Las bibliotecas con su silencio ensordecedor, asustan al ciudadano medio acostumbrado al bullicio callejero y a nuestros universitarios que han aprendido a evitarlo colocándose auriculares en sus orejas de zo-pencos, pues el provecho que les van a hacer las horas que metan en semejante disposición, poco se diferencia del que le haría hincar codos en la discoteca.
Será por este ancestral temor al silencio, parejo al miedo a la oscuridad, quedarse a solas y desconfianza hacia lo desconocido, que los bares parecen hemerotecas, como los kioscos librerías, las librerías tiendas de música, las tiendas de música establecimientos de ropa, y las tiendas de ropa lugares de ocio juvenil a las que solo falta las litronas. Estando así de desacompasado el mundo, se hace necesario un renovado orden moral para armonizar la deteriorada convivencia.
Lo primero que se ha de tener presente, en el caso que nos ocupa, es que el bar, pone a disposición de todos sus clientes una limitada cantidad de periódicos, de lo que se colige que, uno no puede atraparlo para si solo durante mucho rato; el periódico de bar, no está para escudriñar la línea editorial, ni el estilo de tal o cual calumnista, sino para hojearlo u ojearlo. Con todo, si el establecimiento ofrece más de un ejemplar, ni tan mal. La situación, en cambio, puede generar nerviosismo en quienes han acudido a tomar café con la primordial intención de desayunar las noticias encontrándose con un monopolizador del servicio lector, viéndose obligado a merodear por las mesas a lo avestruz intentando divisar un diario suelto, o a vigilarlo como ave de rapiña desde la barra, para hacerse con él en cuanto lo suelte de la mano. Los sufridores habituales, hace tiempo que tenemos asumida la situación aprendiendo a entrar en bares sin consumir hasta tener la certeza de que podremos echarle un vistazo, sin darnos vergüenza alguna abandonar el local de detectar sospechosas cómodas posturas de nuestros competidores que se hayan adelantado en capturar los ejemplares buscados, entre ellas, la de tenerlo abierto de par en par sobre la mesa con el café terminado y los dos brazos sobre sus lados a modo de pisapapeles, eso cuando tiene interés… ¡Porque esa es otra! basta que desees una publicación determinada, para que su horko custodio, se deleite charlando mientras hace que lo lee…empieza entonces uno exasperado a empujar con la mirada el ritmo al que van pasando las hojas hacia el final, con la esperanza de que cuando esto suceda, lo deje libre, perspectiva que demuestra no ser científica del todo, de tratarse de un lector tiovivo que le gusta primero mirar los titulares para luego volver darle una vueltecita más detenida. Pero se empieza a emular al Capitán Hadock echando rayos y centellas cuando descubrimos a un sinvergüenza acurrucado discretamente en un rincón del establecimiento precisamente con el diario que andas buscando desde hace media hora y que lo tiene en secreto para hacer un puto crucigrama ¡Vete a hacer los pasatiempos a la playa! Lo primero, que el periódico no es tuyo y debes devolverlo tal cual te lo han dejado, de igual modo que no puedes arrancar una noticia, tampoco debes solucionar los crucigramas sobre el papel; lo segundo es que el diario es sobre todo información y si ya criticamos que un solo lector lo acapare más de media hora, que no diremos de estos especímenes del pasaratos, sobre todo cuando no conocen a Ra, Pi, Po, fa. Ea, y demás conocimientos necesarios para personas que seguramente también lean los horóscopos…cierto es que, los dueños no suelen poner pegas a esta práctica, pero deberían reconsiderar su permisividad que puede hacerles perder clientes adictos a las noticias; hace tiempo plantee un protocolo para que se prohibiera resolver pasatiempos en los periódicos del día, y que a tal efecto, se usaran los de la jornada anterior. Eso, o que los propietarios se tomaran la molestia de recortar la sección para evitar tan insana costumbre entre su selecta clientela. Y ya puestos, los hosteleros deberían desmembrar los diarios, como mínimo, en sus cuadernillos, que para algo se han tomado la molestia de hacerlo así las propias empresas editoras; las ventajas son enormes, porque con un solo ejemplar, contentarían a varios clientes, cuanto mayor rendimiento obtendrían entonces, de atreverse a separarlo por secciones, labor que reconozco harto compleja por la propia distribución en como viene diseñado el pliegue del periódico, pero que podría arreglarse de elevar una sugerencia en este sentido a los medios de comunicación.
