Para recuperar la libertad, primero se ha de asumir la propia esclavitud.
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Por una esclavitud libre y gratuita. Carta abierta al Presidente del Gobierno
Si la Progresía ha aupado el Aborto al mismo rango que la vivienda digna, la educación obligatoria, la sanidad universal…¡pero que digo! a un nivel muy superior pues además de convertirlo en Derecho lo ha establecido como libre y gratuito – la verdad, no sé a qué esperan las adolescentes a quedarse preñadas para hacer uso de él – no veo motivo de retrasar más el clamor popular para que la derecha, por una vez, arrebate a la izquierda la bandera del progreso proclamando, antes de que se le adelanten los sindicatos, la constitucionalidad de esa vieja aspiración social, cuál es, que todo ciudadano, hombre, mujer o niño pueda ofrecerse en esclavitud de forma libre y gratuita, es decir, de modo voluntario, sin costes para su Amo.
Mal que les pese a los abolicionistas, la esclavitud, nunca nos ha abandonado ni del todo, ni en parte. La existencia de trabajo, debería ser prueba suficiente, pues si no nos diluimos en semántica, creo que todos entendemos, que salvo enfermedad mental, nadie trabaja por gusto, que sólo se hace por necesidad y que cuanto más se trabaja, más necesitado uno está. Obviada la confusión con su pseudosinónimo “empleo”, por descontado con la voz “salario” con la que en ocasiones se la intenta asociar, el trabajo es realizado normalmente por esclavos. La incomprensión de esta realidad obedece, primero, a que a nadie le gusta reconocerse como tal, prefiriendo denominarse cosas tan malsonantes como obreros, trabajadores, empleados, asalariados…eufemismos todos, que identifican a cuantos hacen lo que otros no quieren hacer y que entroncan, la mar de bien, con aquellas otras expresiones de siervo o criado, que se pusieron de moda durante el feudalismo.
Por supuesto, las condiciones de vida del esclavo contemporáneo mejoraron lo suficiente, como para que en comparación con el pasado cercano, el contraste justificara la ficción de que el fenómeno había desaparecido, cuando en el mejor de los casos, sólo se había transformado, pues “la mano de obra”, no es otra cosa, que una más de las energías renovables, cuando se observa la realidad con los ojos de la élite social.
Alguien reducido a esclavitud, da más problemas que uno que ha nacido bajo esa condición y este todavía es menos de fiar que aquel que no tiene conciencia de su situación y toma su circunstancia a lo Orteguiano, como parte consustancial a su persona. – Seguramente esta sea la situación disfrutada en estos momentos por la mayoría de españoles. Una forma de testar si uno pertenece a la clase dirigente o a la masa obediente, consiste en hacerse varias preguntas: primero ¿Tengo algo más para vender que mi propio cuerpo, mi tiempo y mi fuerza de trabajo como un animal? Si la respuesta es ¡No! Usted ya puede considerarse todo un esclavo de esos que aparece en los libros de historia, en las películas ambientadas en el XIX y cuya definición viene recogida tal cual en los diccionarios. Si su respuesta es ¡sí! entonces hágase esta otra pregunta ¿Lo que poseo me permite dejar de trabajar? Si la respuesta es ¡No! Entonces usted, sigue siendo un esclavo con cosas que le permiten vivir más cómodamente que el anterior, pero poco más. Si sorprendentemente su respuesta sincera y verificada – no vale autoengañarse con que se dispone de un utilitario – fuera otra vez ¡sí! o sea, que tiene riqueza suficiente para no trabajar, pueden suceder dos cosas, a saber, que usted tenga un empleo, en cuyo caso usted no es que sea esclavo, es que es directamente tonto, o que se dedique públicamente al disimulo e íntimamente a afianzar el statu quo, si esta es su realidad, entonces le reconozco como Amo y señor de la situación.
