus replicantes asociadas en tan magno despilfarro como son las Comunidades Autónomas.

Durante las últimas décadas, hasta apenas un lustro, este paradójico trasvase de capital educativo, más conocido mediáticamente como “Fuga de cerebros” consistente en que, los países empobrecidos en vías de subdesarrollo formaban a cargo de sus maltrechas economías, médicos, matemáticos, geólogos, etc, para acto seguido, exportarlos gratuitamente a potencias desarrolladas que de inmediato los empleaban en sus universidades y empresas sin haberse gastado un dólar en su educación, circunstancia, por otra parte, que corre en paralelo a lo que viene sucediendo en el mundo del deporte, donde basta agitar un pasaporte determinado para que los mejores deportistas del Tercer Mundo presten su valía bajo el pabellón de quien le saca de la miseria dejando a un lado honor, patria y bandera… nos afectaba casi exclusivamente como parte receptora y no emisora como sucede ahora.

Demasiado bien sabemos que este dato a la mayoría de este país ¡se la refanflinfla! por cuanto su capacidad mental es limitada para relacionar causas y efectos, más allá de dar la patada a un balón y saber cuándo cantar ¡Goool! de modo que, lejos de llevarse las manos a al bolsillo asustados del despilfarro que supone para la comunidad prescindir de miles de personas jóvenes, preparadas durante años por nuestra cuenta, con ganas de trabajar rara avis entre nosotros, con agallas para abandonar a su familia, amigos y la farra acostumbrada, con tal de salir adelante y convertirse en profeta fuera de su tierra…se las llevan a la cabeza si por un azar del viento, aquella da en el larguero durante un penalti. Y en consecuencia, mientras España se desangra, la hinchada aplaude los logros de “La Roja”.

Más no debieran descuidar lo aquí denunciado porque, si bien de momento la inercia del Plan ADO – lo único para lo que las autoridades han tenido a bien hacer un plan a largo plazo sin distinción de Partidos – parece describir una correlación inversamente proporcional en logros deportivos respecto al cuadro macroeconómico, en breve, ocurrirá que a los jóvenes universitarios, les seguirán los mejores deportistas, quienes en breve se verían en la necesidad de ondear otras insignias en sus mayores logros y nosotros contemplarlo. Lo de pagar impuestos fuera de nuestras fronteras, me ahorro el comentario por irrelevante.

El día que falte pan

Aunque cíclica, mi vida, por lo demás, no se rige según el calendario laboral, ni tiene en consideración las fiestas de guardar o respeta lo más mínimo los periodos vacacionales socialmente establecidos, sencillamente discurre en función de los proyectos creativos que me impongo, de modo que, no han sido pocas las mañanas que las persianas bajadas de los comercios me han avisado de la situación.
Pues bien, el pasado Viernes, fue una de esas ocasiones en que se me pasó por alto que en Castro era su día Grande y no por falta de bullicio y barracas. El caso es que, fui a Bilbao a solventar pequeños asuntos por la tarde confiando en el último autobús que hay de vuelta a la 22:30. Y ciertamente lo había; Pero junto a su entrada serpenteaba una hilera como nunca antes había visto. ¡Claro! Toda aquella gente iba al Coso Blanco.
Ante la situación, puse en práctica cuantas máximas Taoístas conozco; Conforme a ellas, en lugar de situarme impacientemente en la fila tras no menos de doscientos jóvenes, opté por sentarme en un banco aledaño a leer “Argonáuticas” de Apolonio de Rodas. Mientras Jasón y sus compañeros de viaje surcaban los mares de isla en isla, los autobuses zarpaban de la terminal uno tras otro, sin que el torrente aquel pareciera encoger un ápice, pues durante un tiempo, los que se llevaba el autobús, pronto eran vomitados desde la boca del metro. Cuando el héroe llegó al Colquide, como viera que de continuar taoísta bien podrían darme las tres de la madrugada, me harté de seguir los consejos de Lao Zi, del no actuar, del WuWei y como el resto del rebaño humano me puse a la cola, para deshonra de mi nombre.