Si al nerviosismo, la desesperanza, la exasperación ya explicadas, le sumamos la mala hostia que a uno se le pone cuando descubre como los hay capaces de tener dos ejemplares en su haber, uno debajo del otro, para que no se le note, ahí si que ya se pierde la compostura y no se duda en acercarse felinamente a lo Rodríguez de la Fuente para preguntar con mala cara ¿ No será del bar? Caso perdido en cambio es, cuando pillas en plena faena a la mafia que acapara los escasos ejemplares pasándoselos unos a otros tras retenerlos indebidamente para el trueque.
Todo ello hace que hasta nos agrade los malos modales de quienes sueltan el periódico sobre la mesa en la que están, sin dignarse a devolverlo al lugar de dónde lo cogieron, llevando con su ausencia a la confusión del resto de usuarios, y hasta disculpemos a los cochinotes que tras zampar a tariscos sus grasientos bocatas de tortilla sobre las hojas del periódico, los devuelven impregnados con sus huellas dactilares, humedades, goteras y vicios ocultos, en forma de miguitas o patatas pegadas, pues ambos comportamientos, mal que bien, suponen que los ponen de nuevo en circulación para que los disfrutemos todos. Hasta ese extremo hemos llegado.
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EpC: Claramente adoctrinador
El Tribunal Superior de Justicia de Andalucía acaba de declarar al libro ‘Educación para la Ciudadanía’ de la editorial McGraw Hill de «carácter adoctrinador» en consecuencia, ha eximido de asistir a clases y de ser evaluado de dicha asignatura al hijo de una familia onubense que interpuso el año pasado un recurso contencioso-administrativo contra dos resoluciones dictadas por la Junta de Andalucía que desestimaban dicha solicitud y obligaban a cursar la asignatura al escolar en contra de la opinión paterna.
La sentencia, un auténtico varapalo para la controvertida EpC y por extensión a éste Gobierno jamacocos, argumenta que el texto elegido vulnera los artículos 16.1 y 27.3 de la Constitución donde se garantiza «la libertad ideológica, religiosa y de culto de los individuos y las comunidades sin más limitación, en sus manifestaciones, que la necesaria para el mantenimiento del orden público y el derecho que asiste a los padres para que sus hijos reciban la formación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones» Tras realizar un estudio exhaustivo del contenido del libro, el Tribunal concluye sin paliativos «no es en su conjunto respetuoso con los derechos fundamentales(…) porque atiende preferentemente a una opción parcial y objetiva (…) ni se ha mantenido la más exquisita objetividad y el más prudente distanciamiento (…) el autor –Juan José Abad– opta por una visión parcial de los temas incompatible con los principios democráticos y cívicos que son precisamente aquellos que tratan preferentemente de inculcar el texto». ¡Eso es nada!
No sé cuantas resoluciones como esta serán necesarias para eliminar este adefesio del elenco de materias escolares, o en su defecto, se permita a las familias inteligentes ejercer su derecho a la objeción en algo tan delicado como lo es la educación de los hijos. Pero creo cercano el día, en que algo tan fundamental no precise de ser reclamado judicialmente, porque, leyendo el grueso de la sentencia, he pasado tanta vergüenza ajena por el autor, la editorial, la Junta Andaluza, el Misterio de Educación y el Gobierno de España, que dudo mucho se atrevan a llevar el asunto a la Haya recurso tras recurso, de no ser que tengan más cara que espalda importándoles un bledo la imagen externa del país, como ha sucedido con la bofetada legal recibida desde Europa por el indebido cobro del Cd o Canon Digital, haciendo así alarde de la Educación cívica social y democrática que desean transmitir a nuestros jóvenes estudiantes.