Pues bien, es a Usted Señor Presidente, en su condición de Amo, a quien va dirigida esta reflexión, para que sopese los múltiples beneficios que podrían seguirse de recuperar socialmente la denostada imagen histórica de la milenaria institución humanitaria que es la esclavitud. ¡Sí! Ha leído bien. ¡Humanitaria! Preste un poco de atención y verá cómo la esclavitud puede ayudarnos en estos tiempos sombríos a iluminar la sociedad y hacer más felices las vidas de los hombres, permitiéndoles ofrecerse libre y voluntariamente en esclavitud a cambio de nada, salvo dejarles vivir, de ahí lo de gratuito.
A la esclavitud le pasa lo que a la muerte, es más temida por el camino que lleva a ella, que por su misma consecuencia. La mayoría de los seres humanos desde la salida del Paraíso han tenido que ganarse el pan con el sudor de su frente. Por supuesto, cuando esto es así, que sudan para beneficio propio, digamos que no sufren tanto como cuando es para terceros. Ahora bien, dado que el hombre es un animal sensorial, siempre prefiere sentirse libre a serlo, por lo que, puesto a escoger, entre la libertad de afrontar un futuro incierto bajo su entera responsabilidad siendo dueño de su destino pero a merced de la madrastra Naturaleza, o la seguridad de delegar en un tercero la toma de decisiones aunque ello le suponga un estrecho margen para conducirse en la vida, escogerá esto último, aunque una vez tomada esta sabia decisión, la aborrezca y diga de palabra, pero no de acción, que desea libertad. Es aquí, donde intervienen los de nuestra clase, Amos que se hacen cargo de organizar la producción y de su justo reparto. No crea que la Humanidad está donde está por decisión malévola conspiranoica de unos pocos. La Humanidad, como especie que es, ha arribado al modelo que más le conviene en su evolución y este no es otro, que el que los más, trabajen para los menos, a cambio de que estos les ofrezcan garantías suficientes de: primero procurarles trabajo suficiente como para impedirles pensar en la libertad y segundo, la suficiente seguridad como para que se puedan sentir libres, porque la verdadera libertad, no consiste en poder elegir, sino en poder comer y sobre todo, poder vivir. No lo olvide. Y qué quiere que le diga…hemos de reconocer que los esclavos han tenido tiempos más felices.
Usted Señor Presidente, como Amo que es, debe garantizar que haya mucho trabajo para todos; No se preocupe tanto de si es un trabajo digno o indigno ¡No hay trabajo digno! Ni salario digno, ni contrato digno…¿No se habrá creído usted su propia propaganda verdad? ¡Ay! ¡Dios mío! Entre nosotros…¡Todo es mentira! Por consiguiente no quiero oírle hablar más de Pacto Social, firmar y respetar convenios, horas sindicales, derecho a huelga, contrato indefinido, prestaciones al desempleo…eso son tonterías que se les dice a los trabajadores para que no se den cuenta de su condición. Pero usted, sí debe tomar conciencia de que es Amo. De lo contrario, el auténtico Contrato Social antes confesado, se va al garete.
Porque al contrario que el esclavo, que ni para él ni para la sociedad conviene sea consciente de modo explícito que lo es, el Amo ha de serlo en todo momento, porque de su cuidado depende precisamente la supervivencia no ya suya, de su familia, de su progenie, de su clase, país, raza o cultura, sino de toda la civilización. Sé que está algo asustado por los acontecimientos y en un intento desesperado por huir de ellos está dispuesto a dejar que el Socialismo práctico y el espíritu fraternal cristiano acaben desgobernándolo todo, sobrecogido como está por el incesante incremento global de la población mundial ya aventurado por Malthus y como usted, soy partidario de deshacernos de tres cuartas partes de la actual masa biológica humana, en este sentido algo se está consiguiendo por medio de los aditivos alimentarios encaminados a reducir la potencia sexual del varón y el valor reproductivo de su semen. Mas mientras esto se consigue, usted ha de afrontar su responsabilidad.