Llevaba años sin hacer cola: la primera imagen que recuerdo guardando la fila, procede de mi periodo preescolar, donde la Señorita nos hacía estar uno tras otro cogidos de las batas azules tanto para entrar a clase como para salir de ella. Ya en el colegio “XXV años de paciencia” aquello era mucho más formal, pues más que hacer fila, desfilábamos ante la Rojaygualda antes de acceder al edificio a las 9:30. Tras este temprano adiestramiento, no hizo falta que nadie nos enseñara cuándo, ni cómo hacer cola. ¡Nos encantaba hacer cola! Hacíamos la fila para ir al baño, para llegar al comedor, para entregar los ejercicios al maestro, para recoger los cuadernos…La infancia era una eterna cola.

Más adelante comprendí el valor pedagógico de aquella instrucción que nos preparaba para la vida cotidiana en una época en que se hacía cola en la panadería, en el banco, en la gasolinera, ante la ventanilla del Ayuntamiento…Aprendizaje imprescindible, tanto para mantener el equilibrio durante mucho rato de pie, como para no convertir el dibujo de la fila en un trazado de fichas de dominó. Por lo demás, también se aprendía a respetar el turno a otros y a hacerse respetar, guardar el sitio, vencer la tentación de aprovechar un descuido, saber repeler a los colones y sobre todo, a comprender que la verdadera amistad no va de atrás hacia adelante, sino de adelante hacia atrás, pues ya es casual que los amigos se molesten en ir a saludar desde el final de la fila hacia la parte superior y nunca a la inversa.

Perdido en mis recuerdos, sentí cierto orgullo de que tan preciado conocimiento, no se me hubiera olvidado por falta de entrenamiento como le ha ocurrido a la raíz cuadrada.Así, me percaté que la juventud ya no sabe hacer una fila: la cola no era recta, habían nudos de corrillos a los que se asociaban nuevos elementos formando siluetas cangrejo, la gente formaba en horizontal de tres en tres. Pero mal que bien, aquel caos parecía guiarse por una misteriosa Ley, que no era otra que la de avanzar. Hasta que, en vez de un autobús, vinieron tres de golpe.
Entonces, la gente enloqueció. En lugar de dividirse con orden en los andenes, todos empezaron a correr como si fuera el último bote salvavidas del Titanic. Por supuesto, yo me quedé en la fila original donde para esa hora, me encontraba por la mitad. En esta ocasión, no tanto por mantener la serenidad del fracasado Taoísmo, cuanto por verificar si “La Teoría de Juegos” es más digna de confianza. Por desgracia, el resultado fue negativo.

Para el caso de una fila, pongamos de tráfico o en el supermercado, la “Teoría de Juegos” recomienda permanecer en el tronco inicial en el que cada cual se encuentre. Y debe ser cierto que eso es lo mejor, cuando quienes hacen la cola, saben guardar la cola. Pero por la experiencia pasada, les digo, que la “Teoría de Juegos”no funciona cuando los elementos que concurren están del todo asilvestrados a este respecto.

La gente iba y venia de una fila a otra, sin respetar nada ni a nadie; entraban cuando les venia en gana, volvían cuando les apetecía; uno guardaba la vez a veinte…Sentí tanta vergüenza, que a punto estuve de volverme al banco con los Argonautas. Pero entonces ¡hete aquí! que con todo aquel trajín y mi prusiano modo de comportarme en la fila bajo antiguos preceptos del respeto, al final, sucedió que estaba al final, o sea el último, de algo que de asemejarse a algo, podría ser una especie de embudo o cono, que al más puro estilo de Agujero Negro, atraía a toda aquella masa de atolondrados en cuyo horizonte de sucesos unos a otros se daban codazos por entrar primero acusándose mutuamente de haberse colado.

Y entonces ¡sucedió un milagro! En medio de aquella marabunta, salió la chofer anunciando voz en grito que sólo quedaba una plaza. ¿Alguien quiere subir? Lo normal, es que tras dos horas allí, ante tan extraña pregunta se alzasen las manos como en los antiguos parqués de bolsa, sólo que en vez de “compro” o “vendo”, exclamaran ¡Subo! ¡Subo! Pero se hizo el silencio. Sin creérmelo todavía, me abrí paso con mi maletín, no sin cierto miedo en el cuerpo por sentirme el blanco de todas las miradas y por una vez, algo salía como está escrito, no en el “Tao Te King”, ni en los estudios estadísticos del MIT, sino en la Biblia donde durante “El Sermón de la Montaña” nuestro Señor nos recuerda eso de “los últimos serán los primeros”.