La conspiración de las golosinas
¡Por fin! Sanidad toma cartas en el asunto ya que Educación no ha hecho nada por evitar que entre nuestras escuelas, colegios e institutos proliferasen auténticos surtidores de vida insana que han convertido a la joven población española en la más expuesta a contraer obesidad mórbida y diabetes de toda la Unión Europea, cuando no hace tanto, éramos referente para todo el mundo gracias a nuestra saludable gastronomía, la famosa dieta mediterránea. Mas, como quiera que todos estamos al tanto del colesterol y las dañinas grasas saturadas, esta vez aprovecho el desliz de las autoridades a favor de la población, para llamar la atención sobre lo que he denominado “La Conspiración de las Golosinas”.
Como un niño recién desengañado de los Reyes Magos que no hace ascos a los regalos de Navidad, así debí sentirme tras escuchar por primera vez de adolescente en boca del ajedrecista Félix Izeta citar el azúcar como una droga, pues todavía andaba yo comprando chuches cuando lo correcto para mi edad hubiera sido estar fumando porros, circunstancia que me avergonzaba, pero no tanto como para renunciar a regalices, gominolas, y demás golosinas a las que me había acostumbrado, que lograba sofocar adquiriendo productos de apariencia más seria, como patas fritas, frutos secos, y aceitunas, cuya función era esconder en lo posible la presencia del improcedente género goloso, pues lo salado parecía más respetable cuando entonces.
El caso es que, en aquellas palabras de advertencia, di con el principio que justificaba mi comportamiento. Sin embargo, me quedé con la copla, sin dejar de ingerir tan tiernos manjares, pues soy de esos vanguardistas morales que no tiene inconveniente en pensar una cosa, opinar lo contrario, decir algo distinto, y hacer lo que me apetezca, que generalmente suele coincidir con algo que detesto intelectualmente. Así me informé de que, el familiar azúcar, a diferencia de la sal, apenas era conocido en la antigüedad, tanto es así que lo llamaban sal India, bautizándola en tiempos de Nerón con el término saccharum en referencia a una miel sólida apreciada en la época; Y no lo era, no porque aquellas culturas capaces de extraer metales como oro, hierro, elaborar vino, cerveza, pan, fabricar cerámica, vidrio, obtener seda, lino, etc fracasaran en su búsqueda…sino porque dicha sustancia no se da en la naturaleza tal cual, como la cocaína, requiere de un minucioso proceso de refinado que toma como base la caña de azúcar o la remolacha, poniendo a disposición del consumidor un potente estimulante de rápida absorción sanguínea que llega de inmediato ¡cómo no!, al goloso por excelencia: nuestro cerebro, el músculo que más consume en estado basal, provocando leves momentos de euforia que rápidamente sume en cuantos la ingieren de modo cotidiano en más largos periodos de depresión dada la dependencia que genera su prolongado consumo que priva al cuerpo de su natural estado de equilibrio dejando de activar los milenarios mecanismos metabólicos para obtener su fuente calórica de alimentos como las frutas verduras, lácteos, etc. La consecuencia es clara: Tras acostumbrar a nuestro organismo a esta inocente sustancia, su dependencia es tal que no podemos vivir sin ella a todas horas ¡literalmente! De ahí que cada vez más, veamos a personas adultas comer chuches, chocolatinas, bollitos, ya sin inmutarse qué pensará el resto de su regresión infantiloide. Y es que, sin comer galletitas o beber refrescos, estaríamos con el respectivo mono, mostrándonos inquietos, nerviosos, irascibles, a la vez que cansados, decaídos, inapetentes, casi sin poder pensar. Para evitarlo, recurrimos a lo fácil, meternos buenas dosis de azúcar bajo cualquier excusa como tomar un cafelito. El resultado es que, cada vez necesitamos dosis mayores para obtener el mismo efecto, acrecentando el defecto. Las sucesivas crisis de glucosa y el aplazamiento continuo de su reequilibrio, somete a estrés a las glándulas adrenales cuya disfunción puede provocar a la larga que el cerebro no distinga entre lo real y lo irreal, apareciendo procesos de esquizofrenia o paranoia, porque para que el cerebro funcione correctamente, el nivel de glucosa en el torrente sanguíneo que lo riega, debe estar en perfecto equilibrio.
