Para diferenciar al estúpido, al idiota y al imbécil

Cuando el pueblo ignorante, pasa de la más irresponsable condescendencia para con sus corruptos gobernantes que de continuo le generan padecimientos, al más despiadado autoflagelo expiatorio, como si en el pecado antedicho no fuera la penitencia de ver saqueadas sus arcas públicas, aumentados los impuestos y recortadas las prestaciones así como restringidos sus derechos laborales y civiles de reunión, protesta y expresión, se escucha por doquier un lamento generalizado cuyo desahogo puede resumirse en: “Es que somos tontos y no aprendemos”; “No hay remedio cuando el electorado es estúpido”; “En España el votante es imbécil” o sencillamente “La gente es idiota”. La cuestión a estas alturas del año electoral dando por sentada nuestra condición genérica de tontos es ¿Sabemos distinguir bien cuándo nos comportamos como estúpidos, cuándo como idiotas y cuándo como imbéciles en el terreno político?

Para resolver el interrogante, me he tomado la licencia de ilustrar estas líneas con una situación imaginaria, porque en los diccionarios se incurre entre las voces a definir (estúpido, idiota e imbécil), en un círculo vicioso significativo, remitiendo unas a otras, ayudando poco o nada a su esclarecimiento y todo sea, que por dejadez, cuando nos encontremos frente a un idiota, creamos que es un imbécil, y en cambio le llamemos estúpido, creando con ello, mayor confusión y desconcierto que el ahora reinante entre la ciudadanía. Que al menos esto, lo tengamos claro.

Pongamos que un sujeto dado, un buen día le entra la curiosidad por saber qué ocurre cuando con un martillo golpeas sobre un clavo encima de la palma de una mano y para averiguarlo maquina un experimento con un sujeto paciente que se ofrezca para colocar su extremidad sobre una superficie rígida, al tiempo que sujeta sobre ella un clavo de acero con la mano que le queda libre, y también de un elemento agente, que martillo en mano, se apreste a precipitar la mencionada herramienta con toda su fuerza contra la punta en cuestión.
Aunque nos cueste creerlo, supongamos igualmente, que tan pronto comunica voz en alto su ocurrencia, dos individuos acuden de modo voluntario: uno para poner la mano, el otro luciendo una maza.

Ahora, visualicemos la impresionante escena: A nuestra izquierda tenemos a quien ofrece el miembro para recibir un golpe de martillo sobre un clavo de punta de acero que el mismo sostiene algo nervioso. A nuestra derecha, estaría el otro intrépido que blande una maza, cual dios Thor dispuesto a arrear su más certero golpe. Y por último, tenemos al genio de la idea quien libreta y lápiz en mano, se halla en medio de ambos, con la nariz a un palmo del punto exacto donde el martillo se habrá de encontrar con el clavo.
Entonces, cuando todo parece listo, el observador, con toda solemnidad, da la señal, a la de tres: Uno, dos, y…

¡¡¡¡AYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYY!!!!!!!! Este grito y muchas otras expresiones fueron proferidas por el sujeto paciente; ¡ Perdón! ¡Perdón ! Yo no quería. Yo sólo obedecía órdenes. No sé por qué lo he hecho…Estas frases, y similares fueron inmediatamente exclamadas por el sujeto agente; ¡A mi no me miréis! Yo no os he obligado a nada, sois libres, yo no soy responsable…Quien así se pronuncia, no es otro que el artífice del montaje. En este caso, queda claro que quien pone la mano es un idiota, quien da el mazazo un imbécil y quien se plantea el asunto un auténtico estúpido.

Sea entonces que a mi entender, en el caso que nos ocupa de la política, somos estúpidos cuando mantenemos la opinión de que la Democracia es el menos malo de los sistemas políticos de gobierno para una sociedad que en modo alguno lo es en ninguno de sus ámbitos, pues hemos de saber que, la Democracia, sólo funciona bien allí donde hay cierta igualdad entre los electores, verbigracia, en la Iglesia Católica entre Cardenales, en las Juntas militares entre Generales, en los Colegios profesionales entre sus miembros, o en los Consejos de Administración de las Grandes Corporaciones entre los accionistas mayoritarios, en consecuencia, es una estupidez proponer la Democracia a una sociedad absolutamente desigualitaria en lo sexual, económico o cultural. Somos imbéciles cuando nos prestamos a colaborar activamente como militantes de base y aún representantes del anterior absurdo en la ingenua creencia de que nuestra presencia va a contribuir decisivamente en los acontecimientos institucionales, como si los salmones pudieran variar el curso del río, haciendo caso omiso a lo sucedido con los filósofos ilustrados quienes convencidos de poder influir en el Poder, el Poder se sirvió de ellos conformando así el denominado Absolutismo Ilustrado. Por último, somos auténticos idiotas en su originario sentido griego, cuando acudimos a votar cada cuatro años delegando nuestra responsabilidad civil en terceros que dicen representarnos, en la tonta creencia de que nuestra opinión será tenida en cuenta, como si de ser cierto, nos dejarían votar a todos. Y es así que los idiotas nos lamentamos de la situación; los imbéciles dicen no tener la culpa de lo que pasa; y los estúpidos se preguntan qué está fallando, si bien, todos parecen empeñados en repetir la escena una y otra vez.