Además de procurar mucho trabajo – por qué cree usted que en la antigüedad se hacían pirámides, templos y catedrales – en cuanto Amo que se beneficia del esfuerzo esclavo, tiene contraída con los esclavos, la obligación moral de procurarles cobijo, vestido, alimento y cuidados cuando ya no valgan para trabajar, bien por ser muy viejos, bien cuando estén enfermos, porque los esclavos pueden ser tontos, pero hasta los tontos distinguen lo que sabe bien de lo que sabe mal. Si se ocupa de esto, si transmite la seguridad de que todo esclavo suyo que trabaje para usted, tendrá garantizado de por vida trabajo que le impida pensar, no demasiado lejos de su hogar, suficiente tiempo para satisfacer sus necesidades biológicas de nutrición, defecación, dormir, higiene, pero no demasiado como para aburrirse, algún motivo de esparcimiento no demasiado elevado para evitar innecesarias contradicciones internas que le podrían entorpecer su mecánica obediencia, una vestimenta apropiada para cada ocasión, algo que poner sobre la mesa, un sitio donde vivir con su familia y seres queridos y que su dicha será igual para sus hijos y los hijos de sus hijos…créame que además de hacer felices a sus esclavos, estos producirán más y en consecuencia usted también será más feliz de lo que lo es ahora, porque todo se contagia. ¿Pero a qué viene esa cara? ¿Le parece excesivo? ¿Le sale más a cuenta el modelo actual que seguir los preceptos establecidos por el rey visigodo Wamba?
Eso cree usted, porque en su cómputo de ingresos y gastos solo contempla, de una parte el consumo de sus esclavos, y de otra, la cuantía de las nóminas, la seguridad Social, los impuestos…sin tomar en consideración que facilitando que la gente escoja ser esclava libre y gratuita, ya no habrá necesidad prácticamente alguna de pagar impuestos, ni salarios, ni seguridad social y si me apura, ni policía, porque los esclavos felices en su quehacer, creerán trabajar para si mismos, construyendo sus propias casas, haciendo sus carreteras, tejiendo su propia ropa y cuidando los unos de los otros en aspectos tales como educación, dependencia o sanidad sin necesidad de que intervenga el Estado. Por tanto, como quiera que en cuanto bestias consumidoras que son, todo será beneficio y ganancia extra para usted, a quien alabarán, sino como a un Dios, si como a un santo que les procura todo cuanto tienen y desean tener: Trabajo, Paz y Seguridad.
Suena un poco anarquista, lo sé. Pero tenga presente, que el camino a la libertad no puede ser la libertad misma. Por contradictorio que parezca, a la libertad se llega por la más completa y absoluta sumisión y servidumbre como demostraron el Nazismo y el Comunismo. No por casualidad a la entrada de Auschwitz un letrero recordaba a los recién llegados “El trabajo os hará libres” y el marxismo establecía la necesidad de instaurar nada menos que la Dictadura del Proletariado; Esta es la idea que se ha de inculcar a la población; Cosas más difíciles se lograron como convencerles de que el amor se vive dentro del matrimonio logro de la Iglesia o incluso confiar su dinero a terceros que le cobran por hacerlo, mérito que debemos a los bancos.
Para finalizar, Sr. Presidente, aprenda de los ejemplos anteriores y ceda a la presión social de la gente que desea trabajar como sea. Continuar velabndo por los derechos laborales no es más que una excusa para mantener los privilegios de unos pocos en detrimento de una multitud que deseosa de cambiar libertad por seguridad, se ve privada por ley de ofrecerse, como antiguamente se pudo hacer desde Israel, hasta nuestra península, en régimen de esclavitud que hoy suena mal, pero que no es más que cambiar trabajo por comida y un lugar donde vivir. Se lo ruego, no nos prive de este Derecho si verdaderamente desea salvar el Estado del Bienestar.