Pero la ingesta continua de azúcar, también está asociada a la aparición de caries, la obesidad, y la temible diabetes en los niños y jóvenes. Por si todo ello fuera poco, no faltan los estudios y los especialistas que empiezan a asociar sin tapujos la alta ingesta de azúcar en la infancia con el aumento de la hiperactividad de los menores, su incapacidad mayor para aprender, y la aparición de múltiples alergias. Pero como no deseo parecer exagerado, dejo a su curiosidad y responsabilidad informarse un poco más de los detalles de este asunto, bien en Escohotado y su célebre “Historia de las drogas” o pinchando en cualquier buscador el capítulo dedicado al azúcar en la obra “Las drogas tal cual” de la investigadora Karina Malpica.
Porque lo que me interesa es destacar que hay una auténtica conspiración forjada entre la industria del dulce para garantizarse una clientela adicta de por vida y la de los gobiernos occidentales, para domesticar a las masas, que antes de la caída del Muro de Berlín, parecían entregadas a estudiar, leer periódicos, informarse, asociarse y esas insanas costumbres tan magistralmente retratadas por F. Truffault en Fahrenheit 451. Si no…¿en qué cabeza cabe que se exponga como se hace con el concurso de todas las autoridades sanitarias, industriales, comerciales, educativas, deportivas y hasta parroquiales, a los más pequeños desde su infancia a tan peligroso y descontrolado consumo? Desde que el niño se desteta, siente la necesidad de llevarse algo a la boca, impulso oral freudiano que otrora se calmara, primero con el dedo, luego con el bolígrafo, después con el cigarro, para terminar como siempre termina toda elucubración libidinosa de tan insigne autor, final mucho más sano que el recorrido que ahora trazamos desde el chupete, al pirulí, del pirulí a la botella de Coca Trola, y de aquí a los donuts, kitkats, filipinos, y cuanto se ponga por delante, que todo es poco para satisfacer el síndrome de abstinencia colectiva al que nos tienen sometidos, y la indetectable dependencia que nos han generado en apenas dos décadas.
El aula en casa
Tras varios siglos demandando la universalización de la educación pública obligatoria gratuita de parte de las fuerzas cívico-morales que en ello veían un instrumento armonizador para rebajar las diferencias sociales, puede parecer ahora que, lo que reclaman cerca de dos mil familias en el Estado Español, cuál es, su derecho ancestral a educar a sus hijos sin necesidad de llevarlos a la escuela, como se hizo por necesidad durante milenios, sea una pretensión retrógrada, contraproducente e incompatible para con la futura adaptabilidad y capacitación social del niño.
El tema se las trae. No es sencillo pronunciarse sobre dónde poner los límites de a quién pertenece más el niño, si a sus padres o al Estado. Supongo yo que, en un País Abortista como el nuestro, lo suyo sería que los hijos sean más de los padres que se han empeñado en tenerlos, que de una institución que le da igual la evolución del embarazo. Bajo esta premisa, me inclino a pronunciarme a favor del derecho de los padres a educar a sus hijos en casa, pues la educación pública obligatoria gratuita no tiene porque circunscribirse a un edificio como la escuela decimonónica, más parecida hoy a una cárcel, manicomio o asilo que a un sitio dónde los pequeños aprenden para sus vidas como personas y futuros ciudadanos.
La verdad es que no me hacía falta la travesura argumental anterior para mostrarme partidario de esta libre opción educativa que, por supuesto, no aspira a universalizarse, pero si al menos, a tener cabida dentro de la legalidad española, como ya ocurre en casi toda Europa y los EEUU, pues desde muy joven detesto la enseñanza reglada y siempre he visto con muy buenos ojos, cualquier otra alternativa que se pudiera ofrecer, aunque yo ya no pudiera disfrutarla. En una sociedad como la nuestra, dónde impera el ritmo productivo y la entera disposición de los esclavos para el trabajo-consumo alterno-continuo, pocas son las personas libres y capaces para plantearse la mera posibilidad de educar a sus hijos en casa, sin arriesgarse a hacerlo peor que la institución docente, cosa que no debería preocupar ni a los analfabetos, dados los pésimos resultados obtenidos por esta a todos los niveles operacionales, intelectuales, expresión, comprensión, oral, escrita…
Evidentemente, la escuela ha sido un gran avance social para la clase trabajadora que no dispone de tiempo para instruir y educar a sus crías; Pero no para la clase media que disponiendo de tiempo y capacidad ha hecho plena dejación de funciones en la institución, sin reparar que dispone de tiempo, capacidad y recursos para educar a sus hijos en el hogar, para evitar que reciban una enseñanza en serie, más estandarizada que la que puede encontrarse en la moda Pret a porter. Pero qué otra cosa se puede esperar de unos padres que permiten que sus hijos vean la tele que les lava el cerebro para consumir y hablen por el móvil que les generará tumores cerebrales.
Recién salido de la facultad de Filosofía recuerdo que me sometí a un experimento mental para averiguar cuáles eran mis verdaderas ideas sobre los distintos temas que rondaban por la mente. Sin entrar en pormenores, El experimento consistía en situarme frente a un hijo imaginario al que debía educar. Así pude discernir que en mi cabeza hay varios grados, a saber: Pensamiento que comprende todo lo que soy capaz de elucubrar, fantasear, imaginar, teorizar, desear, aborrecer, argumentar, apalabrar, etc; Opinión, que aglutina mi valoración personal sobre los pensamientos que circulan por la mente a los que otorgo valor moral, lógico, real, y resto de categorías o etiquetas de verdad, falsedad, bueno, malo, correcto, incorrecto…Creencia, que es el conjunto de ideas o conceptos, más o menos elaborados, de cuya afirmación, realidad, o cualquier otra cosa, ni me planteo, y cuando me lo planteo, resiste toda prueba o falta de ella en su contra durante un tiempo más pronunciado que si se tratara meramente de ideas pensadas u opinadas. Por último, estaría la voluntad, que albergaría a los deseos, querencias, apetencias, etc. Así fue como me di cuenta de que aunque el pensamiento me dice que sin lugar a dudas Dios no existe…mi capacidad de creer en su existencia, es ilimitada. ¿Qué le debía yo transmitir a mi hipotético hijo? A muchas disyuntivas mucho más complejas y elaboradas que esta debí hacer frente y para mi sorpresa, casi todas las decisiones iban en contra de mi pensamiento. Porque pensar, es muy fácil. Lo difícil es hacerlo bien.
Les he contado todo lo anterior, porque las familias que se han decantado por educar a sus hijos en casa, están realizando una apuesta vital de primer orden que el resto hace a la ligera, pues seguramente habrán tenido que hacer frente a todas esas y muchas otras reflexiones, inmersas en un mar de dudas temerosas sobre si estarán o no haciendo lo correcto, cómo acabarán sus hijos el día de mañana, qué pasará si sale mal y un sin fin de preocupaciones académicas, programáticas, procedimentales que bien podrían eliminarse, si de una vez el Ministerio de educación acepta esta otra vía de el Aula en Casa, poniendo a disposición de los padres y de sus hijos todas las ventajas de las que gozan obligatoriamente el resto de ciudadanos en los centros vigilados, como son el derecho a examen, tutorías, y la necesaria regulación de esta otra forma de educar, por cierto, mucho más anterior, sana, eficaz y natural que la que actualmente se le suministra a la juventud, como podrán averiguar por si mismos en www.educacionlibre.org