EpC: Más pobres, más dóciles, más esclavos
Cuando el Barón Pierre de Coubertin echó mano de la inspirada máxima del sacerdote Henri Didon “Citius, altius, fortius” como lema estandarte del Movimiento olímpico, sabía que su objetivo sería pronto abrazado por una Sociedad entregada a la velocidad de los nuevos medios de locomoción, a la desenfrenada carrera de los rascacielos y a un cada vez más descarado culto al cuerpo, cuyo evidente transfondo bélico pretendía explícitamente amortiguar por medio del fortalecimiento espiritual que en principio proporcionaría el deporte a modo de socorrida Cruz Roja psicosomática en la recién estrenada Lucha de Clases a la que llamaba a corneta el Marxismo triunfante, si bien olvidose, a caso omitiera deliberadamente, del soporte visceral que sustentaba toda la tramoya aparente y oculta que aquellos empezaban a denominar estructura-superestructura, cuál es, el aspecto agonal que tan brillantemente expusiera Huizinga en su “Homo ludens” embriagador de toda faceta humana por seria o estúpida que esta sea, haciéndonos la vida más llevadera cuando se trata de retos profesionales en trabajos tediosos como puede ser apretar tuercas en una cadena de montaje, o para someternos a un infierno terrenal tratándose de ganar más dinero, más fácil, más rápido, como sucede en el mundo capitalista donde se ha elevado a rango de Diosa a la Competencia.
Vivimos una época, en la que como nunca antes nuestros particulares intereses exacerbados a la enésima potencia, chocan como Titanes en todas las esferas de la vida: En las familias, los tradicionales anhelos de amor, fraternidad, solidaridad y altruismo entre sus miembros, han de vérselas con las aspiraciones de libertad individual y espacio vital de cada uno de ellos, cuyas vidas atomizadas, partidas y segmentadas por horarios lectivos, laborales y de ocio, les impiden armonizar su añorada convivencia y cuando resulta que disponen de un pequeño momento juntos, la falta de costumbre se les hace insoportable; En la política, la pretendida labor de servicio a la comunidad por parte de nuestros representantes democráticos se torna cada vez más afanosa en medio de un colectivo en el que cada individuo sólo busca su propio beneficio, no siendo de extrañar, que de semejante conjunto, sean los más codiciosos quienes primero se propongan para ejercer de servidores del pueblo y si por un casual hubiera alguno que nadara contracorriente, pronto vería flaquear su fuerza moral ante el desgaste que supone trabajar para quienes solo miran por su hacienda y reclaman en todo momento como suyo lo que es de todos. Qué no sucederá entonces en el ámbito laboral en el que todavía, pasados dos mil años – que se dice pronto – de la irrupción en la historia humana de Nuestro señor Jesucristo, hay hombres que se ven forzados a trabajar para otros hombres, embruteciendo a los primeros y pudriendo a los segundos sus almas todas condenadas, pues a la sobrentendida fatiga física que por naturaleza le sobreviene a todo trabajador, por no hablar de la pereza mental, ahora se le ha de añadir el espejismo intelectual de creerse con derechos irrenunciables a una jornada reducida, un horario flexible compatible con la inexistente vida familiar, vacaciones pagadas, contrato estable, horas sindicales, seguridad social y por si todo ello fuera poco…¡Derecho a huelga! Que ¡manda Borbones! la falta que le hace a quien goce de tan sólo la mitad de los anteriores privilegios, aberración del entendimiento sano que evidentemente está abocada a darse de bruces con el interés legal de la Patronal que persigue en todo momento apurar al extremo el enorme potencial que encierra aquella liebre sacrosanta del liberalismo que animaba a obtener “el máximo beneficio al menor coste”, asunto que también enfrenta al productor con el proveedor, al proveedor con el comerciante, al comerciante con el cliente y al cliente consigo mismo, ya que un modo sencillo de obtener mayor beneficio a menor coste por este otro lado, consiste en bajar la calidad sin disminuir el precio, cosa que todos saben, incluido el consumidor, de ahí que el cliente acabe debatiéndose en una lucha interna entre sus deseos de vivir bien y su malograda dependencia de un sueldo que no alcanza a fin de mes, frustración que parece llevadera a tenor del éxito que cosechan los bazares chinos y las Grandes Superficies.
Esta soterrada pugna civil entre hombres y mujeres, padres e hijos, Gobernantes y Pueblo, empresarios y empleados, vendedores y clientes, etc, que ya no da para presentarla como hicieran Marx y Engels como “Lucha de Clases” sino sólo como bullicio de todos contra todos, sin embargo, parece seguir una pauta bien conocida por las “leyes del caos social”, cuya flecha indica siempre la correlación entre pobreza, docilidad y esclavitud que no les pasa desapercibida a todo aquel que detente la condición de opresor.
Es así como, avergonzados por el pseudocientificismo del milenario mensaje religiosos de Esperanza y Salvación, caído el Muro de Berlín y con sus ladrillos venido abajo la última posibilidad de hacer la voluntad de Dios aquí en la Tierra como en el Cielo, desaparecidos los paladines esporádicos de nuestra causa en Alemania, Italia, Irlanda y España, se le dijo a la población que debíamos competir más y mejor; Por supuesto, el tema de la competencia, primeramente no se presentó como una competencia entre nosotros. ¡Nada de eso! Se trataba de competir contra otros, objetivo sumamente persuasivo en cuantos hemos sido educados en la historia de batallitas y conquistas, pero que parecía contrario al espíritu de la Unión Europea por aquel entonces. Por consiguiente, nada de competir con los franceses o los ingleses a los que les tenemos ganas, la rivalidad para con nuestros ancestrales enemigos patrios debía resarcirse en el césped de un campo de futbol – así que nos pusieron finos a patadas los Holandeses. Tampoco era bueno enemistarse con nuestros queridos aliados de la OTAN como Canadá o EEUU compitiendo contra ellos. Y contra los japoneses ¿Cómo íbamos a competir contra quienes nos inculcaron los más altos valores de amor y amistad durante nuestra infancia a través de los más tiernos dibujos animados que haya conocido la televisión? obligarnos a ello, hubiera sido para la clase trabajadora una tragedia superior a la de Edipo. Estaba claro ¡Había que competir contra Corea! Este país reunía todos los requisitos necesarios para que pudiéramos competir contra sus gentes y empresas en los mercados: estaba lejos, son de otra raza, de otra religión, lengua extraña, a penas se los distingue de otros asiáticos…y sobre todo – atrevida es la ignorancia – ¡Parecía fácil! Y sorprendentemente, como en el futbol…¡Perdimos! Lo que no significa que ellos, los coreanos ganaran…¡Ni mucho menos! Ellos por su parte tenían que competir con los camboyanos, filipinos y vietnamitas y estos a su vez, todos con los chinos que son quienes a la postre han ganado toda la partida.
Tras la derrota inflingida por el Gigante dormido, sin tiempo para lamer las heridas Europa entera ha desempolvado sus antiguas armaduras para librar sus últimas guerras intestinas disfrazadas bajo el eufemismo de la “Defensa del euro” sin esconder que ahora toca de nuevo competir, pero esta vez, entre las mismas potencias europeas y en un futuro inmediato entre los propios ciudadanos, vecino contra vecino, hermano contra hermano…contienda que se procurará retransmitir como si de una lid deportiva se tratara con el fin de insuflarnos ese espíritu de superación, de sacrificio y de reto personal del que hacen gala los deportistas olímpicos, pero en este caso, los aros se me antojan cadenas y el lema que parece lucir en el frontispicio del horizonte social es ese otro que nos dibuja “Más pobres, más dóciles, más esclavos” pues sabido es desde antiguo que, cuanto más pobre es una persona, más sumisa se muestra y con más sencillez se la puede explotar, porque como muy bien razonó Julio Anguita, “es más fácil someterse que luchar” Ello explica el frenesí con el que los jóvenes se entregan denodadamente a estudiar inglés y prepararse para situarse mejor que sus compañeros, al tiempo que tienen baja autoestima, muestran una muy baja aspiración laboral y una nula resistencia.